Conocer de qué manera operan los mandatos sociales en las elecciones de las personas es imprescindible para reducir las violencias, señala la autora de esta nota -Milagros Basgall-, coordinadora de las actividades de la sede de Fundación Micaela García “La Negra” y capacitadora de la Ley Micaela.
No es tan obvio que lo primero que se nos ocurra a la hora de comprarle un juguete a una nena sea una muñeca y a un varón una pelota. ¿Casualidad?, no lo creo. Las obviedades son aquellas que, por ser tan evidentes, no son cuestionadas y pasan desapercibidas. Este ejemplo permite ver cómo hay patrones sociales y culturales muy arraigados que se reproducen “naturalmente” y determinan lo que deben ser, hacer y hasta preferir las personas según su sexo biológico, perpetuando también la lógica binaria como única y válida, en la cual no hay lugar para las diversidades.
De manera sencilla podría explicarse así: quienes nacen con vulva son educadas como mujeres y quienes tienen pene como varones. Sin embargo, no hay que confundir sexo con género. Mientras que el primero es algo biológico, el segundo es una construcción social, sostenida por prácticas y mandatos cotidianos establecidos en determinados momentos de la historia.
De esta forma, pasando casi desapercibido, es que se establece una expectativa sobre cómo deben ser-actuar las mujeres y los varones, fortaleciendo roles específicos que se presentan como algo “normal” y que no son puestos en debate.
Así es que, de una mujer se espera que sea femenina, que tenga gestos suaves, que sea carismática, sensible, amable, sumisa, tierna, que responda a estándares de belleza, a pensamientos colectivos y a la vez, que sea quien asuma el rol afectivo y de cuidado. Por el contrario, se espera de un hombre que sea fuerte, dominador, viril, seguro, que no muestre sus emociones, piense desde su individualidad y se convierta en proveedor.
La principal consecuencia de estos estereotipos es que limitan la existencia de habitarnos y concebir al mundo desde las diversidades, así como también coartar las oportunidades de desarrollo, al convertir ese falso precepto binario (varón-mujer) en un punto de referencia para tratar y encasillar a las personas.
Y si bien estas características entre los géneros pueden variar de una sociedad a otra, tienen un ideal común: siempre se imponen los valores y formas de ser “masculinas” por sobre las “femeninas”, bajo la falsa creencia de que existe una parte “fuerte” y otra “débil”, una parte “pensante” y una parte “sentimental”, como si esta última anulara la capacidad de producir razonamiento.
Por estos motivos, los roles de género impactan en la educación de las niñeces, en la división sexual del trabajo, en la feminización de determinados sectores laborales, en los tipos de identidades posibles más allá de lo binario, en las composiciones familiares, en la producción del pensamiento académico y de otras índoles, entre muchas otras consecuencias.
El género como elección
Desde hace varios años, mediante el concepto de género, los movimientos feministas comenzaron a cuestionar el modo en que socialmente se definen estos roles y características, y también a visibilizar que existe una construcción cultural y social basada en un criterio “biologicista” y binario que debe seguir siendo cuestionada.
Todavía muchas de las formas de vivir que no responden a estas construcciones sociales son disciplinadas y violentadas por alejarse de la “norma”, como las mujeres que no se depilan, el varón que se pinta las uñas, el niño que juega con muñecas, una pareja homoparental en proceso de adopción, una travesti que inicia su carrera universitaria, la niña que se trepa a los árboles, un varón trans que elige gestar, o quienes deciden identificarse con otras identidades por fuera del binomio masculino-femenino.
En este sentido, no hay que olvidar que la identidad de género, según nuestro marco normativo (artículo 2° de la ley 27743), es “la vivencia interna e individual del género tal como cada persona lo siente, la cual puede corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo”.
Esto incluye, por ejemplo, que se respete el nombre de su identidad autopercibido se haya o no realizado la rectificación de la partida de nacimiento y DNI.
Por eso, es tiempo de reflexionar: ¿solo se puede ser varón o mujer?, ¿y existe una única forma de serlo?, ¿acaso las pertenencias de clase, etnia o etarias no afectan las formas de ser varones, mujeres u otras identidades sexuales?
Es importante poder visibilizar las diversas maneras que existen de habitar nuestras identidades; para que esto suceda debemos pensar la manera de incorporar y aceptar en nuestros ámbitos cotidianos tantas expresiones de género como sean posibles.
Es necesario pensar en una sociedad más libre y diversa, el mundo es mucho más amplio que la visión binaria de él.