Por Alberto Di Francisco (*)
Antes de comenzar a hablar sobre la obra en particular, debo decir que cuando de libros se trata, existen para mí dos cuestiones que estimo fundamentales. Una de ellas dice que, como leer es una de mis grandes pasiones -como un acto respiratorio, profundamente necesario e ineludible- no puedo pasar delante de una librería sin detenerme a mirar sus títulos y tapas, y confieso que bastante esfuerzo me cuesta desoír el canto de esas sirenas, que me llaman desde el interior.
La otra cuestión es que, cuando finalmente cedo a ese impulso, y entro, por más que traiga en mente desde hace tiempo algún título en especial, el factor sorpresa tiene -le doy- un lugar de preferencia; él es el que siempre aguijonea desde la belleza de todo misterio, el que me genera esa feliz incertidumbre. Así fue (y a esto venía tanta introducción) cómo un día entré en una librería y, en contra hasta de mi propio pronóstico, salí de ella con “La soledad del Lector” en mis manos. El acertado título, lo confieso, tuvo gran parte en ello.
El autor
David Markson es el autor de esta singular obra. Nace en diciembre de 1927 en Albany (New York, EEUU); de madre profesora y padre periodista, Markson realiza sus primeros estudios en el Union College, y los continúa en la Universidad de Columbia, realizando una maestría en Literatura. Se inicia por entonces como periodista y corrector para un sello editorial, a la par que ejerce como profesor de literatura en Columbia misma, como así también en Long Island y en el New School.
Los primeros pasos literarios de Markson no hacen presagiar en nada al escritor en que luego se convertiría, en la segunda etapa de su vida. Sus obras iniciales se ecuentan dentro de la poesía y de la crítica literaria; después Markson incursiona, ya trabajando para el reconocido sello editor Dell Books, en la novela negra (con tres títulos) y el western (uno), en trabajos que realizaría a pedido. Pero en 1988 el estadounidense publica la obra “La amante de Wittgenstein”, una novela totalmente diferente a todo lo hecho hasta entonces por él, y que tiene un gran impacto en la comunidad lectora, al punto que lo sitúa en el centro de la escena literaria de entonces. Dicho libro es catalogado por el mundillo editorial como una novela experimental, puesto que irrumpe en el género novelesco por un camino desconocido hasta entonces. “La amante…”, sin embargo, y pesar de la gran, y totalmente justificada notoriedad que alcanza, no es en verdad sino la puerta de entrada a una nueva etapa del escritor, etapa en donde éste encontrará acaso su voz más profunda. Esa voz se traducirá en cuatro libros más (que van desde 1996 a 2007) y que posteriormente se conocerán como la tetralogía “Note card”.
Un Rara Avis
“La soledad del lector” (1996) es, indudablemente, una obra plena de originalidad. Si su precedente (“La amante…”) había cobrado notoriedad por su forma novedosa de construir una novela, este libro de Markson supuso un paso adelante en la ejecución de esa misma premisa, e inicia con él, como dijimos anteriormente, una serie de títulos que reflejarán, con cada aparición, la conquista de un estilo del todo particular y en el cual el escritor se fue sintiendo cada vez más a gusto. Aquí pareciera haber una bisagra para Markson al dejar de ser el escritor que escribe novelas a pedido, para empezar a escribir para sí mismo; comienza aquí a cosechar la siembra de tantos años de trabajo y de lecturas.
Confieso que inicié el libro sin nunca antes haber leído nada de él. Confieso también que, si con su lectura yo esperaba encontrar una novela propiamente dicha, quedé decepcionado en breve. Las páginas empezaron a transcurrir sin que lograra encontrar la punta del ovillo novelesco; cruzaba las hojas a la espera de que en algún momento un párrafo se encadenara a otro, y diera comienzo a una historia ordenada, pero como eso no llegaba nunca, frené su lectura y cerré el libro, con cierto desaliento. Por alguna razón, sin embargo, recordé de mis años de estudiante de Diseño Gráfico una ley que postula que al momento de la percepción de algo nuevo o desconocido, todo es caos al principio, pero luego la mente va encontrando el orden subyacente entre las cosas o elementos que la conforman. Así, en la re lectura de “La soledad del lector”, aquel caos empezó a cobrar otra forma.
El libro abre con un hombre que desde sus primeras líneas se nos presenta (y al hacerlo, nos incluye) cuestionándose:
“He venido a este lugar porque allá no tenía ninguna clase de vida.
Yo, ¿y el Lector?
El Lector ha venido a este lugar porque allá no tenía ninguna clase de vida.”
La persona que escribe esto reconoce, en el devenir de la obra, que ya no es joven, y que acaso vislumbra la vejez; es un hombre que se aparta voluntariamente del hormigueo de la ciudad y va buscando la soledad a una casa en la playa, donde cerca también hay un cementerio en desuso.
El hombre en cuestión está solo; o, para decirlo mejor, el hombre está solo, en lo físico, pero nos va mostrando que está interiormente poblado por su bagaje literario. Las dos figuras centrales de la obra son las que nos ha presentado con sus primeras palabras: el Protagonista y el Lector, figuras que se confunden en todo momento, porque Markson se posiciona a la vez como el uno y el otro durante el transcurso de las páginas. En el escenario que nos propone, un hombre cuya vida ha sido marcada por su amor a los libros y sus correspondientes lecturas, un hombre que a través de los años ha acumulado anotaciones, curiosidades y datos, inicia un proyecto de novela, y nos participa de ese proyecto mediante el extraño recorrido que supone este libro.
Lo novedoso, lo que irrumpe, lo que incomoda, es que para escribir su novela, Markson la despoja de todos los elementos que hacen a una novela -al menos a una novela tradicional-. Los personajes, la trama, la ambientación, la estructura, simplemente no están; es como si el escritor nos propusiera construir una casa, pero para hacerla nos damos con que prescinde a la vez de ladrillos, mezcla, vigas, etc; es más, trabaja sobre algo que ni estructuralmente es una casa. Tras el caos inicial, el Lector comienza a poblar el vacío espacio que habita; va construyendo, sin una clara continuidad, a base de citas, aforismos, frases, anécdotas literarias, raros datos históricos y rarezas varias. Mención aparte aquí, para esas excentricidades que Markson incluye repetidamente en el libro, como si fueran un decorado, con el dato de personalidades que presume antisemitas, o de celebridades suicidas de la historia.
De esta manera, en una línea podemos leer:
“Mientras peleaba con su mujer, borracho, una vez Paul Verlaine arrojó a su hijo de tres meses contra una pared.”
para continuar con:
“Santo Tomás de Aquino era antisemita.”
Estas repeticiones aparecen y reaparecen durante el transcurso de la lectura, comprimiendo o descomprimiendo el relato (por llamarlo así), como sillas en que nos sentamos por un momento, en el largo recorrido literario por el cual nos conduce. Así, fui hallando que esta no era una novela en el sentido formal, sino que está construida desde otro punto, y seguramente su lectura debe acometerse más con cierto asombro lúdico, que con alguna esperanza de estructura literaria.
Una soledad no tan solitaria
En el devenir de la obra, a la anécdota histórica del tipo :
“Los cuadernos de Leonardo indican que supo antes que Copérnico que el sol no se movía.”
se le suma la literaria:
“El padre de Albert Camus murió en la Batalla del Marne cuando Camus tenía unos pocos meses. Su madre era empleada de limpieza y analfabeta.”
o a veces pasando simplemente por el dato:
“La Elegía de Gray tiene ciento veintiocho versos. Gray tardó siete años en escribirla”
El amor, la muerte, el suicidio, el antisemitismo, la vejez, las manías, Markson nos lleva a recorrer ese especie de museo de su memoria y de su intelecto, cuya forma final adivina (en sus propias palabras) como un “patchwork, assemblage, collage”, en lo que supone ser el mejor resumen de esta obra. Cada tantas frases, también, el Lector se interroga, aparece en escena con unas pocas palabras, como para decirnos que está ahí, que es quien nos guía por esos intrincados pasillos de su mente, y entonces nos participa de algún pensamiento propio, nos comenta algo de la posible trama, algún detalle del Protagonista y de su historia, y hasta nos comparte sus dudas en cuanto a lo que desea ejecutar con su proyecto.
“El Lector y esta idea suya.
El Lector y su mente llena de confusión.
¿Qué es una novela en todo caso?”
Estas apariciones funcionan, por un lado, como esas menciones a celebridades antisemitas o suicidas, que cambian el aire del relato, pero también -y he aquí, a mi juicio, lo importante- funcionan como toda una declaración del autor, y es que en realidad con este libro el Lector/Protagonista (Markson) trata de decirnos que estamos de paseo por su mente y por sus recuerdos literarios, por sus obsesiones, sus miedos, sus sueños, etc.; para mostrarnos cómo es esa “Soledad del Lector” en la que vive, para revelarnos, en última instancia, las multitudes que a veces nos habitan.
(*) es ilustrador, escritor e integrante del equipo de Prensa de la CPE. En 2022 publicó el libro de relatos breves «Los juegos»