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“Hago esto por supervivencia”,entrevista a una modelo marplatense de OnlyFans

V., una creadora de contenidos de Mar del Plata, cuenta cómo convierte su intimidad en un ingreso mientras sueña con proyectos propios. Su experiencia revela las tensiones entre la necesidad económica, el anonimato, y los límites que pone para proteger su salud mental.

Por Lucas Alarcón

OnlyFans, creada en 2016, es una de las plataformas de suscripción más utilizadas en el mundo para la venta directa de contenido íntimo. Su modelo combina suscripciones pagas, propinas, exchanges en mensajes privados y contenidos personalizados, con alrededor del 80% de los ingresos para las creadoras. Desde la pandemia, su expansión se volvió global.

En Argentina —y especialmente en ciudades con fuerte desempleo y estacionalidad laboral como Mar del Plata— la posibilidad de ganar en dólares desde casa se volvió una alternativa frente a trabajos precarizados, con bajos sueldos y sin estabilidad. Pero ese ingreso suele depender de producir contenido constante, competir en un mercado saturado y sostener una identidad que, muchas veces, debe permanecer oculta.

V es sub-30, vive en Mar del Plata y hace unos meses encontró en OnlyFans una fuente de ingresos mayor a la que conseguía con un empleo formal. Trabaja de manera anónima, con límites estrictos y apuntando a clientes del exterior. Vive este oficio como una vía transitoria para alcanzar una independencia económica que todavía está construyendo.

Empecemos por el motivo de esta entrevista: trabajás en OnlyFans. ¿Cómo definís lo que hacés?

—En la jerga, soy modelo o generadora de contenido. OnlyFans es solo una de muchas plataformas —la más popular—, pero abarca chicas muy distintas. La imagen que se tiene es la de la modelo en Ibiza, exuberante, explotando sus lujos. Esa es el 0,1%. El resto somos minas comunes, las que ves en la vida cotidiana.
Y lo loco es que es difícil encontrarnos porque casi nadie quiere decirlo. Hay vergüenza, prejuicio. Pero cuando hilás un poco, conocés a alguien, o conocés a alguien que trabaja en algo relativo: hay agencias, fotógrafos, maquilladores, gente que chatea por vos… Tengo una conocida que trabaja de chatter: ocho horas por día, respondiendo mensajes de los fans.
Detrás del contenido hay toda una economía digital. OnlyFans tiene 25 empleados, pero lo que se mueve por fuera es mucho. A mí me resulta hasta alarmante.

¿Y cómo llegaste vos a este mundo?

—Por una amiga. Me llamó la atención porque era alguien que yo conocía y estaba generando ingresos así. Le pedí contacto de quien la ayudó a registrarse. Hay que validar datos, aprender a cobrar dólares de afuera, manejar criptomonedas… Hay cursos para todo: cómo entrar, cómo posar, cómo vender.
Me ayudó una chica joven, con un hijo, cuyo novio hace trading. Y ahí entendí que mucha gente está optando por estas formas nuevas de laburo y se están perdiendo los oficios. Ahí es donde me entra la contradicción.

¿Contradicción en qué sentido?

—Yo lo hago por supervivencia. Es la salida a trabajos mal pagos, sin derechos, donde te maltratan. Si puedo trabajar desde mi casa, bajo mis términos, ¿por qué no?
El segundo mes en OnlyFans gané lo mismo que en mi trabajo en relación de dependencia… en un mes. Renuncié. Pero después bajó. Es autogestivo: meses buenos y malos. También hago otras cosas, porque este trabajo tampoco es sano mentalmente. El anonimato pesa. No poder contarlo. Cuidar a tu pareja, a tu familia. Que nadie se entere. Eso te va comiendo.

¿Ese ocultamiento es lo que más te afecta?

—Sí. Lo que más me angustia es esconderme. Y también hablarlo con mi pareja, negociar límites. Las chicas que ganan 5.000 o 10.000 dólares al mes se muestran en TikTok, no se esconden. Lo sabe la familia. Desde el anonimato es dificilísimo. La plataforma no te difunde: tenés que apoyarte en otras redes y en el público extranjero, que es el que paga.

¿Cómo es un día de trabajo para vos?

—A la mañana me conecto mejor. Busco difusión en distintas plataformas, apunto a nichos específicos: pies, tacones, axilas, panzas… hay fetiches de todo tipo. También envío mensajes masivos a los suscriptores: según si gastan, si son nuevos, si nunca hablaron. Si vas uno a uno, te volvés loca: la plataforma es lenta. Y otros clientes van de una: “custom”, te piden algo personalizado. Por ejemplo, hace unos días uno me pidió fotos de mi panza. Diez minutos de laburo: 70 dólares. Pero ojo, no es siempre así.

¿Qué pasa con la seguridad? ¿Hay riesgos reales?

—Yo me cuido mucho. No hago videollamadas. Es donde más se exponen. Ahí hay tipos que manipulan, que estiran el tiempo que pagaron, que se ponen intensos.
Además, existe la devolución del dinero: la plataforma tarda una semana en procesar el pago y entre medio te pueden reclamar a la tarjeta. Entonces, antes de avanzar, mido a la persona: si es cortante, si pide demasiado rápido, si parece medio psicópata.
Nunca me pasó un reembolso, pero sí escucho casos: chicas que las encuentran en redes, las amenazan… Hay que ser muy cuidadosa.

¿La mayoría de tus clientes son del exterior?

—Sí. Estados Unidos, Francia, España. Y en Argentina me cuido del entorno, de que no me vean.

Hablás de límites. ¿Se corren con la competencia?

—Totalmente. Al haber tanta oferta, muchas chicas bajan la vara para vender más barato. Y eso nos perjudica: te empujan a hacer lo que no querés. Yo tengo mis límites y sé que no voy a bajar. Si no llego, prefiero comer menos.

¿Ves también precariedad en quienes trabajan ahí?

—Muchísima. Madres solteras, pibas de barrio. Hacen cualquier cosa por 5 dólares. Ahí se nota la situación económica del país. Algunas se exponen sin notar el riesgo. Y eso es lo que más me hace ruido.

¿Cómo ves tu futuro con esta herramienta?

—Es temporal. Si gano 10 mil dólares por mes, me compro el departamento que alquilo. Ahí podría pensar en otra cosa. Pero a largo plazo no. Es un desgaste mental fuerte y quiero una vida donde no tenga que esconderme.

Si tuvieras que darle tres consejos a alguien que quiere empezar, ¿cuáles serían?

—Primero: mucho cuidado. Que piensen en su seguridad antes que en la plata.
Segundo: no lo vean como algo a largo plazo. No es un camino estable.
Y tercero: ponerse límites claros. Si no, el desgaste te pasa por arriba.

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