por Walter Vargas
Llegado para reducir lo máximo posible las injusticias, el VAR no supera aún el mínimo de aplicación eficaz y ese desliz da pie a impugnaciones que van desde las más razonables hasta las insustanciales de cierta corriente «esencialista».
Contra lo que dan por descontado opinadores ligeros y variopintos, los conflictos que atañen al VAR no son mera cosa de la Conmebol, de la Copa Libertadores y del endogámico universo Boca-River, viceversa.
En el mismo corazón de la International Board, Reino Unido, así como en España y en las otras denominadas «grandes ligas», el VAR es puesto en entredicho y demandado de ajustes indispensables.
¿Dónde abrevan los cuestionamientos?
A grandes rasgos, en las posiciones adelantadas imperceptibles, en los penales derivados por el sólo hecho de advertir que la pelota dio en la mano de un defensor, en las dilaciones excesivas y en los criterios diversos para evaluar situaciones semejantes.
En estos días, se sabe, se ha desatado un Cabildo Abierto a guisa de los sucesos de Palmeiras y River en San Pablo.
¿Fue perjudicado River? Tal vez, pero en todo caso por el eventual penal en perjuicio de Paulo Díaz y no necesariamente en las jugadas del 3 a 3 consumado por Gonzalo Montiel y en el presunto foul a Matías Suárez?
¿Tiene River autoridad para el pataleo? Sí y no
Sí, en la medida que cada injusticia tiene entidad en sí misma y por lo tanto es susceptible de señalamiento.
No en la medida que así como el fútbol a veces da y veces quita, también con el Var se opera esa alternancia: entre otros episodios, con Gremio, en 2018, el equipo Millonario «resucitó» gracias a una mano penal que ni siquiera había reclamado Nacho Scocco, protagonista central de la jugada.
Claro que del prisma de los hinchas más vale salir rápido: cuando su equipo fue beneficiado el hincha promedio mira para el otro lado y cuando se siente perjudicado corre presuroso a blandir los manuales de la ética y la moral.
El hincha desdeña la Justicia en sí y adora la Justicia para sí.
Pero sucede que también se levantan las enojosas voces de los hinchas «neutrales» y de la comunidad de periodistas especializados.
«El VAR está matando al fútbol», postulan los más desencantados en nombre de «la esencia del juego».
Toda una curiosidad, por cierto, puesto que todo esencialismo supone la convicción de que las cosas preceden a su existencia.
¿Cuál sería la «esencia del fútbol? químicamente puro?
Si fueran consecuentes, los esencialistas deberían reclamar la abolición de la posición adelantada, toda vez que en su «esencia» el fútbol carecía de esa regla, cuya data se remonta a 1925.
¿El VAR mata al fútbol o en realidad muchos futboleros pretenden matar el VAR?
Hablemos con propiedad: una cosa es abogar por una herramienta tecnológica en las manos adecuadas, una herramienta que se aboque a las dos o tres jugadas ineludibles, que unifique lupa y discernimiento sin mellar el dinamismo del juego, y otra cosa, bien diferente, es descalificar el VAR en nombre de no se sabe cuál fuente de pureza.
¿Qué pretenden? ¿No hacer nada?
¿Restituir un estado anterior tanto o más injusto en el que además campeaba el metálico y cruel «tiene razón… pero marche preso»?
El VAR fue instituido hace menos de un lustro y no será necesaria demasiada perspicacia para deducir que por ahora es un dispositivo falible y discutible, pero también goza de la vitalidad de lo plausible y perfectible.
Télam.