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junio 20, 2025
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El nuevo mapa editorial: entre la concentración del papel y la edición artesanal

Las posibilidades técnicas para editar, las dificultades para vender, el acceso a la lectura y cómo impacta la concentración del mercado del papel en la producción editorial.

por Martín Zelaya 
 

En Mar del Plata, entre bibliotecas públicas, imprentas locales y sellos independientes, el libro sigue dando pelea. Mientras los costos se disparan, el consumo cultural cae y la producción se enfrenta a obstáculos logísticos y comerciales, la edición de libros continúa activa gracias al impulso de quienes escriben, imprimen, venden y recomiendan. Pero más allá de las cifras, persiste una pregunta clave: ¿qué lugar tiene hoy el libro en la vida cotidiana?

Para dar un poco de luz al panorama, Bacap habló con dos libreros marplatenses que conviven a diario con la circulación de libros en la ciudad. Esteban Prado, de El Gran Pez, y Santiago Studdert, de Fray Mocho, reflexionan sobre la situación actual del sector: el impacto de la crisis del papel, la edición como práctica posible pero no siempre rentable, el acceso desigual a la lectura, y el rol insustituible del libro como objeto cultural.

Un momento especial para hacer libros 

«Diría que hacer libros es más accesible que nunca en la historia”, asegura Esteban Prado, de la librería El Gran Pez. En una frase desafiante e instala una idea que a primera vista parece contradecir lo que solemos escuchar: que todo está caro, que el papel escasea, que editar es casi un lujo.librería El Gran Pez

Santiago Studdert, librero de Fray Mocho, coincide en parte: “Hoy casi cualquier persona está en condiciones de editar. Prácticamente cualquier imprenta tiene capacidad para hacer libros con impresión digital. El acceso técnico está a la mano. Pero siempre es sencillo y complejo al mismo tiempo, porque depende de la idea que uno tenga: ¿Es un libro pensado como acontecimiento? ¿Como objeto para difundir sin fines de lucro? ¿Como negocio?”. Para él, más que el costo de edición, lo verdaderamente caro es hacer del libro un medio de vida: “Está caro vivir del libro. Está caro hacerlo rentable”.

Ambos apuntan que las herramientas para producir publicaciones, incluso desde casa, están al alcance como nunca. Las formas artesanales y la multiplicación de pequeños sellos y fanzines dan cuenta de una vitalidad editorial que resiste incluso sin grandes estructuras. Pero eso no borra la pregunta por la sostenibilidad del sistema: ¿Quién compra esos libros? ¿A qué precio? ¿Qué lugar ocupan en la vida cotidiana?

“El consumo de casi cualquier bien está en uno de los subsuelos”, afirma Prado, con crudeza. “El verdadero privilegio no es comprar el libro, sino tener tiempo para leerlo, después de hacer todo lo que tenemos que hacer para sobrevivir”. A su vez, destaca un dato poco difundido: “En Mar del Plata contamos con una de las redes de bibliotecas públicas más sofisticadas de Argentina. El acceso está garantizado, al menos formalmente”.

Los costos

Studdert se detiene en la relación entre el libro y el ecosistema de gastos personales. “Un libro de 40 mil pesos no es menor, pero tampoco es excesivo. Depende con qué lo compares. El problema es que, para mucha gente, dejó de ser un gasto urgente. No te comprás calzones ni libros. Y eso afecta directamente”. Para él, el libro sigue siendo un objeto cultural indispensable, pero su función social ha sido desplazada: “Hay libros como herramientas de estudio, como objetos de entretenimiento, de reflexión. Pero en la urgencia económica, lo que no es inmediato se posterga”.libros
Ambos libreros también reflexionan sobre la llamada “crisis del papel”. Prado la define como una consecuencia directa de la concentración empresarial y la falta de intervención pública: “Pocos proveedores, alta demanda de celulosa para packaging, y escasas políticas públicas. Eso genera precios poco competitivos”.Studdert va más a fondo: “En Argentina hay solo dos empresas que hacen y distribuyen papel: Ledesma y Celulosa Argentina. Es un monopolio. Todos usamos el mismo papel, desde una edición artesanal hasta un sello como Planeta. Durante la pandemia, el aumento de la demanda de cartón para embalajes desvió la producción de pulpa, y eso generó escasez. Aparecieron papeles alternativos, como los ‘eco’, pero no son lo mismo”.

Pese a estos obstáculos, ninguno de los dos cree que el papel esté cerca de desaparecer. Prado es claro: “Ni la crisis del papel ni la digitalización pueden reemplazar el afán de hacer libros y construir espacios de lectura”. Studdert amplía el concepto: “El libro no es intercambiable con una serie, un PDF o un audiolibro. Tiene prácticas culturales específicas, una corporalidad propia. Lo dijo Humberto Eco: el libro es como la cuchara o la rueda. No hay cómo mejorarlo. Podrá achicarse su alcance, pero no desaparecer”.

También hay espacio para pensar el fenómeno más reciente de la industria cultural argentina: El Eternauta. Para Prado, su reaparición en clave audiovisual es “una pequeña gran reivindicación de la historieta”, y también “una prueba de que la cultura argentina sigue viva”. Studdert, en cambio, ofrece una lectura más crítica: “Se vendió un poco más, sí, pero el libro cuesta 40 mil pesos. Lo edita Planeta, que tiene los derechos. No deja de ser un fenómeno comercial, no cultural. Las grandes editoriales manejan catálogos como si fueran cualquier otro producto: cuando no les rinde, lo cortan”.

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