Las fotos de cumpleaños, el disco favorito, la película que vimos una y otra vez. Las claves de la cuenta bancaria, nuestra historia clínica, lo que escribimos y lo que pensamos. Todo eso, y todavía más, atesoramos en la nube, en un disco físico o lo ponemos a circular por Internet. Marcas de la vida digital que seguirá allí cuando ya no estemos, aunque todavía no hayamos pensado qué queremos que pase con ella.
Por Daniel Giarone
Aldo con una sonrisa de oreja a oreja y su primer nieto en brazos. Frente a la torta de su 65 cumpleaños. Con gorro Piluso en la soleada tarde en que pescó un dorado de 20 kilos a orillas del Paraná. Aldo está muerto y Facebook no lo sabe.
Las fotos se repiten con insistencia mortificante. Una sucesión de “recuerdos” que solo actualizan el dolor. Los hijos de Aldo ya no querían likes ni comentarios. Querían frenar aquella repetición siniestra. Pero no sabían cómo hacerlo.
“Era doloroso ver todas esas fotos recibiendo likes y comentarios, incluso cuando mi papá ya había fallecido. Pero no teníamos la clave y no sabíamos cómo cerrar la cuenta. Buscamos asesoramiento y por suerte pudimos hacerlo. Ni mis hermanos ni yo habíamos leído nunca las condiciones del servicio y no teníamos ni idea qué podíamos hacer”, cuenta Analía, hija mayor de Aldo, ahora aliviada por recuperar la privacidad del duelo por la pérdida de su padre.
“En la Argentina no tenemos una norma específica que regule la actividad de las redes sociales ni de los buscadores. Lo que hay es jurisprudencia aplicable y doctrina, pero sin regulación específica”, explica a Télam Fernando Tomeo, abogado especialista en derecho digital y docente de la UBA.
Y agrega: “Se aplica el derecho común y este dice que se trata de datos personales, porque la imagen lo es, y qué tenés derecho a pedirle a la red social que los dé de baja y, si no lo hace, podés recurrir a la Justicia para que se lo ordene”.
Tenemos una vida digital y todavía no sabemos muy bien qué hacer con ella. Por momentos se torna tan caótica que ni siquiera nos pusimos a pesar que quisiéramos que pase si algún día nos sucede algo o, simplemente, nos toca morir.
Un mundo feliz
Mantenemos correspondencia electrónica, tenemos cuentas bancarias on line, subimos fotos, videos y opiniones de todo (o sobre casi todo) a nuestro “perfil” en las redes sociales, almacenamos documentos, música y escritos en servidores remotos, guardamos en la nube una parte cada vez mayor de nuestro trabajo, de las conversaciones cotidianas e incluso de nuestros secretos más íntimos.
“Desde hace muchos años gran parte de nuestra vida, de nuestra relaciones y vínculos, están de algún modo colgada en Internet”, asegura Alberto Arébalos, quien se desempeñó como director de comunicación de Facebook en 2013-2014 y de Google entre 2007 y 2012, siempre para América Latina.
“Tu vida está ahí y hay que tratarla de la misma manera que lo que no es virtual o digital. Hay que dejar en algún lado los password de tus cuentas para que tus seres queridos puedan acceder a ellas o incluso en un testamento”, recomienda en diálogo con Télam desde Miami.
Detrás de la vida ágil, accesible y feliz que nos propone la red hay otra vida, dominada por intereses comerciales
Sin embargo esto no suele ser tan sencillo. En parte porque el mundo virtual del que formamos parte es relativamente nuevo. También porque no siempre las empresas a las que confiamos nuestra vida digital lo hacen fácil y, mucho menos, visible.
“En el caso de Google -destaca Arébalos- podés determinar a quién querés que le lleguen los datos de tu cuenta. Si pasan tres meses que no accedés, período después del cual Google te da por muerto, ellos le envían los accesos a la persona que vos hayas designado”.
Tomeo, por su parte, explica que en las Políticas de Comunidad de Facebook, que forman parte de las condiciones de uso de la red, se establece “una cesión de derechos irrevocable sobre todas las imágenes que publicás”.
Esto significa que “vos sos dueño de tu contenido pero hacés una cesión de derechos de uso en forma irrevocable. Sin embargo, podés revocar el consentimiento, por eso es importante leer las condiciones de uso de la red. El contenido es tuyo pero le hacés una cesión de uso que les permite monetizarlo”.
Redes sociales: el producto sos vos
“Las redes sociales quieren que estés constantemente enganchado, ya que esa es la única manera de que puedan hacer plata”, dice Arébalos.
Detrás de la vida ágil, accesible y feliz que nos propone la red hay otra vida, dominada por intereses comerciales, afán de lucro y donde hasta sonreír tiene su precio. Las redes sociales son, tal vez, la versión más descarnada (y por momentos tétrica) de todo eso.
“Una de las cosas más siniestras que tiene la vida on line es que todo está manejado por algoritmos, por computadoras”, explica Arébalos, quien en la actualidad es CEO de MillenimuGroup, una agencia de comunicaciones y marketing digital.
“El algoritmo -detalla- es un programa y el algoritmo determina, a partir de ‘señales’, qué es lo más popular, qué es lo más visto, qué es lo que a vos te puede llegar a gustar más. No hay un ser humano pensando detrás, lo que sería mejor pero carísimo”.
“Vos subiste una foto paseando el perro y tuviste un montón de likes, un montón de gente a la que le gustó esa foto. El algoritmo interpreta que esa foto fue buena y que por alguna razón vos la vas a querer ver.Es un cálculo matemático.Entonces te mandan esa foto tres días después de que se te murió el perro y en vez de ponerte contento te ponés triste, pero ese cálculo no tienen forma de hacerlo”, asegura.
“Vos no sos el cliente, sos el producto… Todo lo que ellos hacen es en función de que los avisos sean más efectivos, no de que tu vida sea mejor” (ALBERTO ARÉBALOS).
La construcción de la memoria individual y colectiva, el acceso a información que se vuelve imprescindible en la vida cotidiana y hasta las formas de sociabilidad (del WhatsApp que le enviamos a un amigo a la novia que conocimos en Happn) pierde el aura lúdica y benefactora que tiene la red cuando se observan los pliegues del negocio.
“Facebook, Twitter o YouTube quieren que vos estés constantemente enganchado a la red, ya que esa es la única manera de que ellos puedan hacer plata”, insiste Arébalos, quien también trabajó como periodista en las agencias de noticias EFE y Reuters, de la que fue editor para América Latina
“Vos no sos el cliente, sos el producto; el cliente es el que paga y el que paga es el anunciante. Entonces todo lo que ellos hacen es en función de que los avisos sean más efectivos, no de que tu vida sea mejor”, concluye.
Dinámica… y perversa
El uso intensivo de las redes sociales, con su impacto en la subjetividad y en los conflictos interpersonales (mensajes a toda hora, jaque a la privacidad, exposición de la intimidad, vigilancia, etc), es estimulado por el propio modelo de negocios.
“Ellos hacen plata si vos clickeas en un aviso. Las posibilidades de que lo hagas son mayores cuanto más avisos veas. Saben a cuántos avisos tenés que exponerte para finalmente clickear uno. Por eso lo que está detrás de todo esto, lo que mueve la concepción de las redes, es cuánto tiempo te puedo tener a vos en la red”, considera Arábalos.
Sin embargo, el impacto de esta práctica tiene consecuencias que trascienden el negocio para internarse en las espesas aguas de la política y de la construcción del sentido común.
Así parece demostrarlo la utilización de datos de 87 millones de usuarios de Facebook por parte de Cambdrige Analytica durante la campaña de las presidenciales de 2016 en los Estados Unidos. O el uso de trolls, en la Argentina por ejemplo, para instalar determinados temas u hostigar a personajes públicos.
“Se trata de una dinámica perversa y con efectos a escala planetaria. Desde el punto de vista político, por ejemplo, vos podés mandar mensajes específicos a grupos específicos, incluso a personas específicas, que pueden servir para desalentar que la gente vote o a crear falsas expectativas sobre determinado candidato o partido político”, destaca Arébalos, quien advierte sobre el rol de las redes sociales en la propagación de teorías conspirativas y fake news.
Y detalla: “Vos un día hiciste un click, por ejemplo, en una información en contra de las vacunas y después lo único que ves es eso. Si no hacés una limpieza de tu historia no te dejan de mandar más y más de lo que ya viste, porque el algoritmo asume que eso es lo que a vos te gusta, eso es lo que querés ver y eso es lo que vas querer seguir viendo. Todo esto va a traer consecuencias muy serias”.
Hechos y derechos
El mundo on line produce una vida virtual que ha generado una revolución no exenta de tensiones. Se transformó el tiempo y el espacio. Y lo que hacemos en él. Hay más accesibilidad a bienes y servicios, o la promesa de ello. También nuevos desafíos. La sociedad de la información y lo “real-digital” llegaron para quedarse.
“Los países no han sabido regular esto. La regulación va atrás. Tiene que haber un marco regulatorio en materia de privacidad, de qué se hace con tus datos y con tus cosas”, considera Arébalos y sugiere que “incluso se podría forzar a Facebook a ofrecer una versión sin publicidad, aunque sea paga. Y que tu data quede protegida. Si vos querés la versión tradicional sabés a lo que te exponés. Hay que darle a la gente opciones frente a un monstruo que cada vez va a crecer más”.
“Todo lo que una persona comparte en las redes sociales forma parte de su acervo, son bienes que integran su patrimonio” (FERNANDO TOMEO)
Tomeo, en tanto, destaca que “todo lo que una persona comparte en las redes sociales forma parte de su acervo, son bienes que integran su patrimonio. Hay un derecho de los legítimos herederos a utilizar esos bienes, las imágenes, por ejemplo.Es como una suerte de legado digital”.
“Hay un derecho de los herederos para solicitar la cancelación del perfil. Pueden pedir la supresión de los datos, ya que son datos personales que están dentro de una red social de una persona que falleció. Cuando una persona muere los herederos heredan todo el patrimonio y esto puede considerarse el patrimonio del fallecido”, asegura el abogado.
Redes sociales: hasta que la muerte nos separe
“Lo más sencillo es tener una página o una aplicación donde llevar todas las cuentas importantes, con sus claves, y que alguien de tu extrema confianza pueda acceder a ella si te pasa algo”, recomienda Arébalos.
Otra opción -señala- es “dejar todo eso en un testamento, que incluso creo que los hay digitales, para que lo reciba la persona que vos decidas”.
Tomeo recuerda a su vez que “las redes sociales han ido desembarcando en el país a través de sociedades de responsabilidad limitada, de sociedades hijas, que son controladas por las sociedades madres que están radicadas en los Estados Unidos, por lo que es posible reclamarle, por ejemplo, a Facebook Argentina que dé de baja un contenido y, si esto no sucede, un juez nacional puede ordenárselo”.
El camino para bloquear total o parcialmente la información o el contenido generado en la red por un ser querido no siempre es visible. Sin embargo, el deseo que haya manifestado el propio usuario en vida o la necesidad de sus familiares y seres queridos a resguardar la intimidad del duelo y la memoria del fallecido puede hacerse valer.
“Con el certificado de defunción de una persona y acreditando el parentesco le podés pedir a Facebook cerrar una página o que se memorialize, que quede como una especie de recuerdo. Google, por su parte, tiene el sistema de que si pasan tres meses sin entrar a tu cuenta le envían los accesos a la persona que vos designaste”, destaca Arébalos.
A través de computadoras personales, teléfonos inteligentes o consolas, en la nube o en discos físicos, nuestra vida se despliega a través de huellas digitales. Una multitud de imágenes, números y palabras que tal vez un día queramos que se vayan con nosotros. O legar a aquellos que nos continuarán. Entonces, no habrá likes, negocios o algoritmos que sean más importantes