Lucas integra la Selección Argentina mayor de vóleibol y se prepara para nuevos desafíos con los pies en la tierra y la mirada puesta en el futuro.
Por Florencia Cordero
Desde las playas de Mar del Plata hasta las ligas más competitivas de Europa, Lucas Conde traza su propio camino en el vóleibol profesional. Hijo de Martín Conde –referente del beach volley argentino y olímpico en cuatro oportunidades-, Lucas integra hoy la Selección Argentina mayor indoor y se prepara para nuevos desafíos con los pies en la tierra y la mirada puesta en el futuro.
La historia del joven marplatense, nacido en 2004, se gesta en una ciudad con fuerte tradición deportiva. Criado en un entorno familiar ligado al deporte, comenzó a jugar al vóleibol en el club Once Unidos. Hoy, con apenas 20 años, ya suma experiencia internacional tras tres temporadas en Europa, dos en España y una en Francia, donde viste la camiseta del París Volley.
“Formar parte de la lista oficial de la Selección mayor es un sueño desde chico”, cuenta con orgullo. Y reconoce la influencia de su padre: “Él me transmitió mucho como jugador y como persona. Siempre me inspiró”.
Aunque su apellido remite inevitablemente al beach volley, Lucas eligió el camino del vóleibol indoor. “Hoy en día dedicarse al beach volley no es fácil. Mi papá siempre me lo dejó claro. En el indoor hay un proyecto más sólido”, explica.
En su paso por París, además del crecimiento deportivo, Lucas también vivió un fuerte contraste cultural. “París es una ciudad hermosa para vivir, especialmente a mi edad. A veces caés en que estás caminando por lugares históricos que todo el mundo sueña con conocer, y vos lo vivís como parte de tu rutina”, comenta. Si bien admite que con el tiempo se “normaliza” esa experiencia, nunca deja de sentirse “un poco turista”.
Adaptarse a un estilo de vida diferente, convivir con compañeros de distintas nacionalidades y desenvolverse en otro idioma fueron desafíos que asumió con naturalidad. “Me gustó mucho el estilo de vida allá. Disfruté cada lugar en el que estuve”, afirma en el CENARD en un alto de los entrenamientos con el equipo argentino rumbo al Mundial.
Con la mirada en el futuro, Lucas no pierde de vista los objetivos inmediatos. “La Selección es la prioridad. Aún no está definido el equipo que viajará, pero la VNL y el Mundial son los grandes desafíos del año”, reconoce. En cuanto a los Juegos Olímpicos, si bien sueña con representar al país, su filosofía es clara: “Pienso más en el día a día, en seguir mejorando y aportando donde me toque”.
A la hora de hablar de su padre, Lucas admite que con el tiempo fue tomando verdadera dimensión de su trayectoria. “Mi papá jugó cuatro Juegos Olímpicos. Antes no me daba cuenta de lo que eso significaba, pero ahora que estoy dentro del sistema y veo lo que implica un proceso olímpico, me parece una locura”, reflexiona. “Es algo que valoro cada vez más”.
Al referirse a Mar del Plata, no duda: “Siempre va a ser mi casa. Ahí crecí, tengo a mis amigos, mi familia y mi primer club. Me encanta volver y disfrutar de sus playas”.
Lucas recuerda con una sonrisa su paso por Once Unidos, el club marplatense donde empezó a construir su vínculo con el vóleibol y donde formó sus primeros grupos de amigos. “Formé parte de mi primer club, Once Unidos, que jugué ahí durante mucho tiempo”, rememora. Esa experiencia, como ocurre con tantos deportistas argentinos, le dejó una marca que va más allá de lo deportivo. “En Argentina se acostumbra mucho a tener un lugar de base, donde uno se puede apoyar en algún momento. Creo que eso es algo muy importante que se genera acá”, destaca.
Aunque lleva el apellido de una leyenda del vóleibol, Lucas Conde va construyendo su propia historia. Con humildad, esfuerzo y dedicación, representa una nueva generación de deportistas argentinos que llevan el nombre del país -y de su ciudad- por el mundo.
Un legado olímpico
El apellido Conde resuena en el deporte argentino desde hace décadas. Martín Conde, padre de Lucas, es una figura emblemática del beach volley nacional e internacional. Representó a la Argentina en cuatro Juegos Olímpicos consecutivos -Atlanta 1996, Sidney 2000, Atenas 2004 y Beijing 2008- dejando una huella imborrable en la disciplina. Junto a Mariano Baracetti, alcanzó la cima del mundo al consagrarse campeón mundial en 2001 en Klagenfurt, Austria. Un año después, la misma dupla se
coronó en el Tour Mundial de la FIVB, una de las competencias más exigentes del circuito.


Además de sus actuaciones olímpicas, Conde fue distinguido como el Mejor Defensor del Circuito Mundial en 2006 y obtuvo victorias en torneos destacados como el Lignano Open de 1997 y el Mar del Plata Open de 1999. Más allá de los títulos, su carrera es sinónimo de compromiso, perseverancia y pasión por el deporte, cualidades que hoy inspiran a su hijo Lucas en su propio camino como atleta de alto rendimiento.