El marplatense habla de su acercamiento al básquet silencioso y de su participación en la selección argentina.

 

Por Florencia Cordero

Matías Pecotche tiene 22 años, es de Mar del Plata y forma parte de Los Topos, la Selección Argentina de Básquet para Sordos. Su historia dentro del deporte no es muy distinta a la de tantos chicos que empiezan en un club de barrio, pero su recorrido reciente lo llevó a conocer una forma distinta de jugar: el básquet silencioso.

“Fue este verano en la playa olímpica”, cuenta. Lo invitaron a sumarse a una actividad en la costa marplatense, jugó varios días con otros chicos y terminó disputando una final. Allí conoció a uno de los referentes de la Federación Argentina de Básquet para Silencioso (FABS), quien lo invitó a probarse para la Selección. Poco después, ya estaba en su primera concentración nacional.

“Al principio no sabía si valía la pena, si era algo serio”, admite. Pero dio el paso, se sometió a estudios de audición (requisito reglamentario) y empezó a entrenar. Hoy, ya sumó su segunda convocatoria con el equipo que se entrena en el CENARD (Centro de Alto Rendimiento Deportivo).

Una vida entre implantes, rehabilitación y cancha

Matías nació sin audición. A los 18 meses recibió su primer implante coclear. A los 11 años, el segundo. Y a los 15, una complicación médica lo dejó nuevamente sin audición en un oído. “Estoy esperando una nueva cirugía dentro de dos o tres meses”, explica con naturalidad.

Eso no le impidió formarse como jugador. Juega desde chico, pasó por clubes de Mar del Plata y de Junín, y sigue entrenando todos los días, incluso los domingos. Su rutina es intensa: trabaja, hace pilates, entrena en el gimnasio, y cierra el día en la cancha.

En los torneos locales compite con jugadores oyentes, usando casco de rugby para proteger sus implantes. Pero en la Selección, las reglas son distintas: para competir en la categoría de sordos, debe quitarse los dispositivos. “La primera vez fue raro. Me desorienté. Pero me adapté. Ahora me siento más cómodo jugando sin implantes”.

El juego sin sonido

En el básquet silencioso no hay silbatos, ni indicaciones gritadas desde el banco. Todo se comunica con señas, gestos, miradas. “Con solo mirarnos ya sabemos qué hacer”, dice Matías. “Es un código distinto, pero funciona”.

Aunque todavía no domina la lengua de señas, ya maneja lo básico. Muchos de sus compañeros son sordos profundos y se comunican únicamente de esa forma. “Yo puedo moverme entre los dos mundos. Eso me ayuda a anticiparme en el juego, a entender distintas situaciones”.

Sin barreras

A lo largo de su vida, Matías convivió con la mirada de los demás. Hoy no le molestan los términos con los que algunos se refieren a su discapacidad. “De chico sí me molestaba. Ahora no. Ya no lo vivo como una barrera”.

Su entorno lo acompaña: su familia, su pareja, sus compañeros de club. También se apoya en referentes del básquet como Facundo Campazzo y Martín Leiva, ídolos de Peñarol a quienes sigue con admiración.

La experiencia de integrar la Selección es para él una oportunidad única: “Es una forma distinta de jugar, pero no deja de ser básquet. Y ponerte la camiseta argentina, sea como sea, es algo que se valora”.

Mucho más que jugar

Historias como la de Matías invitan a mirar el deporte desde un lugar más amplio. Uno donde la adaptación no sea sinónimo de desventaja, sino de oportunidad. Donde no se mida la inclusión en términos de lástima ni de superación, sino como parte de una diversidad real, concreta y valiosa.

El básquet para sordos, como tantos otros espacios adaptados, no es un “deporte especial”. Es simplemente deporte, con otras reglas, con otros códigos, pero con la misma pasión. Y conocerlo, entenderlo y difundirlo es también parte del juego.