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enero 30, 2025
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Tomás Rebord en Mar del Plata: “En la tensión entre orden y caos hay un margen de maniobra en el que siento mi mejor rendimiento”

En una nueva presentación en el ciclo Verano Planeta, el streamer colapsó el Costa Galana con la presentación de su primera novela Comentarios al Náucrato.

Por Lucas M. Alarcón 

El comunicador y escritor Tomás Rebord presentó su primer libro, Comentarios al Náucrato, en el clásico ciclo «Verano Planeta» de Editorial Planeta, que ya lleva 28 ediciones ininterrumpidas. El evento, realizado en el emblemático Hotel Costa Galana de Mar del Plata, reunió a un público numeroso que formó largas colas para escuchar al autor. Rebord, conocido por tener una apasionada comunidad de seguidores, cautivó a los asistentes con su muy personal estilo, ya consolidado como una de las voces más disruptivas en la discusión pública actual.

Horas antes del evento, el creador de El Método convocó a la primera «Rebordferencia de prensa» de la historia en la estuvo presente Bacap, un encuentro informal en el que dialogó largo y tendido con un puñado de periodistas. Fiel a su impronta, vistiendo una bata con el monograma del Costa Galana, Rebord respondió preguntas sobre la continuidad de su programa de streaming Hay Algo Ahí en el canal Blender, la actualidad política y social, y, por supuesto, el complejo universo de El Náucrato. 

“El Cabrakan es una mezcla entre El Bananero y Pepe Mujica”

La novela sigue a un periodista obsesionado con el Náucrato, un libro sagrado similar al Necronomicón o el Aleph, que guarda secretos ocultos y ha generado una comunidad de fanáticos conocida como los buscadores. En su búsqueda, el periodista hará todo por desentrañar los misterios del libro y de su enigmático profeta, el gran Cabrakan.

¿A quién simboliza Cabrakan? ¿Representa a alguien real o a alguna figura en particular?

El Cabrakan tiene algunas figuras masculinas de mi infancia: mi abuelo, mi tío, mi viejo. Además, el último capítulo está influenciado por Pepe Mujica. Quería terminar en Uruguay porque me parecía un símbolo ambiguo: por un lado, el tipo que se aísla, se encumbra y se ensimisma, y por otro, un chanta que se va para no pagar impuestos. Hay también una tensión en el texto: el encuentro con el Cabrakan no es celebratorio, sino un enfrentamiento con una figura fallida, un narco roto, alguien que invita al narrador a no seguir su camino. En todo el libro hay guiños de la indecisión del narrador sobre qué quiere para su vida, algo que uno atraviesa a los 27 años, cuando empieza a cuestionarse su rumbo. El Cabrakan representa la exacerbación de un individualismo sin sacrificios, un culto a la personalidad que, al final, demuestra que no había nada ahí, solo un camino estético y circense. Para mí, escribir al Cabrakan fue una forma de fetichizarlo y, al mismo tiempo, de dejarlo ir. 

¿Sabés qué hay del del Cabrakan también ahí que es interesante? Hay algo de El Bananero, un personaje al mango y que a veces vos también podes conocer a la persona detrás. Es raro decir que el Cabrakan es El Bananero y Pepe Mujica (risas), pero los dos son uruguayos. O sea, es definitivamente uruguayo.

¿Qué sentís cuando alguien llega a tu libro sin saber quién es Tomás Rebord? Me refiero a lectores que no están familiarizados con tu trabajo, que no vieron Hay Algo Ahí, El Método o Maga, pero que quizás lo encuentran en Mar del Plata y deciden leerlo en la playa. 

Soy completamente honesto. Por el libro me ha escrito gente que no me conocía, y me parece fascinante. ¡No tanta eh! Pero yo creo que todavía el grueso del consumo tiene que ver con gente que me ve en otro formato y que, a lo sumo, dice: «A ver el libro de…». Pero sí puedo decirte lo que intenté hacer, que también trato de hacerlo en cada cosa que hago. Yo quise que el libro sea autoconclusivo en su consumo; no me interesa que, para disfrutarlo, tengas que verte primero 15 Magas. Pero no quería, y esto siempre es una preocupación muy grande para mí, que la persona que haya visto todo lo que yo hice no se sienta respetada, homenajeada o que no encuentre sus guiños personales. Porque mi fórmula nunca fue de masividad. O sea, cuando armo un formato no pienso: «Uh, ¿qué temas puedo mezclar para que esto garpe?».

Pero cuando alguien que vio todo lo que hice lee el libro, es inevitable que me reconozca en la escritura, que se encuentre con un textual de un programa. Entonces, ¿qué hago para que esa persona encuentre esos guiños y los disfrute, pero que no sean excluyentes? Yo no quería hacer un libro lleno de referencias que solo disfruten 15 hagoveros trastornados y que repela a los demás. Fue intentar equilibrar los dos lenguajes: que si alguien no conoce nada, si lo compró por recomendación y no sabe quién soy, mejor. 

“Me gusta la gimnasia del vértigo”

¿Qué podemos esperar este año con respecto a Hay algo Ahí, tu programa actual?

Hay Algo Ahí todavía no está en vista de muerte porque, para mí, tiene mucho por explotar. Eso recién lo encontramos a finales del año pasado, con cosas como el viernes japonés con Jacobo Winograd, Ari, el Gordo Ventilador, que fue demencial. O el especial de Harry Potter, o el final de temporada, que tuvo una audiencia de 20,000 personas mirando en vivo, una bestialidad, sin ningún elemento de coyuntura. Fue un exabrupto, porque no tenía un gancho como “hoy tal persona va a declarar tal cosa”, era todo endogámico, todo lore interno construido durante el año. Entonces ahí pensé: “Esto se puede”.

Yo no lo mataría ahora porque recién tiene los engranajes. Además, fue un año que me pasó por encima: el nacimiento de mi hijo, el programa nuevo, y otras variables personales. Te digo, lo hice medio en una nebulosa. No puede morir por una cuestión de rendimiento; si muere ahora, sería demasiado pronto. Da para un año más, seguro.

Tomás, decías que en las últimas semanas encontraste el tono del programa. ¿Puede decirse que hay una especie de caos donde te activás creativamente al seguir esa línea y sacar lo mejor de cada cosa?

Sin dudas, sí. Por ejemplo, vuelvo a ese programa que fue un delirio: el del Gordo Ventilador, Jacobo, Big Ari. Ese programa me escribió gente diciendo “estoy nervioso” o “me siento mal”. Incluso mi viejo me escribió y me dijo que estaba todo chivado, transpirado. Fue una experiencia tensionante.

A mí me pasa algo que suena contradictorio, porque no soy alguien que arma formatos desde la improvisación. De hecho, mis programas no funcionan así. Por ejemplo, hay un programa que sí opera muy bien de esa manera, y me consta: Paren la Mano. Luquitas Rodríguez construyó una dinámica —y yo formé parte, así que lo vi desde adentro— donde no hay guión ni temas del día. La producción ahí es complicadísima porque todo es: “¿Hoy qué hacemos? No sé”. Funciona, pero no me gusta eso. No me gusta el “cada día vemos qué encontramos”. Pero en ese programa, el del Gordo Ventilador, si vos querías volantear mucho, te rompía el auto.

Yo prefiero armar. Me gusta un concepto, me gusta una idea, pero también necesito espacio. Me gusta armar lianas, como si me agarrara de un punto y supiera que tengo que llegar a otro más allá. En el medio, no tengo idea qué hay. Y ahí, en ese vacío, sucede algo lindo. Esa gimnasia del vértigo. Es lo mismo que en El Método. En El Método me dijeron mil veces, y muchas veces también te comés puteadas por eso: “¿Cómo no preparaste más esto o aquello?”. No, yo preparo, pero de una forma distinta. A mí me gusta que también exista la posibilidad de la charla. 

Para mí, el diferencial de El Método era justamente que te entregabas a eso. Yo sabía que había cuatro cosas interesantes con esa persona, pero si en el medio surgía hablar de literatura, hablábamos de literatura. Y que suceda. Para mí, esa tensión entre orden y caos es donde existe un margen de maniobra en el que me siento en mi mejor rendimiento.

O sea que lo estás disfrutando, por más que sea una obligación diaria.

Pedro Rosenblat me preguntó si alguna vez miraba el reloj mientras hacía el programa. ¿Sabés qué? No. Incluso en los peores días, en momentos complicados a nivel familiar o los más heavy de este año, uno puede estar estresado, enroscado, lo que sea, pero esas dos horas son sagradas para mí. Es lo que intento consagrar cuando siento que estoy, o creo estar, haciendo arte.

Ya sea con un programa o con un libro, para mí siempre se vuelve a una cuestión de ética laboral. Es la única forma de trabajar que conozco, la que me gusta, la que disfruto y respeto. No me sale hacer algo por compromiso. Y, gracias a Dios, tengo la posibilidad laboral de no tener que hacerlo, porque sé que muchos no tienen esa opción.

“Milei me sorprendió en su ejecución del poder”

Tomás, te propongo una distopía: supongamos que no hubiera sufrido la pandemia. ¿Creés que habrías existido vos como figura pública e intérprete de la situación política y social actual? O Milei también, ¿habría surgido igual? ¿O son ambos inevitables?

No, yo creo que igualmente hubiera hecho lo que hice, probablemente de forma diferente. Quizás la relación con el formato habría sido distinta. Pero nunca imaginé otro escenario en el que no estuviera haciendo cosas. Para mí era lo más natural del mundo. Yo iba a estar haciendo esto: sacar un libro, un formato, avanzar en proyectos. Era cuestión de cuándo, de cómo, de ir metiéndome en las rendijas de las posibilidades.

La pandemia, en lo que hacíamos con Caricias Significativas, generó que ese mismo formato, con la misma fórmula —ponerle alma y corazón, que se te vaya la vida en algo—, funcionara. Si hacía un Storybord, iba a ser diferente porque me apasionaba. Si hablaba de Julio Argentino Roca, iba a ser diferente. Hoy, acá en el Costa Galana, el de la pileta me dijo: «Mirá, Rebord, estoy leyendo a Roca». No sé qué ramificaciones tiene eso (risas). Pero que siga pasando, que asocien algo que hiciste hace cinco años con un momento particular, es impresionante.

Con Milei no me sirvió para nada interpretarlo porque nos cagaron a todos igual. Sí creo que veía lo que estaba pasando, y eso principalmente era Maga, ¿no? El lugar donde uno decía: “Che, yo creo que este fenómeno de representatividad es algo que el peronismo podría lograr perfectamente”. Fue una tesis fallida porque no prosperó. También creo que, a esa expresión política se la combatió de la peor manera posible: con temor, con indignación, y sirviendo como acelerador de esos tipos de discusiones que son las reglas del presente, fomentadas por la lógica de las redes sociales. Ahora estamos en el apogeo pleno de eso.

Hoy me preocupa más lo que no veo. Las expresiones de la dirigencia política de la que soy más afín, siguen la misma fórmula que falló, de manera más acelerada, como diciendo: “Esto es una atrocidad, así que en algún momento la indignación acumulada va a rebasar y una nueva representatividad cambiará las cosas”. Lo cual es terrible, porque si esa representación tiene éxito, también es terrible. Es una representación generada por la acumulación de indignación.

El gobierno de Milei, en lo que me ha sorprendido, es en su ejecución del poder. Para ser un equipo de delirantes absolutos, y lo digo con un elogio, son muy prolijos, ordenados y verticales.  La sola aparición de la conducción trae pros y contras. En contra, Argentina está carísima. Es una contra que el gobierno claramente eligió. ¿Sabés lo que es elegir tu costo? 

Alberto Fernández no eligió ninguno, por eso tuvo todos. Ese era el principal problema del gobierno del Frente de Todos: no elegir nada, lo que abría un frente por día. Ahora, el gobierno ordena claramente su política: “Lo que voy a hacer es estabilizar el tipo de cambio, voy a frenar la inflación, y tendrá costos”. Después de 8 años de anomia, eso se parece mucho al orden. Y el orden es bueno. La gente prefiere el orden al desorden. No entiendo cómo eso es herético, ¿viste? Yo decía esto en 2021 y me decían “facho”. Y vos decís: ¿quién en su puta vida organiza su dinámica familiar, su día a día en base al caos?

Solo en Hay Algo Ahí (risas)

Solo en ese programa donde invitás al Gordo Ventilador. Y es un caos controlado, porque decís, acá se va a pudrir y que se vaya todo a la mierda, pero solo por dos horas.

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