Un equipo de investigación del CONICET, en colaboración con profesionales de otros organismos y universidades nacionales, analizó las dimensiones y características de madrigueras fósiles ubicadas en los acantilados que van de Mar del Plata a Miramar para echar luz sobre la manera en la que se adaptaron al clima y a la diversidad de su entorno.
Un equipo de investigación interdisciplinario integrado por profesionales del CONICET y otros espacios académicos y científicos dio a conocer un trabajo que da cuenta de las características de una sucesión de 145 paleocuevas o madrigueras fósiles ubicadas en acantilados a lo largo de ocho localidades entre Miramar y el área norte de Mar del Plata, que fueron construidas entre el Plioceno temprano, hace 3.7 millones de años, y el Pleistoceno tardío, de 120 mil a 10 mil años atrás, por una gran variedad de animales cavadores de distintos tamaños. La novedad se publicó en la revista Palaeogeography, Palaeoclimatology, Palaeoecology.
El trabajo del equipo interdisciplinario consistió en el registro, geolocalización con GPS y medición externa de las paleocuevas para inferir cuáles fueron sus dimensiones reales, ya que en la actualidad no se presentan como cuevas huecas, sino que están rellenas de sedimentos que se fueron acumulando y solo se las reconoce visualmente por la diferencia de color o textura que tiene su fisonomía respecto del resto de los acantilados. Luego, a partir del análisis de los tamaños, el equipo pudo evaluar cuáles fueron los “principales sospechosos” de haberlas excavado, estimando qué tipo de animal pudo haber construido una madriguera de determinadas dimensiones de acuerdo al tamaño corporal y el requerimiento físico que esta implicaba.
“Podemos dividir el conjunto de paleocuevas en dos grupos: en las que están ubicadas más al norte de Mar del Plata, camino a Santa Clara del Mar, aflora el segmento de sedimentos más moderno, perteneciente al Pleistoceno medio a tardío, esto es los últimos 800 mil años; mientras que en las que están hacia el sur, por Chapadmalal, las capas modernas están erosionadas y en las barrancas puede verse una parte más antigua, del Plioceno temprano al Pleistoceno temprano, es decir entre 3.7 y 2.4 millones de años atrás”, comenta Leandro M. Pérez, investigador del CONICET en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata (FCNyM, UNLP) y uno de los autores del trabajo.
Los patrones de distribución de tamaño indican que en los niveles sedimentarios antiguos son abundantes las madrigueras más chicas, de 5 a 10 centímetros, atribuidas a roedores y armadillos pequeños, y algunas cuevas de entre 40 y 50 centímetros; mientras que las de tamaño mediano a grande (de alrededor de 80 centímetros), relacionadas con cingulados –acorazados– grandes son menos comunes. En tanto, en los niveles de sedimento más nuevos, se da lo inverso: las madrigueras pequeñas son muy escasas, y son abundantes las medianas y gigantes, que van de los 90 centímetros a los 2 metros de diámetro, atribuidas a cingulados y a un tipo de perezoso gigante muy común en la región pampeana en ese tiempo.
Según cuentan desde el equipo de investigación, estos resultados indican, en primer término, una enorme diversidad de mamíferos cavadores, desde pequeños a gigantes, que habitaron la región Pampeana durante los períodos estudiados. Además, dan cuenta de que los perezosos terrestres más grandes comenzaron a construir galerías subterráneas más tarde que el resto de los animales, al tiempo que los pequeños cavadores se fueron volviendo cada vez menos activos.
“La explicación a esta modificación de sus hábitos puede darse por los cambios climáticos y del entorno”, subraya Néstor Toledo, investigador del CONICET en la FCNyM y primer autor del trabajo, y amplía: “En el Plioceno tardío comienza un deterioro climático, el clima se empieza a hacer más árido y frío, y ya en el Pleistoceno ocurren glaciaciones. Una de las hipótesis es que este importante cambio paleoclimático, pasando de condiciones climáticas cálidas y húmedas a otras más áridas y frías, obligó a una modificación en las costumbres de los animales”.
La hipótesis del equipo se sustenta, además, en el impacto que tuvo la incursión en la región de grandes depredadores, en el contexto del Gran Intercambio Biótico Americano, que marcó el ingreso de nuevas especies provenientes del hemisferio norte, como tigres dientes de sable. Este proceso, según indican, llevó a que los grandes perezosos terrestres adopten un estilo de vida fosorial, es decir, a habitar en cuevas.
“Cavar cuevas y túneles les ofrece una ventaja a los animales cavadores. Pueden estar a resguardo, en un lugar más húmedo y con la temperatura controlada, y también es una buena estrategia defensiva para protegerse de los depredadores”, marca Toledo, y agrega: “Es de destacar que antes de este proceso estos animales no tenían la necesidad de cavar, pero cuando el clima y el entorno lo requirieron ellos ya tenían todas las adaptaciones físicas para poder hacerlo y dar rápida respuesta a los cambios climáticos y ambientales”.
“Este es el primero de una serie de trabajos que estamos elaborando acerca de la paleoecología del gremio de los animales cavadores de cuevas, que fue muy diverso y exitoso durante aproximadamente los últimos 3 millones de años de historia de la región pampeana. La mayoría de ellos se extinguió hace unos 10 mil años, y hoy solo construyen cuevas casi exclusivamente roedores y armadillos, pero hay que remarcar que la presencia de animales cavadores tan abundantes y de gran tamaño parece ser algo propio de América del Sur y que no se ha dado en otros momentos ni lugares”, comenta Nahuel Muñoz, investigador del CONICET en la FCNyM y también autor del estudio.
Para finalizar, los profesionales destacan el rol de “ingenieros ecológicos” que tuvieron los animales cavadores de cuevas, es decir, su capacidad para modificar profundamente el ambiente a su alrededor y de impactar en la vida de otros animales y plantas. “El subsuelo pampeano está plagado de esas galerías subterráneas de todos los tamaños, desde muy pequeñas hasta gigantes, y nuestra hipótesis es que los animales que las construyeron tuvieron una gran importancia ecológica, modificando el comportamiento del suelo, de los cursos de agua, y hasta la vida de otros animales que pudieron hacer, incluso, un aprovechamiento de esas cuevas y túneles”, cierran.
Del trabajo participaron expertos y expertas del CONICET; la FCNyM; la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires (UBA); la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires (CICPBA); el Museo Municipal de Ciencias Naturales “Lorenzo Scaglia” de Mar del Plata; YPF Tecnología (Y-TEC, CONICET-YPF); el Instituto de Ciencias de la Tierra y Ambientales de La Pampa (INCITAP, CONICET-UNLPam); el Instituto de Ecología, Genética y Evolución de Buenos Aires (IEGEBA, CONICET-UBA); el Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (IIMYC, CONICET); y el Centro de Registro del Patrimonio Arqueológico y Paleontológico (CRePAP, Dirección Provincial de Patrimonio Cultural).
Fuente: CONICET La Plata.