Por Agustín Espada (Dr. en Ciencias Sociales (UBA), investigador del CONICET y director de la Maestría en Industrias Culturales de la Universidad Nacional de Quilmes)
Los canales de streaming son el emergente de la combinación entre los errores de los medios tradicionales y la expansión de nuevos espacios de consumo de contenido digital. Funcionan en el segmento social que los medios desprotegieron: los jóvenes. Explotan las interfaces de consumo online más masivas: Youtube e Instagram. Utilizan géneros, formatos y lenguajes pre-existentes y pre-exitosos: la radio, la televisión y la charla.
De 2020 a hoy, creció la oferta de programas y programaciones que se ofrecen de manera sincrónica y de forma exclusiva por YouTube y Twitch. Los “canales” de streaming reciben este nombre por la forma en la cual se nombra a las “cuentas” de YouTube y Twitch pero se plantan sobre la concepción tradicional de “canal de televisión” como oferta sincrónica y en vivo de contenido audiovisual.
Durante la pandemia y con Twitch, algunos productores se dieron cuenta que algo funcionaba entre los jóvenes y los contenidos en vivo. Que los canales, además de servir para “colgar” videos, podían ser utilizados para “streamear”, profundizar las comunidades a fuerza de interactividad y generar el contenido más genuino para viralizar: “el vivo”. Que las transmisiones audiovisuales podían usar estudios chicos, planos poco ortodoxos, cromas infinitos y rostros en primerísimos planos. Entre el Rubius y Vorterix. Algo de radio televisada, de lo más básico de la televisión por cable pero con respuestas a los códigos culturales nuevos.
Ese público realmente huérfano en los medios tradicionales, los jóvenes, resultaron ávidos consumidores de contenidos en vivo. A contracorriente de lo imaginado por muchos analistas y productores.
La generación “on-demand” se conecta a transmisiones en vivo y los más fanáticos llegan a pagar suscripciones a sus productores y producciones preferidas. Primero estuvieron los contenidos pensados para esa audiencia, luego llegó la audiencia y recién después las marcas y el financiamiento. Un camino muchas veces descuidado por los medios tradicionales, que se olvidaron de construir nuevas audiencias (más allá de la edad).
En el streaming hay lugar para canales de entretenimiento, pasativos y también con contenidos políticos. Hay verdaderos “shows” con grandes producciones y otros espacios más precarios. No solo hay jóvenes “viendo” y “escuchando”, también los hay del otro lado de los micrófonos y las cámaras. El streaming da visibilidad y oportunidades a aquellos productores de contenidos que empujan pero no llegan a la radio y la tele.
Pero el streaming no es la tierra prometida. Sin mencionar casos puntuales, por cada proyecto exitoso hay dos o tres extintos. Casi todos están generados, dirigidos o coordinados por profesionales de los medios tradicionales. Y aún está pendiente el capítulo de la sostenibilidad económica. Llevan poco tiempo y aún no alcanzan su techo. Es más, hacen crecer a otros contenidos en vivo para otro tipo de audiencia (por ejemplo las transmisiones audiovisuales de emisoras de radio).
Pensar en la capacidad del streaming para reemplazar o desplazar a la televisión tradicional del corazón de la escena mediática es complejo.
La masividad de los medios tradicionales es aún inalcanzable para cualquier formato digital. No solo canales de stream: podcast, newsletters, influencers, etc. La potencia social de la televisión otorga verdadera transversalidad social a las personalidades, acontecimientos, agendas, contenidos.
Sucede, al mismo tiempo, que hay cada vez menos contenidos realmente masivos en la televisión tradicional. La desagregación de audiencias vuelve más esporádica la capacidad de la televisión de dominar la agenda social. Pero su potencia aún está latente.