Frente a la nueva fase ascendente de contagios de Covid-19 que afronta la Argentina por estos días, los jóvenes son señalados como el principal agente de propagación del virus, una apreciación que según analistas de distintos campos concentra inmerecidamente la responsabilidad del rebrote en este segmento, alienta la estigmatización de la juventud y promueve una mirada punitiva que genera efectos adversos a la concientización que se pretende lograr.
Lejos quedaron las imágenes de los runners corriendo amontonados por las calles durante la flexibilización que tuvo lugar allá por julio tras varias semanas de cuarentena más estricta, la de las aglomeraciones en algunos centros comerciales o las movilizaciones de los llamados «anticuarentena», que al grito de «el virus no existe» se congregaron para instar a la insurgencia colectiva en varias jornadas que desafiaron la distancia social.
Hoy, las fotos de las fiestas masivas que muestran a jóvenes sin distanciamiento y sin barbijo en algunos balnearios bonaerenses alimentan una nueva narrativa estigmatizante: la culpabilidad por el avance de la pandemia recae ahora sobre ese sector generacional, al que se le imputa desde la imprudencia extrema ante la gravedad del virus hasta la falta de «solidaridad» con los principales grupos de riesgo.
«Después del velorio de Maradona, de las marchas a favor y en contra del aborto, creo que estamos ante el riesgo de pedirle a los jóvenes más de lo que pueden dar -destaca el politólogo José Natanson-. A todos nos parecía bárbaro cuando las militantes proderecho se abrazaban en la plaza del Congreso después que se sancionara la ley del aborto y ahí había el mismo nivel de contagio que en una rave en Pinamar. Después de todo eso, de los banderazos de los anticuarentena o del acto del 17 de octubre, pensar que los jóvenes son los responsables de que se produzca un rebrote es exagerado«.
«No hay que homogeneizar y pensar que todos los jóvenes son bestias irresponsables, eso es una barbaridad. La primera línea de la lucha contra la pandemia está integrada mayoritariamente por jóvenes que son los que están haciendo las residencias en los hospitales. Los que están dando las vacunas son en muchos casos jóvenes -explica en diálogo con Télam-. Hay una pulsión de solidaridad en ellos también, no es todo irresponsabilidad y oportunismo neoliberal».
Para el autor de «¿Por qué los jóvenes están volviendo a la política?» prevalece «un imaginario muy prejuicioso que mira a los jóvenes como irresponsables, que no empatiza con ellos, que no quiere mirar cuáles son sus necesidades».
En ese sentido argumenta que «es cierto que los jóvenes tienen una relación con el peligro, con el riesgo, con la temeridad diferente a la que tienen los adultos y eso es así en todos los países del mundo y en todas las épocas. Tiene que ver bastante con la lejanía respecto al momento de la muerte porque los jóvenes están más lejos de la muerte y por lo tanto piensan menos en eso, lo tienen menos presente, es muy elemental . De James Dean al Che Guevara tienen menos miedo al riesgo, a entregarse».
Cuestionamientos
El historiador Pablo Vommaro objeta las lecturas que atribuyen exclusivamente el rebrote de coronavirus a las concentraciones masivas: «Cuestionaría un poco que el aumento de los contagios venga solamente por las aglomeraciones, por las fiestas clandestinas, por lo que sucede en algunas playas. Creo que eso es una parte de la realidad que sin duda existe pero también sabemos que hay muchos adultos y adultas que se están juntando en espacios cerrados sin la debida distancia o protección».
Al igual que Natanson, el investigador del Conicet y coordinador junto a Melina Vázquez del Grupo de Estudios de Políticas y Juventudes de la UBA, habla de otros roles de los jóvenes que son menos visibilizados, como «los trabajadores esenciales, los trabajadores de reparto, una actividad que continuó desarrollándose aún en pandemia y aumentó. Esos trabajadores fuertemente precarizados tampoco fueron suficientemente atendidos durante la pandemia, sus condiciones laborales, como se protegían o cuidaban ante la posibilidad de los contagios», precisa.
Además, a la hora de hablar de los comportamiento de este grupo etario durante la pandemia, el docente e investigador indica que en los barrios populares «las juventudes fueron también protagonistas de la economía popular, de lo que tiene que ver con emprendimientos comunitarios, con el trabajo territorial, barrial, para buscar estrategias de cuidado, protección, de garantía alimentaria, apoyo escolar en la virtualidad, diferentes iniciativas que fueron también protagonizadas por jóvenes».
Asignaciones incorrectas
El psicoanalista y doctor en Filosofía Luciano Lutereau identifica a la juventud como un segmento al que se asignan problemáticas que involucran también a los adultos, una operación que reduce el abordaje al mismo tiempo que permite diluir responsabilidades. «Nuestra sociedad suele proyectar en los jóvenes todas sus debilidades -plantea-. Es lo mismo que ocurre con el consumo de drogas: se piensa que es un hábito adolescente, preocupa y se
habla del consumo de los jóvenes, pero se trata de algo que puede ser rastreado en toda la comunidad, solo que los adultos no están dispuestos a reconocer en ellos ese mismo impulso».
«Tengamos en cuenta que la mayoría de los jóvenes no son independientes desde el punto de vista económico y viven con los padres, entonces la pregunta se desplaza: ¿cómo hacer para que en las familias pueda reflexionar y generar hábitos de cuidado?», acota.
«El problema es que no se puede vivir mucho tiempo con miedo a la muerte. Lo que ocurre en esta pandemia es un caso de una actitud más amplia, como la que se da ante el consumo de cigarrillos: ¿por qué la industria tabacalera puede poner en un paquete de cigarrillos una foto horrorosa o amenazar con cáncer, impotencia, etc.? Porque no lo creemos. Sabemos que el riesgo existe, pero no lo creemos», sostiene Lutereau.
Para el autor de «Esos raros adolescentes nuevos«, este es uno de los descubrimientos más importantes del psicoanálisis: «No creemos en lo que sabemos, por eso es necesaria una idea como la de inconsciente, porque nuestros temores no se reducen con apelaciones a la racionalidad o al sentido común, porque de la angustia que desprenden nos defendemos de una forma que hace que, aunque sepamos que algo puede pasar, nos conformamos con pequeños rituales que en lugar de protegernos hacen de cuenta que nos protegemos».
«Generamos la ficción de cuidado, por eso tanta gente se pone mal el barbijo, porque le alcanza con creer que si se lo cuelga ya está. Es como el motociclista que lleva el casco en el codo», ilustra.
Los adultos también
La filósofa y docente Esther Díaz identifica que «en los meses de aislamiento duro no se han registrado demasiadas acusaciones contra jóvenes infractores de la cuarentena obligatoria, hubo casos aislados, pero, por aquellos tiempos, transgredían o se hacían notar mucho más los negacionistas -con Patricia Bullrich que ya no es joven o José Sebreli, de 90 años, llamando a la ‘desobediencia civil’- que los jóvenes».
La docente considera que «hay una tendencia a generalizar, es difícil no caer en la injusticia de la perspectiva, aunque de hecho la relajación de los cuidados se ve en casi todas las edades» y se anima a decir «casi» porque advierte que «la gente adulta mayor parece cuidarse bastante, aunque en las redes se ven fotos de reuniones familiares pegoteadas con abuelas y abuelos. Pero he visto a señores escribanos cuarentones trabajando en lugares cerrados y llenos de gente con el barbijo bajo, a taxistas sin protección en el auto y a policías de la Ciudad sin tapabocas, entre otras situaciones de descuido».
En esa línea, Vommaro sostiene que «hay un discurso adulto de irresponsabilidad, de descuido, de desaprensión y que las juventudes son en parte un emergente de una dinámica social más general». Y enfatiza: «No le podemos pedir a las juventudes comportamientos sociales que otros grupos no tienen, es decir, que los adultos son incapaces de sostener. Por lo tanto
relativizaría esto de que el aumento de los contagios tiene que ver con un comportamiento juvenil. Es una salida facilista, cómoda y no deja de ser un chivo expiatorio para mirar para otro lado o disimular otros comportamientos sociales y otras falencias».