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noviembre 21, 2024
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Cruzar la frontera con una caravana de migrante

Un relato crudo de lo que viven hoy miles de personas en el mundo: la migración. 

Por Melisa Morini

Si algo no me esperaba en este viaje era transitar como una candidata a ilegal. Siempre creí que viajar por tierra trae los beneficios de conocer en profundidad, de vivir a fondo la cultura, de sumar un sello en el pasaporte, agradecer y continuar con la mochila a cuestas para aventurarme en un nuevo territorio con todo por ser descubierto.

Pero jamás imaginé dejar de ser percibida como “gringa” a migrante ilegal en tan corto tiempo. Desde Panamá hasta Guatemala el cabello rubio provocó que me saludaran en inglés y que intentaran venderme cualquier cosa. Una vez llegada al norte del país maya, la percepción cambió y aquí comenzaron a darme otro tipo de indicaciones.

“Hola señor, buenos días. ¿A qué distancia estoy de la frontera?” “Del río pues a veinte minutos más o menos”. “No, de la aduana, donde sellan pasaportes”.

Esa conversación se repitió unos pares de veces, incluso la policía en la ciudad de Tecun Uman agregó si “legal o ilegal” cuando preguntamos por la aduana. Yo quería saber si podía ir a pie, si debía tomar un bus o una mototaxi.. Todavía ingenua, desconociendo una durísima realidad.

Aquí se forma una especie de embudo. La inmigración siempre fue noticia pero parece que ahora mucho más aunque no se conozca en el mundo entero los pormenores de esta cruda situación. ¿Quiénes son, de dónde vienen, a dónde van, por qué se van y por qué quieren llegar a ese destino?

Estados Unidos sigue siendo el sueño americano y la economía el principal motivo que impulsa a que miles de familias dejen todo lo que tienen -por poquito que sea- atrás con el deseo de alcanzar una mejor calidad de vida. A la falta de empleo digno se le suman las consecuencias de la pandemia y la necesidad de desplazarse por lo que provoca el cambio climático. Sin embargo, los dólares siguen siendo el principal atractivo para irse. 

La dura vida del migrante ilegal que busca un futuro mejor.
Travesía en el río Suchiates. La dura vida del migrante ilegal que busca un futuro mejor. Foto: Juan Manuel Blanco | Noticias Frontera Sur | @fronterasur2

El río que cruzan las personas que no cuentan con papeles es el Suchiate, frontera entre los países de México y Guatemala. El objetivo es atravesar México, como puedan, para llegar a Estados Unidos. En el camino, pasan muchas cosas y las que a mí me tocó vivir, no se comparan con lo que atraviesan estos contingentes.

Primer paso

Una vez en Ciudad de Hidalgo, ciudad fronteriza del lado mexicano, un bus me condujo a la ciudad de Tapachula. En esos 37 kilómetros de distancia por lo menos cuatro retenes policiales frenaron al medio de transporte. Debí enseñar mi pasaporte sellado y el comprobante de pago de aduana en todos. 

En el último, me tocó vivir una escena de película. Se lograban divisar personas de a pie al costado del camino, andando bajo el sol ardiente, hombres, mujeres, niños de todas las edades. Ya empezaba a entender de qué se trataba el asunto, el porqué de los retenes, el porqué de los controles.

El bus frenó de repente y esperó unos minutos, corriendo, llegaban a subirse unas ocho o diez personas. Todos muchachos jóvenes y una chica. No la hicieron, no consiguieron continuar camino porque ya estaba frenada detrás nuestro una camioneta de las Fuerzas Armadas Mexicanas. Oficiales entraron en la combi y obligaron a bajar a los migrantes que, transpirados y agotados, buscaban escapar por alguna ventana, sin chance.

“Emigrar no es un delito, no estamos haciendo nada malo” “Queremos llegar a San Pedro para obtener nuestros permisos”.

Foto: Juan Manuel Blanco | Noticias Frontera Sur.

El Instituto Nacional de Migración, en Tapachula, está colapsado. Por este motivo, la situación se ha vuelto caótica y los migrantes elijen movilizarse en caravanas porque, se sabe, la unión hace la fuerza. Hoy, buscan llegar a distintos puntos del país azteca donde puedan realizar el trámite que les permita transitar libremente por territorio mexicano hasta llegar a la frontera con los Estados Unidos. En San Pedro de Tanapatepec existe una de esas oficinas, en Oaxaca. 

En la terminal de autobuses de Tapachula entablé diálogo con Gabriel, un joven venezolano de 20 años que aun guarda la esperanza intacta. Gabriel se fue de su país hace más de tres años, vivió en Bolivia donde trabajaba como “jalador y cobrador” en los colectivos de línea en la ciudad de La Paz. 

“Vamos para los Estados” dice Gabriel que ya no recuerda hace cuánto que está en tránsito. Desde Bolivia hasta México hay un trecho largo y viajar a pie prácticamente con lo puesto es agotador. El joven venezolano no pierde la esperanza, sonríe porque ya está “más cerca” y tiene fe de lo que depare el destino. “En Estados Unidos nos dan asilo, por eso queremos llegar”. 

No tengo idea de los convenios y beneficios que proporciona el gigante del norte pero toda esta gente gasta suela y se ajusta el cinturón porque en el camino se pierden, además, unos cuantos kilos. En el baño de la terminal conocí a Rosa, una ecuatoriana que se miraba al espejo y lamentaba que el sol hubiera puesto colorados sus cachetes. 

Rosa tiene 35 años y viaja con su esposo. Después de dejar Ecuador, estuvo viviendo en Chile pero decidió irse porque “los migrantes no somos bien vistos en ese país” y decidió abandonar Ecuador “porque la economía está horrible y no se consigue empleo”. “¿Vos también vas para los Estados?” Me pregunta y me deja perpleja mirándome al espejo, mientras las dos nos lavamos las manos y los dientes porque viajamos hace rato y estamos cansadas, transpiradas y aunque con nuestras diferencias, buscamos llegar a destino y descansar.

En Tapachula tomamos otro bus rumbo a Tonalá, en el estado sureño de Chiapas. En esta oportunidad el medio de transporte contaba con aire acondicionado, un alivio después de eternas horas de calor. Antes que yo, sube un hombre mexicano y un contingente de siete personas. El hombre pagó todos los boletos con una tarjeta de la línea de colectivos.

En los asientos detrás al mío se ubican cuatro jóvenes, adelante, una señora y su hija, ambas morenas de cabello rizado y junto al mexicano un joven que estuvo inquieto, nervioso, todo el camino. No llegaron a completar el recorrido del bus. Como linces, estas siete personas divisaron el retén policial desde los metros suficientes como para pedir “bajada” y rápidamente, meterse campo adentro.

El hombre mexicano se llama José y pagó los boletos “porque es bueno echar la mano cuando se la necesita”. También me contó que estas siete personas vienen de Cuba y Venezuela pero que también conoció migrantes oriundos de Nicaragua, Honduras y República Dominicana. La escena me dejó una angustia que no se me quita. No todos son José, también hay señoras que se quejan ante la parada del bus, al parecer, llegan tarde a la mercería.

En Tonalá fue menester descansar, el viaje ya había durado larguísimas horas y la noche y la lluvia caían con fuerza. Buscar hospedaje no fue sencillo. Me acordé enseguida de Néstor, un nicaragüense que me habló sobre irse de su país, que en eso estaba pensando. El miedo lo tenía algo paralizado, sin saber muy bien para dónde arrancar. “Es que se ha vuelto un negocio el tema de la inmigración, ¿sabes?” me había dicho, “te extorsionan, te piden dinero, te meten preso, no puedo irme sin antes agotar la posibilidad de irme legal, ¿entiendes?”.

La dura vida del migrante ilegal que busca un futuro mejor.
Foto: Juan Manuel Blanco | Noticias Frontera Sur

Ahora lo entiendo. En el sur de México aumentaron los precios de hoteles y hotelitos, por ejemplo. Aunque nadie se la quiera jugar, encontré en los mexicanos gente respetable, que no pone palos en el camino de esta gente. Yo pude pagar por el hospedaje de esa noche pero no pude dormir. Las terminales se convierten en aguantaderos y las caravanas de personas en busca de subir un poquito más, no descansan. Esperan con una paciencia que no sé de dónde sacan al próximo bus que los acerque apenas unos kilómetros más a su destino.

Yo llegué al mío, me quedé en Oaxaca de Juárez y compré el diario. La portada del periódico local anunciaba que “parte caravana de migrantes desde Tapachula rumbo a frontera norte” y agrega que “es la décima en menos de veinte días”. También, que el municipio “decretó ley seca y reforzó la presencia policial”. 

El Instituto Nacional de Migración está en el ojo de la tormenta. En el país se registraron movilizaciones ante la falta de celeridad del organismo en la entrega de pases temporales para el libre tránsito por México, hubo marchas de familiares de detenidos y el pedido de las caravanas organizadas bajo una única consigna: “emigrar no es un delito”. Sólo en el mes de junio, el INM reconoció haber entregado 10.000 permisos.

Quienes logran recibir dichos pases, campamento y días de espera de por medio, avanzan rápidamente hacia la frontera norte en todo tipo de transporte terrestre. Otros tantos, logran sortear controles a lo largo del territorio azteca y buscan cruzar a Estados Unidos como sea. Miles se quedan en el camino, pasan hambre, sed, calor y frío. Y cada vez están llegando más. 

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