Funciona en el área de la Dirección de Políticas de Género desde 2013. Desde entonces, más de 300 hombres pasaron por el dispositivo. De qué se trata y quiénes pueden participar. El camino hacia “nuevas masculinidades”.
Por Julia Van Gool
Según el Observatorio “Mujeres, Disidencias, Derechos”, de la organización feminista nacional Mumalá, desde el 1 de enero hasta el 30 de septiembre, se cometieron en el país 202 femicidios, lo que equivale a la muerte de 1 mujer cada 32 horas por el simple hecho de ser mujer.
El dato, que no incluye los asesinatos por motivos de género cometidos en los últimos dos meses, da cuenta, una vez más, de la urgente necesidad de atender a una problemática que tiene raigambre en un sistema político, judicial y cultural que profundiza la discriminación y la desigualdad contra las mujeres y las identidades feminizadas.
¿Pero cómo se revierte eso? Si bien en la actualidad se han reforzado las herramientas y estrategias desde el Estado para abordar éstas y otras brechas de género (la Ley Micaela y la creación del Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad son solo dos de ellas), existen dispositivos que se pusieron en marcha incluso antes de la primera marcha de Ni Una Menos en 2015.
Este es el caso del Grupo de Reflexión para Varones que Ejercen Violencia de la Dirección de Políticas de Género, que funciona en el ámbito municipal desde el 2013 y ya pasaron por él más de 300 varones.
Para conocer más acerca de la iniciativa, BACAP dialogó con la licenciada en psicología, Victoria Bentivoglio, quien es la responsable de coordinar el espacio. La acompaña en la tarea el licenciado en Sociología, Lucas Serra, y la colaboradora, licenciada en Trabajo Social, Paola Cabero. Los tres integrantes del programa son especialistas universitarios en violencia familiar.
A continuación algunas preguntas y respuestas claves para conocer de qué se trata la experiencia y sus objetivos.
¿Qué es un Grupo de Reflexión para Varones que ejercen violencia?
Uno de los pilares para el abordaje de la violencia contra la mujer, en las relaciones sexoafectivas, es la intervención con el varón que ejerce violencia. Esta intervención dista lejos de eximir al varón de su responsabilidad, intentando trabajar con él para lograr una modificación en sus vínculos, actitudes, comportamientos, sentimientos y pensamientos frente a la violencia por razones de género; de tal manera que el objetivo planteado es doble: disminuir el riesgo ante nuevos hechos de violencia y proteger a la mujer.
Una de las maneras de abordaje es por medio de los grupos de reflexión con perspectiva de género. Grupos abiertos, recibiendo derivaciones a través de los juzgados (tanto desde el fuero penal como de los juzgados de familia), de otras instituciones, o internamente por medio del Programa de Prevención y Asistencia a la Mujer en situación de Violencia de Género cuando se acompaña a la mujer, pero también pueden venir por propia voluntad, ya sea porque ven el recurso en las redes sociales de la dirección o llaman al 108 (línea malva).
A partir del proceso grupal se intenta que cada integrante construya una actitud crítico-reflexiva respecto a su propia experiencia de ser varón, para lograr tomar una postura de responsabilidad ante sus actos, del daño que produce con los mismos en la mujer y de las relaciones que establece con el resto de los varones.
Este programa va acorde a lo que requiere la Ley Nacional de protección integral hacia la mujer N° 26.485 art. 35 inc. c y a lo que establece la Ley Provincial de Protección Contra la Violencia Familiar N° 15.509 (modificatoria de la 12.569) art. 7 bis.
¿Por qué la violencia de género no sólo debe enfocarse en la intervención con la víctima?
Para dejar de habitar el patriarcado hay que trabajar también con los varones. A la mujer se le pide que haga la denuncia, que pida medidas, que se refugie, que se preserve, que consulte con una psicóloga, que pida orientación con una abogada, que solicite el botón de alerta, que denuncie los incumplimientos de las medidas por parte del varón. Si bien todo esto son medidas de protección para la mujer, le estamos poniendo toda la responsabilidad de la situación de violencia en ella.
Más allá de que la mujer reanude el vínculo con el varón, o de que el varón repita la misma forma de vincularse con otra mujer, al patriarcado hay que decirle basta de operar de esta manera y el énfasis más que en acciones sobre la mujer (que son necesarias pero insuficientes) hay que poner el objetivo en los tipos de vínculos que se producen entre las personas y si los mismos dan cuenta de relaciones de poder, hay que intervenir sobre ese poder.
El Estado tiene que decir basta, no solamente con acciones para reparar el daño, sino también para generar cambios estructurales en las relaciones entre las personas.
Los varones, además de tener el derecho a una vida libre de violencia, tienen que asumir el compromiso para generar respuestas a la salida de la violencia.
¿Qué reacciones perciben en los participantes?
Los varones se acercan al programa generalmente negando y externalizando la culpa sobre la mujer, mediante la justificación, fundamentación o minimización cuando reconocen en algo su responsabilidad ante el hecho denunciado. A medida que se transita en el abordaje con el varón logrando implicarse subjetivamente con lo denunciado por la mujer, considerando que su accionar lo llevó a la situación en la que se encuentra, sintiendo malestar por ello, la alianza de trabajo se instala y la reflexión sobre la violencia y el género se desarrolla. Las intervenciones tienen anclaje en la Ley, para dejar registro simbólico allí donde operaba la propia ley del varón.
A medida que participan de la instancia grupal, con regularidad, sienten que el espacio les pertenece. Es un lugar donde ellos pueden hablar con otros pares de algo que antes no podían hablar con nadie, sintiendo el efecto terapéutico de lo grupal, pero también valorándolo como un dispositivo social distinto e importante.
¿Puede participar algún varón que no estuvo involucrado en un hecho de violencia explicita?
Paulatinamente, se están recibiendo llamados de varones que demandan trabajar lo que en algún momento se consideraba como algo común o “natural” en el proceder de un varón, pero que ahora se los señala como “machistas” que ejercen violencia contra la mujer.
Este malestar en ellos pide ser tramitado en un espacio de escucha donde puedan pensarse en el modelo de varón que encarnan, construido socialmente desde su niñez y en el que ahora se lo interpela como aquello que hay que “deconstruir”.
¿Qué valores se asocian a la masculinidad? ¿Están esos conceptos hoy en crisis?
La masculinidad es un conjunto de prácticas culturales históricamente determinadas, en el sistema patriarcal esas prácticas están habilitadas sólo para los varones cis género. Hablar de masculinidad en singular, es en parte negar no sólo esas prácticas a otras identidades, sino también reforzar el lugar jerárquico de las mismas. Por contraste cuando hablamos de masculinidades en plural interpelamos el concepto de masculinidad hegemónica porque plantea un horizonte más amplio donde se habilita el ejercicio de prácticas diversas en todos los cuerpos.
En estos últimos años se ha evidenciado, como efecto de las luchas de los feminismos y los colectivos LGBTQ+, que el lastre del mandato de la masculinidad hegemónica implica consecuencias sociales muy graves (cuyas principales víctimas son las mujeres y las disidencias y lxs niñxs) que los varones cis también padecen. Ese profundo malestar masculino se expone de diferentes modos, pero sólo puede encontrar un camino de transformación cuando se facilitan espacios de reflexión crítica sistemáticamente organizados. Por ello, es importante la habilitación de distintos dispositivos para varones donde se pueda reflexionar e interpelar a la masculinidad, como parte integral de la política pública sostenida adecuadamente por el estado.