Investigamos la primera gran producción de Mariano Blanco, en busca de una Mar del Plata que ya pasó.
Por Remigio González
Algo pasa con el número tres. No sé muy bien qué, pero siempre está. Había tres chanchitos y eran tres los tigres que tragaban trigo. Eran tres Reyes Magos y Tres Marías. Tres carabelas, tres dimensiones, tres mosqueteros… No debe ser casualidad que en Somos nosotros se cuentan tres breves historias de tres amigos que andan en skate. Que lástima que el skate tenga cuatro ruedas, porque no me deja cerrar el párrafo como me gustaría. De todas maneras, es vigente mi misión de encontrar postales de Mardel a 24 cuadros por segundo.
Para no desentonar, Mariano Blanco se involucró en tres tareas: dirección, guión e interpretación. Somos nosotros es su primer notanlargometraje, que con su estreno en 2010 y proyección en el duodécimo BAFICI, Blanco lo define como un mini éxito personal. En ese festival, además, la película recibió el Premio Especial del Jurado, un galardón que cobra gran valor para una obra que se produjo en su totalidad en tres meses. Si, tres.
Como dije, son tres las historias. Todas con algunos ejes en común: un varón y su vínculo con una mujer, el skate, la amistad y una temprana adultez todavía mezclada con una adolescencia tardía. Y, por supuesto, Mar del Plata. Blanco, el director, cuenta que eligió a Mardel como locación porque ahí pasó muchos de sus veranos cuando era joven. Blanco, el actor, nos lo muestra en el primero de los relatos.
En el primer acto, en Mar del Plata es de día. Hay sol y hace calor. Un grupo de amigos comparte una casa cerca de lo que parece Ruta 2, justo entrando a la ciudad. Bebe, el personaje interpretado por Blanco, trabaja en una farmacia, y le toca repartir medicamentos en moto. Después de varios repartos y de un breve romance en dos ruedas, aparece a quien buscábamos: Playa Varese ocupa todo el plano, y podemos ver uno de los últimos registros en alta definición del ya demolido Hotel Hurlingham, que otrora fuera una de las postales más icónicas de La Feliz.
Piano piano si arriva lontano…
La película se mueve al ritmo del cine francés: si la escalinata de Varese tiene, digamos, ciento cincuenta escalones, veremos a nuestro protagonista bajar ciento cuarenta y siete antes de que la escena cambie. Es una búsqueda válida, especialmente para un film que no anda a las apuradas, que no tiene que vencer a un villano ni desactivar ninguna bomba. La obra propone abrir una ventana durante un poco más de una hora, para espiar la vida de tres jóvenes marplatenses. Será al compás que los muchachos decidan.
Cada tramo de la película termina con una reunión entre amigos que andan en skate. Ese específico ritual marca el final de una historia y el comienzo de la siguiente, y es el nexo que hilvana todo el relato. En el segundo acto es Lorenzo a quien seguimos. Es curioso que Lorenzo empieza a subir las escalinatas de Varese, pero termina de subirlas en Puerto Cardiel y Bahía Bonita con el sol bastante acostado. En un corte de cámara se recorrieron más de 6 kilómetros, y vimos que la Mar del Plata que nos muestran en Somos nosotros es uniforme: deshabitada, un poco vacía y con la saturación baja. Incluso las luces de neón del centro marplatense parecen no brillar. ¿Luces de neón en el centro marplatense?
No nos distraigamos con tecnicismos: me vendrían bien unas anteojeras para no desviarme. No soy viejo ni soy lobo, pero hay algunas cosas que no se me escapan. Aunque las tres historias que se cuentan suceden en Mar del Plata, no todas las escenas fueron filmadas en la ciudad. Hay algunas locaciones en el centro bonaerense, en la peatonal Lavalle y calles circundantes. Mis ojos, aún con la visión periférica obstruida, ven perfectamente. Las transiciones, no obstante, camuflan bien las calles bonaerenses entre las marplatenses, y solo los locales de la ciudad costera identificarán las escenas impostoras.
La breve historia de no-amor de Lorenzo termina en alguna plaza bonaerense, que funciona como un buen reemplazo a nuestra Plaza Mitre. Nuevamente, el skate y los amigos cierran y abren sendos relatos, a la vez que los conectan. La tercera y última historia es comandada por Tomás Scicchitano, famoso skater y mejor conocido como Koala en tierras costeras. El del marsupial apodo transita ahora si el centro marplatense, en la calle Moreno con especial ahínco. Vemos el ya extinto arcade en la esquina de Moreno y Entre Ríos, que saca a relucir sus luces y sonidos en una Mardel nocturna y cuasi vacía. También es un vistazo a las últimas épocas de la ciudad con marquesinas publicitarias, antes de que fueran removidas por Ordenanza Municipal en el año 2012.
Koala busca y rebusca a Ana, y no la encuentra. Sabe que va a estar en una fiesta en Camet y, por un nuevo bloop en el continuo espacio/tiempo, se lo ve yendo a esa fiesta manejando cerca de los silos del puerto, y en dirección contraria a la supuesta. La continuidad, sin embargo, no es esencial para contar la historia: llega a la fiesta, pero Ana no está.
La película cierra con Koala volviendo a la ciudad, esta vez desde la dirección correcta, por Acceso Norte. En el camino se encuentra con sus amigos, y todos van a alguna playa de la zona norte de la ciudad. Ahora si vemos el alba multicolor, con un grupo de amigos viendo el amanecer. Juegan, se pelean, pero todos se frenan para ver el sol salir.
Quienes gocen de buena memoria recordarán el breve ensayo con respecto al número tres varios párrafos atrás. También dije que no soy viejo ni tampoco lobo, pero lo que no dije es que si soy mentiroso. Mentiroso porque, en realidad, son cuatro historias las narradas en Somos nosotros, y no tres. A la vida de Bebe, Lorenzo y Koala se le suma una cuarta arista al polígono: la amistad incondicional y sin prejuicios, y el disfrute de una fracción de la vida que, melancólicamente, jamás regresa.