Permitió a los músicos mantener un contacto con su público ante una situación inesperada como la pandemia de coronavirus.
La proliferación de conciertos por streaming, alternativa obligada para los músicos ante la ausencia de shows con público por la pandemia de coronavirus, abrió una amplia gama de oportunidades y desafíos artísticos para los músicos, en muchos aspectos aún no explorados, pero también implicó la reproducción de viejas desigualdades existentes en la industria del entretenimiento.
Un repaso cronológico sobre cómo se dieron los hechos da cuenta de la irrupción de un formato que le permitió a los músicos mantener un contacto con su público ante una situación inesperada, además de presentar un futuro promisorio en relación a la posibilidad de llegar a audiencias que, por distintos motivos, no podrían presenciar un concierto en vivo.
En tal sentido, los vaticinios que afirman que este formato se mantendrá como oferta alternativa, aun ante el regreso de una supuesta «normalidad», habilitan a disfrutar de un concierto en vivo a gente que vive en otras latitudes o que está imposibilitada de movilizarse por diferentes cuestiones.
Pero la realidad también indica que esta modalidad, que en un primer momento tuvo un halo democratizador, terminó siendo apropiada por empresas que dejan fuera de ese sistema, o al menos en condiciones de inferioridad, a las expresiones artísticas independientes y a determinados sectores técnicos de la actividad.
Shows onlines y desigualdades
Pareciera haberse recorrido un largo camino en los casi diez meses que pasaron desde los últimos días de marzo, cuando primeras figuras como Fito Páez, Pedro Aznar o Los Pericos, por citar apenas algunos, transmitían shows artesanales desde sus viviendas, de manera gratuita, a través de sus propias redes sociales.
Ocurre que no fue mucho el tiempo que pasó hasta que las empresas que antes ofrecían servicio de venta de tickets para shows se aggiornaran ante la coyuntura y comenzaran a programar conciertos pagos por esa misma vía.
Esta situación permitió una sustancial mejora de las condiciones técnicas, habida cuenta de que muchas veces las redes colapsaron ante la gran cantidad de espectadores, y también brindó a los artistas la posibilidad de obtener algún tipo de ganancia económica.
Pero, como ocurría históricamente, esta movida significó una reproducción de las desigualdades existentes que dejan fuera del circuito a los músicos independientes y a sectores técnicos que solo tienen razón de ser en los shows en vivo.
Falta de espontaneidad
En el plano artístico, también implicó la pérdida de cierto «romanticismo» inicial. La cercanía que proponían los descontracturados encuentros protagonizados por Fito o por Aznar viró hacia una lógica más parecida a los conciertos en estadios o teatros que a la intimidad hogareña.
El hecho de que muchos de esos recitales fueran grabados de antemano también generó una merma en cierta espontaneidad que emanaban esas experiencias iniciáticas.
Curiosamente, estos elementos aún no lograron ser explotados del todo por las figuras que, en su mayoría, siguen actuando con la lógica imperante de los conciertos con público – al apelar a hits y a arengas a una multitud presencial inexistente-, en vez de apostar a las bondades que el nuevo formato ofrece.
Acaso la explotación de las posibilidades visuales y sonoras latentes en este formato sea la gran cuenta pendiente para los artistas, aunque el progresivo regreso del público presencial hace pensar en una oportunidad perdida.