Se trata de un quiebre en la cotidianeidad, que se expresa a través de rituales significativos. La mirada de la antropología, sobre un tiempo de celebración y de caos.
por Luciana Mazzini Puga (*)
Se acercan las fiestas de Navidad y Año Nuevo y, con ello, los rituales de la sociedad. Están quienes eligen pasarlo con su familia más íntima o con toda la parentela, algunos prefieren reunirse con sus amigos, otros se van de viaje y también están aquellos que parten de manera solitaria a algún lugar remoto lejos del bullicio. ¿Por qué son tan importantes las Fiestas? ¿Qué sucede en estas fechas que vuelven a diciembre un mes caótico?
“Todas las sociedades tienen cierto tipo de acontecimientos, como la Navidad y Año Nuevo, que son altamente formalizados y que suponen un quiebre en la temporalidad cotidiana. Nos vestimos de otra manera, usamos los espacios de otra forma, comemos otros alimentos. Hay algo que irrumpe con la cotidianidad y que hace que ese acontecimiento revista un carácter especial y extraordinario”, explica Silvina Smietniansky, doctora en Antropología y docente del departamento de Ciencias Sociales de la UNQ, a la Agencia de Noticias Científicas.
Así, desde el 1 de diciembre, el clima social se transforma. La gente organiza despedidas de año, arma el árbol de Navidad, piensa y cocina para las fechas festivas, cierra proyectos y prepara sus vacaciones. En un mundo cada vez más individualista, muchas personas todavía eligen las fiestas como un momento determinado para reunirse con otras, tal vez las más cercanas o aquellas que no vieron durante todo el año. Según detalla la investigadora del Conicet, se trata de momentos donde se reafirman ciertos valores sociales y los lazos entre las personas, a la vez que se suprimen conflictos y se busca una cohesión social.
No obstante, también están quienes desafían estos rituales y prefieren no asistir a las fiestas de diciembre. Los motivos van desde que aparentan ser una celebración obligatoria o no querer compartir una noche con determinadas personas a la invasión de sentimientos como angustia o soledad. “La realidad es que, de todas maneras, las personas resignifican estos rituales y los transforman en función de sus experiencias. Eso demuestra la plasticidad de estas prácticas”, describe Smietniansky.
¿Deseo o mandato?
Diciembre es un mes caótico, así lo definen las personas. Terminan las clases, se decide qué se va a hacer en las fiestas, se planean las vacaciones, llegan los aumentos, entre otras muchas cosas. “Durante este mes pareciera que uno tiene que resolver todo lo que no hizo durante el año. Entonces, rogamos que empiece enero porque se supone que es el tiempo de relajación”, reflexiona Cándida Kamerbeek, licenciada y profesora en Ciencias Antropológicas de la UBA, ante la Agencia.
Según la investigadora en Estudios Culturales, la sociedad capitalista ve el mundo como una checklist y en un tiempo lineal. Es decir, se plantea una especie de carrera de todas las metas que deben cumplirse durante el año y cuando llega diciembre es el momento de ver qué efectivamente se hizo y qué no. Así, durante este mes se dan despedidas de todos los grupos a los que se pertenece (trabajo, amigos, familia, equipo de fútbol, de danza, etc.) y se establece como mandato el cumplir con todos ellos.
“Allí entran las fiestas también: ‘tengo que reunirme con la familia’, decimos. Pero, hoy en día, hay más posibilidades de cuestionar este mandato y explorar qué deseamos. ¿Lo queremos pasar con familia, amigos o solos? ¿Quién lo pasa solo está necesariamente deprimido o este es el único momento que encontró para estar tranquilo?”, analiza.
De todas maneras, la antropóloga manifiesta que el mandato de reunirse con otros tiene que ver con una necesidad propia del ser humano. “Hay una tensión entre mandato, deseo y también necesidad. Necesitamos del otro para sobrevivir, como cualquier animal. Requerimos estar en comunidad y contarnos cómo nos fue durante el año o simplemente reunirnos“.
(*) para https://agencia.unq.edu.ar/