El escritor, docente e investigador marplatense habla de su nuevo libro Diario de limpieza, una obra híbrida que parte del registro de la rutina doméstica y termina en un relato de una casa invadida por ratones.
Por Josefina Marcuzzi
El escritor e investigador marplatense Matías Moscardi regresa a la escena literaria con Diario de limpieza, una obra híbrida que parte del registro de la rutina doméstica y termina en un relato de una casa invadida por ratones, con un tono que oscila con sutileza entre el humor y el terror, y una profundidad notable para abordar el tema de la limpieza y la suciedad desde distintos puntos de vista que incluyen la filosofía, la literatura, la música y el cine.
Matías Moscardi estaba escribiendo un diario de limpieza cuando entraron y se instalaron en su casa no uno, sino dos ratones. Se apropiaron de algún escondite y lo que en principio comenzó como un registro mundano de la vida doméstica, terminó siendo una historia que combina el humor y el terror de una pareja que intenta deshacerse de sus desagradables visitantes.
El proyecto Diario de limpieza (Bosque Energético) comenzó ante un bloqueo: el autor estaba en un momento en que no podía escribir, y pensó que el mejor modo de romper con ese estado era hacerlo sobre alguna actividad rutinaria como lavar los platos. Quizás por la esencia de su trabajo, lo que comenzó en algo aparentemente trivial derivó en una investigación sobre escritores, filósofos y hasta películas que abordan la temática de la limpieza y su relación con la suciedad.
El autor es doctor en Letras, docente de la Universidad Nacional de Mar del Plata e investigador de CONICET. Publicó libros de poesía, novelas y hasta un tratado amoroso contemporáneo, Diccionario de separación: de amor a zombie, que escribió con su amigo Andrés Gallina.
Diario de limpieza es un libro inclasificable que podría explicarse como un diario con tramos de registro de ensayo, otros de crónica y otros de ficción, todo esto bajo una fuerte impronta del sentido del humor. La hibridación del género puede entenderse, entre otras cosas, a partir del espíritu del autor, que suele fusionar estilos como puede verse en obras anteriores como Guía Maravillosa de la Costa Atlántica.
En esta historia hay referencias a Sylvia Plath, Franz Kafka, Salvador Benesdra, Jacques Derrida, pero también hay linkeos con películas de Disney donde los personajes se dedican incansablemente a limpiar (aunque siempre tienen el recurso de la magia a mano), memes e incluso referencias gráficas a obras de arte.
Matías Moscardi conversa con Télam y desarma el proceso creativo de este libro, recientemente publicado por el sello Bosque energético, cuyo catálogo está compuesto de este y otros libros que son diarios íntimos.
-En Diario de limpieza vas jugando con las ideas de la limpieza y de la suciedad, y en una nota dijiste que hay un posicionamiento político en eso. ¿Por qué?
-A lo largo del libro el tema de la limpieza aparece asociado a un montón de sentidos, como un significante que se va traspolando a otras prácticas más allá de lo que sería la limpieza en los términos en los que el libro la encara al inicio, la doméstica. Inmediatamente se empieza a relacionar con, por ejemplo, la limpieza en los términos de pureza racial, una metáfora que ha sido muy utilizada en la historia. Figuras que tienen más que ver con el mestizaje, la hibridez o la suciedad quedan paradas del otro lado de la limpieza y de la pureza. El diario comienza de una forma quizás ingenua, orientado a la práctica cotidiana de la limpieza doméstica, y de pronto empieza a verse seducido por el lado oscuro (risas). Por la suciedad, esta hibridación que propone la mugre. Es una especie de seducción ideológica. El diario explora esa zona, la de los sentidos que empiezan a aparecer asociados a la limpieza y que no necesariamente remiten a la limpieza hogareña.
-En el desarrollo del libro vas jugando con los géneros, pasás de un registro que va por el ensayo, después a un tono más crónica, luego la ficción. ¿Eso fue una decisión?
-Eso forma parte del modo en que escribo, nada de lo que escribo me sale voluntariamente. La guía maravillosa de la Costa Atlántica, o el Diccionario de separación: de amor a zombie, son libros que hibridan distintos géneros. Van y vienen todo el tiempo entre el ensayo, la poesía, la narración. Son máquinas heterogéneas. En el diario pasa eso, hay días que son días más reflexivos, de ensayo y búsqueda de bibliografía. Búsquedas que a su vez están inscriptas en el género del diario, y eso creo que borra la crítica. El saber está articulado como si fuera absorbido en una entelequia sin historia, sin tiempo, sin cotidianeidad; y acá el diario rearticula esto de estar leyendo y armando el objeto mientras estás escribiendo.
-Hay muchas representaciones culturales en el libro, hay un foco en lo que hacen las películas de Disney con el tema de la limpieza y la suciedad, siempre asociado al patriarcado y a las mujeres. ¿Cómo ves esas representaciones hoy?
-El capitalismo es como una máquina de absorción de lo que vos le pidas, entonces donde esos imaginarios son criticados queda claro que no van a volver a aparecer. Hoy en Disney Channel ponés Aladdin y te aparece una placa que dice “algunos de los imaginarios que aparecen no son correctos…”, como haciendo una mea culpa. Ahora directamente se reescriben películas en función de las demandas de género, por ejemplo, de distintos sectores que van re-acomodando para que el público no pierda amplitud y sea cada vez más versátil. Por supuesto que esos imaginarios señalados, criticados y deconstruidos no van a reaparecer. Me parece igual que hay algo más profundo que funciona como fantasía hoy: viste cuando tenés la casa hecha un quilombo, que decís, “ay, cómo me gustaría que se ordene así” (con un chasquido de dedos). El deseo es que las cosas se ordenen solas, lo que pasa en las películas de Disney, que se ordena con magia. Tolerar el desorden y la mugre cotidiana es tremendo y te lleva a apelar a una fantasía que aplaque un poco eso.
-El diario tiene un tono humorístico que comienza a mutar con la llegada del ratón a la casa, y da lugar a una historia paralela en donde hay elementos del terror. ¿Cómo se combinan esos géneros?
-Para mí el terror tiene mucho que ver con la comedia porque el terror en algún punto es gracioso, es ridículo. En este caso es como un terror medio bizarro. El diario conserva la esencia de lo que pasó con el ratón que fue tal cual está contado: yo me encerré en la habitación, y Larisa (su pareja) lo ahogó en un balde. Yo solo lo vi en una foto (risas).
-En el diario hacés referencias a que un texto se “limpia” cuando se corrige, y te preguntás si escribir es limpiar o ensuciar. ¿Es una cosa u otra? ¿Es ambas?
-En el libro queda planteada la pregunta del por qué de esa metáfora. Yo doy Taller de oralidad y escritura en la universidad, en la carrera de Letras, y siempre estamos con esto de: tal cosa está bien o tal cosa está mal en la escritura, como categorías que la atraviesan, morales y éticas. Hay veces que hay que saber mamarrachachear un texto y no tanto limpiarlo. A veces hay textos muy limpios y muy cerrados, hay que saber cómo abrirlos, ensuciarlos un poco. Me llama la atención la metáfora higienista en relación a la escritura, ¿qué se borra cuando se pasa “en limpio”? La tipografía del word, que es igual para todos, una especie de alcohol en gel que borra la marca del cuerpo como germen, la letra manuscrita que son todas más o menos distintas. Como si eso limpiara algo de la singularidad de cada cuerpo en relación a la letra.
-Hay uso de las imágenes en el diario, ilustraciones, dibujos, referencias a películas, incluso memes. ¿Hay una hibridación en este sentido?
-Sí. Yo empecé a armar el diario y a revisar los chats con amigues, con Larisa. Es imposible pensar un diario hoy sin ese registro, es un diario 2.0 extendido, ya no puede existir como un diario tradicional. Tiene que articular lo digital porque forma parte del cotidiano que estaba narrando. Por momentos queda medio kitsch, pero también es cautivante.
-En los diarios íntimos de los escritores no aparecen las dimensiones de lo escatológico o el aseo personal. Hoy, en redes sociales, esa dimensión está súper presente. ¿Cómo ves ese pasaje?
-La intimidad de los fluidos o lo escatológico es “una intimidad de la intimidad”, algo como intocable, inabordable. Lo recónditamente íntimo. Por eso hoy se fue horadando, pasando a otro plano, a otro registro: en TikTok vemos gente tirándose pedos, cagando, duchándose. Esos dispositivos, aplicaciones y tecnologías nos tienen acostumbrados a ver a alguien en el baño. Sin embargo, leés escritores del siglo XIX o del siglo XX y su intimidad aparece muy relegada. En algunas cosas ni aparece. La intimidad es una idea cultural. Y la conjunción de la idea de la higiene y de la suciedad asociada a la intimidad, porque acá hay un anudamiento de esas ideas, es histórica y no funcionan de la misma manera en todo momento. Por eso hay algo muy contemporáneo en el diario, por eso el lugar de las imágenes y el registro donde aparece el celular como dispositivo creador de cotidianeidad y de intimidad. Y la vergüenza es todo un tema también: en la primera semana del diario hablo de una fístula perianal (risas). Tuve un debate con colegas sobre si incluir eso o no, y finalmente mi amigo y editor Andrés Gallina me dijo que en el diario tenía que estar ese gesto mamarrachero, el que le da el tono. En algún momento tiene que haber una bajeza, y por eso la idea de que la vida es esencialmente sucia. Es la política que asume el diario para narrar, un sujeto que se muestra en relación con su mugre. Para que aparezca la vida alguna cagada hay que mandarse, sino no es humano. Si eso no está, el diario se transforma en algo plástico, artificial.