Dentro de la Unidad Penitenciaria N°15 de Batán, funciona la Cooperativa Oktupak, que formó un equipo de rugby con el que busca educar de valores a los internos que lo forman. La cárcel como proceso de reinserción social y no como un aguantadero de supervivencia.
Por Juma Lamacchia
Toda persona que pasó por una cárcel, desde el lugar que sea, dice que es un sitio que alguna vez hay que conocer. Sin mucho sentido, es una frase que cuanto menos la escuches, mejor. Pero cobra fuerza y valor a la hora de cumplirla.
Los pasillos son túneles de entrada a lo más parecido a la angustia. Fríos, altos. Diría que largos, pero la salida es una cuestión de tiempo y no de metros. La primera reja se cruza sabiendo que al dar el primer paso el metal choca detrás de nuestra nuca, como el martillo de un juez que significa sentencia. Porque en una cárcel no hay sistema de seguridad que logre ser eficiente sin el uso de la fuerza. Las rejas se cierran fuertes, como si el sonido certificara lo que logra un candado.
El cartel de entrada marca que el total general es de 1457, procesados 533, penados 924, régimen abierto 94 y que solo 4 se encuentran en el Hospital Interzonal General de Agudos. Solo números. Eso pasa a ser cada una de las personas que se encuentran privadas de su libertad. Un número más dentro de un sistema carcelario con estructuras fuera de estado, con falta de recursos, bajo un sistema judicial que los ignora y la corrupción que corre más rápido que la pelota.
Bajo un sol radiante aunque no caluroso del todo, que anticipa la primavera en Mar del Plata y Batán, un grupo de internos se encuentra en el patio haciendo algunos ejercicios de entrada en calor que hace cualquier equipo de rugby en el mundo. Llega el entrenador, todos detienen sus movimientos y se acercan uno por uno a saludarlo para escuchar sus órdenes.
Cooperar entre todos
Juan Manuel Aiello no solo entrena al equipo de rugby de presos de la “Cárcel de Batán”, también es el titular de la Cooperativa Oktupak, que funciona hace más de diez años tanto dentro como fuera del penal con la intención de trabajar en la reinserción social de los internos y lograr un futuro laboral.
En el año 2009 el Juez Esteban Viñas introduce el deporte como herramienta educativa dentro de la Unidad Penitenciaria N°15 y al poco tiempo logran formar un módulo de alojamiento para quienes habían adherido al programa “Recuperar Vidas” que impulsa la ONG Cambio de Paso.
Además de la exigencia deportiva, los internos se encuentran bajo la obligatoriedad de concluir sus estudios primarios y secundarios para luego continuar con un terciario o carrera universitaria y trabajar o capacitarse en cuestiones laborales. Prácticas comunes fuera de un penal que cualquier persona tendría en su horizonte. El objetivo es la reinserción en la sociedad para quienes recuperan su libertad y la no reincidencia al finalizar su pena. Toda persona privada de su libertad tiene derecho a la educación, promover su formación integral y desarrollo pleno.
El Toro, como se lo conoce a Juan Aiello, dirige la práctica y coloca conos naranjas ocupando el largo y ancho del patio penitenciario, ubica a sus jugadores en filas agrupadas e indica que la primera actividad se centra en el pase de la pelota a un compañero. Los mira, les grita, los corrige y exige: “¿Qué situación de la vida voy a dominar si no puedo pasar una pelota?”.
El mensaje es claro, porque el objetivo también lo es. El hecho delictivo que llevó a cada uno de los internos a encontrarse alojados en la cárcel es un duelo personal que seguramente los acompañe por mucho tiempo, pero eso no debe quitarles de encima la posibilidad de sentirse alguien: en este momento dejan de ser el número que la puerta de entrada indica a los visitantes. El Toro los obliga a mirarse a la cara y llamarse por un nombre. “Tengan una identidad, eso los va a formar como equipo”, repite. Muchos de los jugadores son nuevos y por eso no todos recuerdan los nombres. Para lograr ingresar a este pabellón se necesita superar una entrevista previa (la cual es solicitada) y estar a la altura de los requisitos que necesita el programa.
Solo dos integrantes no participan del entrenamiento, pero como quien no quiere perderse nada, se encuentran a un costado y colaboran con lo que pueden, mientras dos integrantes del servicio penitenciario cumplen con la función de supervisar que todo se encuentre bajo control. No hay policías custodiando el entrenamiento. J, uno de los internos, manifiesta un dolor en una de sus costillas, producto de una de sus primeras prácticas y avisa que le quedan unos días para lograr el alta. Él es de Necochea, hace dos meses que se encuentra en prisión y dos semanas que forma parte de este grupo y sin dudar, cuenta: “Esto es otra cosa, de acá no me quiero ir más”. Por su parte, K, el otro ausente, un dolor en la rodilla no le permite moverse con total normalidad y además, le dice al Toro: “Estoy comiendo poco”. Una forma de advertir que para realizar entrenamiento físico de alto rendimiento hay que estar bien alimentado, y también de reflejar una de las reglas de supervivencia que tiene la cárcel y muchas veces la comida es un lujo. Algunos internos forman parte del equipo sólo para el deporte pero se encuentran alojados en otros pabellones.
La relación de la cooperativa con el Servicio Penitenciario Bonaerense y el Estado, es de acuerdos público – privados de colaboración en pos de crear las condiciones favorables para la incorporación de los internos a la vida laboral y una mejor estadía durante su paso por el penal.
La cooperativa busca crear un espacio administrativo formal que permita la remuneración por los trabajos realizados. El grupo de internos, además de la práctica deportiva, realiza trabajos de oficio de herrería y carpintería. Así lograron reparar más de 60 sillas de ruedas al PAMI. Pero esto no recibió compensación alguna, más que un pasatiempo entretenido dentro de las mismas paredes que ven todos los días al levantarse.
Las horas pasan más lento cuando uno no tiene qué hacer, el entretenimiento nos permite estar activos y concentrados en un objetivo que nos aísle de la vida cotidiana. Y si esa vida cotidiana es una plataforma de supervivencia, el miedo supera cualquier otra sensación.
Muchos de los internos tuvieron una pasada previa por un “pabellón común” antes de formar parte de Oktupak. Las realidades de las cárceles que nos muestran las series como “El Marginal” no están tan alejadas, pero pueden ser peores. Uno de ellos comparó ambos lugares de la siguiente manera: “Allá vivís en un baño, porque el pequeño espacio que te corresponde, lo tenés que usar para todo. Hay que ser valiente para moverse e ir hasta el baño. Si vos estás tranquilo leyendo un libro y alguien te pregunta “qué onda?”, vos ya sabés que te tenés que levantar y tratar de resolver un problema. Ahí aprendés que dependes de vos mismo, a armarte y a nunca estar tranquilo. Es imposible salir mejor. Acá somos un equipo, no somos compañeros de celda”. Esta última oración hace referencia a las comodidades del pabellón. Las habitaciones están separadas por sábanas, no hay rejas ni cadenas. Mucho menos candados. Uno al lado del otro, con sus cosas guardadas, duchas e inodoros. Un lujo, conseguido gracias al trabajo de la cooperativa y las personas que la llevan adelante.
El rol del deporte
El rugby es un deporte que utiliza sus valores como bandera pero justamente son esos los que fallan en actos protagonizados por sus mismos jugadores desde hace un tiempo en cualquier ámbito social. Acá se puede escuchar con claridad al ex capitán de Los Pumas Agustín Pichot (recomiendo hacerlo siempre que se pueda) sobre este tema en referencia al asesinato de Fernando Báez Sosa en enero de 2020.
Juan Manuel Aiello, entrenador de rugby, no adjudica esos valores a ese deporte. Para él, la actividad lúdico deportiva va formando los hábitos de las buenas costumbres y cultivando valores y virtudes humanas. “Los hechos lamentables que se vinculan a una actividad deportiva, lejos están de lo que pregonan y fomentan los deportes”, aclara.
El entrenamiento pasa a su etapa final, los ejercicios involucran “tackles”, la parte con más contacto físico del rugby. Golpes, caídas, agarrones y algunos insultos al aire, nada que no pase en cualquier equipo. Pero mientras de otros pabellones se escuchan gritos con la intención de provocar una pelea, ellos se miran y se concentran en el próximo turno para mejorar su técnica y que el equipo salga adelante.
La vergüenza es la primera sensación que los aprieta cuando tienen que hablar con una persona del exterior que desconocen. De a poco se sueltan y la conversación es más fluida, aunque algunos sacan pecho y aclaran que la utilizan como impulso: “No me avergüenzo de lo que soy. Es más, me sirve para ver lo que no quiero ser. No volver a hacer las cosas que me trajeron hasta acá”, dice Q, quien hace poco más de un año que se encuentra alojado allí.
El trabajo de la cooperativa los ayuda a ser conscientes plenos de su situación y de cómo salir adelante. La posibilidad de estudiar, trabajar y reeducarse para que el sistema social les permita formar parte. El desafío no es fácil y deberán superar muchas barreras, entre ellas las que ellos mismos se impongan. Dejar de ser un delincuente para intentar ser amigo, hijo, hermano o padre de familia. “Mi sueño es salir de acá, ver crecer a mis hijos, tener una casa, levantarme a trabajar todos los días y poder viajar cuando se pueda”, dice T con una risa mediante y agrega: “Desde que estoy acá mi familia me llama o me visita más seguidos, están orgullosos de verme progresar. Antes hablaba una vez por semana y era para saber si estaba vivo”.
Me siento mucho mejor
La cuarentena producto de la pandemia por COVID-19 también llegó a la cárcel. Tema de agenda nacional a la hora de qué hacer con los internos y si el virus entraba en un penal. Tuvieron miedo, mucho más del que yo tuve al encontrarme solo sentado entre ellos sin ningún tipo de advertencia. Si alguno se infectaba, podían caer como dominó. Como pasó en tantos otros lugares similares. Pero con el cuidado que se necesitaba, ellos mismos establecieron protocolos dentro del pabellón, incluso siendo respetados por los guardias y/o policías.
Aunque la crisis sanitaria no sólo les generó vulnerabilidad, por otra parte, sintieron igualdad. El mundo estaba “encerrado” y para ellos, los días seguían con total normalidad. “Estar en tu casa no es estar encerrado”, dicen varios. Pero uno de ellos, reflexiona: “Por primera vez me sentí útil para mi familia, venían y me preguntaban qué hacer para pasar el tiempo que tenían que estar encerrados y escuchaban nuestros consejos”. Además, la educación virtual los niveló con el resto de los estudiantes, ya que desde un zoom el aula era compartida de igual manera por todos, por eso algunos muestran preocupación por la vuelta a la presencialidad de las clases y posible olvido de algunos alumnos para continuar con el mismo plan de estudio.
El entrenamiento termina, después de relajar todos los músculos es la hora de merendar. El living del pabellón está preparado para tomar el té con galletitas y tener una amable charla entre todos. Formar parte de este grupo no solo los ayuda a pasar el día más rápido de otra manera, también los motiva a formar parte de algo, tener objetivos claros y la aceptación de ellos mismos y de su familia. Saber que detrás de las rejas, algo los espera.
En la actualidad la cooperativa está en contacto frecuente con un grupo de 20 a 26 personas que habiendo cumplido la pena y habiendo dejado la UPXV, se encuentran en las informalidades laborales y necesitadas de poder desarrollarse laboralmente y poder dignificar sus vidas.
Todos los que quieran ayudar a la cooperativa, pueden comunicarse al +54 9 2234 06-2579.
1 comentario
EXCELENTE nota!!!!!