Buscamos, buscamos y seguimos buscando algo para contar sobre la última de Suar, pero no hallamos nada. No obstante, nos encontramos con la Mar del Plata ideal, con la que todos soñamos.
Por Remigio González
Quien alguna vez estuvo en Mar del Plata sabe que es una ciudad de contrastes. A veces gris y a veces a todo color, merece ser retratada de tal y cual manera, para no perdernos de nada. Hay ocasiones en las que ciertas películas no tienen nada para contar, y usan los paisajes de Mardel para no pasar tan desapercibidas. Mi tarea hoy es buscar algo de película en Corazón loco, la última colaboración entre Adrián Suar y Marcos Carnevale.
A qué difícil tarea me he encomendado. Seamos pragmáticos, y apuntemos al elefante (marino) de la habitación: la película es mala. Son casi dos horas de no sé muy bien qué, donde pasan algunas cosas pero no me las acuerdo.
Adrián Suar, interpretado por Adrián Suar, nos explica desde el principio que su corazón, además de loco, es muy grande. Gigante. Enorme. Ama tanto y tanto que ama a dos mujeres a la vez, y vive una doble vida, con doble familia, doble perro, doble departamento y doble a la izquierda. Esta vida multiplicada por dos lo obliga a moverse entre Buenos Aires, donde vive con Vera, y Mar del Plata, donde vive Paula. Son justamente en esas transiciones donde mejor podemos ver a Mardel, siempre radiante. Busquemos, entonces, La Perla entre el lodo.
Por suerte, el primerísimo establishing shot es una toma plena del mar que arriba a la Rambla Casino. Las tomas aéreas de la ciudad son excelentes, y le imprimen aunque sea un poco de ritmo a una película sin oído musical. Con el ritmo debería venir también el timing, pero no: son 108 minutos divididos en tres actos, que resultan ser muchísimos. Justo cuando parece que se está por llegar a una especie de conclusión, en una escena roja dentro de un restaurante chino, en el reloj todavía faltan cuarenta minutos. Me parece ver a Lavand en Marcos Carnevale porque, evidentemente, no se puede hacer más lento.
De igual forma, no vemos a Mardel solo a través de un drone. En más de una oportunidad disfrutamos del mar turquesa vibrante, efecto sólo apreciable con el cielo bien despejado. En todas las escenas en Mar del Plata hay sol, con una sola excepción: cuando ambas esposas descubren el engaño y planean la venganza (y dan comienzo al tercer acto), en Mar del Plata llueve. Hay una consistencia entre diferentes directores de invocar a la lluvia cuando la soga está a punto de cortarse, tal vez para acentuar la tensión con imagen y sonido acorde. No confundir la lluvia con el agua de un regador, porque ese fue solamente el cuarto cliché más gracioso de la película.
La búsqueda continúa
Habla bastante sobre el film que el personaje mejor escrito, mejor actuado y el más creíble sea el de Gonzalo, el amigo del protagonista, representado por el siempre bueno de Alan Sabbagh. Es el único personaje que no es inverosímilmente ingenuo, y en muchas ocasiones parece romper la cuarta pared para cuestionar directamente al guión. Si a un personaje secundario le cuesta creer la trama, cuánto nos queda a nosotros los espectadores.
Hay tomas fantásticas, como la que captura al edificio Havanna con la ciudad nocturna de fondo. Al mismo tiempo hay escenas que, de forma inexplicable, saltaron de la sección Escenas Eliminadas del DVD al corte final en Netflix, como la práctica de cierto acto sexual con “mucho entusiasmo”, y con el remate “Cuidado, tengo una sola”.
El desenlace también es extraño. Vera y Paula deciden montar un simulacro, una simulación de la que Szifrón debería tomar nota. Esa es la gota de sangre que rebalsa hasta el corazón más grande, y subraya el principal problema de la película: le exige al espectador una suspensión de la incredulidad tan grande que todo evento, por importante que sea, pierde relevancia. Al principio nos obliga a creer que es posible mantener semejante mentira durante nueve largos años. También nos pide que pensemos que la idea de castrar al protagonista es una forma aceptable de venganza, y que ese fin justifica todo medio. Y, al final, nos fuerza a aceptar que es posible caer al vacío desde un cuarto piso de espalda y salir prácticamente ileso.
Estas son demasiadas licencias para una comedia de enredos que está por debajo del promedio. Tenemos la buena fortuna que las breves secciones donde vemos a Mar del Plata nos encontremos con una ciudad impactante, llena de color, sol y playa. La Rambla del Casino, la costa y el edificio Havanna nos muestran, quizás, la Mardel más turística, la zona costera más importante del país, la Mardel de postal. No obstante, esto no redime a una película mediocre. Muy a pesar de Suar, hay una gran distancia entre hacer un gran papel y hacer un papelón.