Auténtica niña prodigio, a los siete años ya brindaba conciertos en grandes teatros de Buenos Aires, la ciudad donde nació el 5 de junio de 1941. Desde entonces Argerich deslumbró en escenarios de todo el planeta como una de las mayores pianistas de su generación. Una artista sensible, frágil, insatisfecha. La pasión por Schumann y Chopin. El universo familiar, la vida. La música, que trasciende las palabras.
Por Daniel Giarone
Comenzó a tocar el piano antes de cumplir tres años. A los siete, dio su primer concierto interpretando a Mozart en el Teatro Astral de Buenos Aires. Tenía doce cuando ya había tocado el “Concierto” de Schumann en el Colón y una entrevista con Juan Domingo Perón lo cambió todo. Martha Argerich viajaría con su familia a Europa para convertirse en la pianista argentina más importante del siglo XX.
“No tiene sentido hablar sobre música. Es en vano. No se puede expresar con palabras. La música no puede explicarse, ni lo que te hace sentir ¿Cómo explicarla? Trasciende las palabras”.
La historia comenzó así. Ya era una “niña prodigio” cuando Perón la recibió en la residencia presidencial junto a su madre, Juana Heller. El entonces presidente le preguntó: “¿Y a dónde querés ir, ñatita?”. Y ella: “A Viena, a estudiar con el Friedrich Guida”. Su madre, pletórica ante la inminencia del sueño cumplido, agregó: “Y también le gustaría dar un concierto en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES)”.
“Parece que yo debo haber puesto una cara bastante reveladora de que la idea no me gustaba -contó Argerich a la revista “Clásica” en 1999-, porque Perón le empezó a seguir la corriente a mamá, diciéndole ‘por supuesto señora, vamos a organizarlo’, mientras me guiñaba un ojo y, por debajo de la mesa, me hacía con un dedo que no. Él la estaba cargando a mamá y a mí me tranquilizaba. Se dio cuenta de que yo no quería”.
“Mi padre decía que yo cambié cuando empecé a tocar el piano, que yo era muy alegre y de golpe me convertí en alguien triste y preocupada”.
En 1953 Martha Argerich viajó a estudiar a Viena con una beca otrogada por el gobierno. Lo hizo junto a su padre, Juan Manuel, quien fue designado agregado de negocios en la embajada argentina en Austria, y, por supuesto, con su madre.
Así pudo continuar con Guida los estudios que inició en Buenos Aires con Vicente Scaramuzza, maestro de otros dos virtuosos del piano nacidos, como ella, a comienzos de los 40: Bruno Gelber (1941) y Daniel Baremboin (1942).
Un torbellino llamado Martha
Argerich no tardó en mostrar al mundo de la música clásica que había nacido una estrella. Una de las mayores intérpretes de Chopin, Schumann, Bach y Ravel de la segunda mitad del siglo XX.
En 1957, con 16 años, obtuvo el primer premio en dos concursos muy prestigiosos: el Busoni de Bolzano y el Internacional de Ginebra, declarado desierto desde 1949. Enseguida llegaron los conciertos en Viena y, en 1960, su primer disco para el ponderado sello alemán Deutsche Grammophon.
“Me encanta Shumann. Amo a Beethoveen pero adoro a Shummann. No lo sé explicar. También están Mozart y Shubert, pero es diferente. Tengo una conexión dificil. No con Mozart, con Shubert. Con Shumann es algo muy directo. Beethoveen también, pero con Shummann más que con todos. No puedo explicarlo porque es tan directo, me llega profundamente. Cada movimiento del alma es un movimiento… Es espontáneo e inesperado”.
No tardó en convertirse en una celebridad. Viajaba y daba conciertos en escenarios cada vez más prestigiosos. Sin embargo, aquello poco tenía que ver con la mujer joven e independiente que había logrado ser. Algo que, poco a poco, empezó a llenarla de congoja.
A los 20 años se mudó a Nueva York y dejó de tocar por dos años. Allí conoció al pianista de origen chino Robert Chen, con quien concibió a Lyda, su primera hija, quien sin embargo nació en Ginebra, cuando Martha decidió volver a vivir con su madre.
“Mi relación con el piano es tan íntima, comencé a tocar antes de los tres años, y eso hace que me sea difícil de explicar mi acceso a él. Es como si estuvieras acostumbrado a correr mucho y de repente, por unos años, ni siquiera caminaras, o no puedes hacerlo. Y luego comienzas a hacerlo de nuevo, es muy extraño”.
El regreso a Europa fue un resurgimiento. En 1965 obtendría el primer premio en el Concurso Internacional de Piano Frederic Chopin, el máximo galardón que puede recibir un pianista. Después grabó conciertos de Ravel, Shumann, Chaikovski, Prokofiev, Chopin, Bartók y Mozart, entre otros.
“Era famosa, hermosa y brillante”, diría su hija mayor. También: Una luz a seguir. Sensible, frágil, insatisfecha. Era una artista apítica para el medio. Algo que se confirmaría con los años y la solidaridad con los músicos jóvenes y su proyección social. Martha Argerich despliega matices como notas el piano.
Martha Argerich: humana, demasiado humana
A los 34 años ya se había casado y divorciado dos veces. Tenía tres hijas. Era una pianista reconocida por sus interpretaciones de Chopin y de Liszt. Una mujer que viviera en Ginebra o en Bruselas o allí donde hubiera un piano elegía vivir en comunidad, construir una cotidianidad entre artistas.
Supo tener tres cónyugues, el músico sino-suizo Robert Chen, el director de orquesta suizo Charles Dutoit y el pianista estadounidense Stephen Kovacevich, con quienes tuvo igual cantidad de hijas: Lyda, Annie y Stephanie, repectivamente.
“Chopin es mi amor inalcanzable; un alma dificil de tocar”.
“No sé si que ahora sea madre cambia el hecho de cómo ella me ve. Me da la impresión de que para ella yo sigo siendo un bebé. Pero a veces he sentido lo opuesto, que ella es el bebe que yo debo proteger”, dijo en una entrevista Stephanie, su hija con el pianista Stephen Kovacevich.
Stephanie, además de la menor es cineasta, y directora del documental “Bloody Daughter” (2012), donde traza un relato intimista y desacralizado de su madre, nutrido de una gran cantidad de imágenes de la vida familiar.
“En la película, lo dice bien claro: ‘No me sentía como una mujer’. Siempre se sintió andrógina. Con los años, la maternidad y las experiencias personales fue siendo consciente de su condición femenina”, declaró la directora en una entrevista con Deutsche Welle en 2013.
“Siempre quise crear confusión respecto a los asuntos de mi familia. No quería ser la hija ni la prometida ni la novia de nadie”.
Stephanie, que lleva la voz en el documental y tenía 34 años en el momento del rodaje, asegura en el filme que “al final de cada concierto yo me sentía extenuada, pero ella estaba diez años más joven”.
“Mi madre es un ser sobrenatural, en contacto con algo que sobrepasa al resto de los mortales”, concluye entre imágenes en las que se ve a Martha firmando autógrafos como una estrella de rock, vivir en comunidad con artistas y superar un cáncer de pulmón después de ser operada en Los Ángeles.
¿Alguien se da cuenta?
“Como artista, mi madre arriesga y nunca está segura de que le vaya a salir bien. En su forma de tocar siempre hay un componente de fragilidad”, dice la menor de las Argerich, quien vivía los conciertos de Martha sentada en el “borde de la butacada”.
A partir de los años 80, Martha Argerich priorizó la música de cámara y el trabajo con otros músicos, como ocurrió con Nelson Freire, Stephen Bishop-Kovacevich, Gidon Kremer, Alexander Rabinovich y Mischa Maisky. Relegó, aún mas, sus presentaciones como solista.
“No me aburro cuando toco una y otra vez el mismo concierto. Es como cuando escucho música. Siempre descubro cosas o nuevas sensaciones o pensamientos. Además, cuando trabajo en ellos, intento no pensar en eso. Tal vez no esté bien que lo haga. Es complicado. Uno no debe imitarse a uno mismo. Pero es mejor no empeorar tampoco”.
También se alejaría casi definitivamente de la prensa, dando poquísimas entrevistas (ver recuadro), y establecería una serie de condiciones que marcarían su particularidad en el ambiente: no llevaría una agenda repleta de compromisos a futuro ni aceptaría penalizaciones por no presentarse, posibilidad que asomaba junto a la ansiedad pre-concierto que solía dominarla.
Los organizadores debían conformarse con verla sentada al piano el día y la hora estipulada. De algún modo eran compensados: casi no necesitaban promocionar las fechas, ya que con ella siempre es mayor la demanda que la oferta.
“Con la edad uno desarrolla un complejo de creerse menos capaz de hacer ciertas cosas, creo, o de ser menos fresco, menos actual. Que lo que te pase fisicamente, influya en cómo tocas. A veces te asustas. Siempre me pregunto: ‘¿Alguien se da cuenta?’ ‘¿Estoy tocando peor?’ ”.
Volver
Desde su partida, en los primeros años de la década del 50, no fueron asiduas las visitas a la Argentina. Sin embargo, supo reencontrarse con el país en el que nació y transitó la infancia.
En 1986 se presentó en el Colón con la Filarmónica de Buenos Aires dirigida por Simón Blech. En septiembre de 1999 presentó, en el mismo teatro, su primer Festival y Concurso Internacional, integrando personalmente el jurado.
El Festival Argerich, llamado entonces Punto de Encuentro, se reiteró en el Teatro Colón en temporadas sucesivas hasta el 2005.
“Cuando veo fotos y material (mio) parece que fuera de otra persona. No es la imagen que tengo de mi misma. Creo que eso ya lo arreglé, no sé en qué momento, pero no es como soy ahora. Es raro. Si tu apariencia física no corresponde a tu imagen propia… Siempre somos más de una cosa al mismo tiempo”.
En agosto de 2019 Marta Argerich llegó a Buenos Aires para presentarse en el Festival Barenboim celebrado en el Centro Cultural Kirchner, una semana después de haber interpretado el “Concierto en La menor” de Shumann en el Teatro Colón.
Una ovación que duró varios minutos le devolvió una noche inolvidable. Daniel Borenboin dirigió la West-Eastern Divan Orchestra y ella interpretó el Concierto para piano nº 1 de Tchaikovsky.
“La relación con la música está ahí y siempre es nueva, un poco como el amor”.
Martha Argerich nació el 5 de junio de 1941. Hace, este sábado, ochenta años. Si la pandemia lo permite la Argentina la agasajará en agosto próximo, cuando en el Festival Beethoven que se desarrollará en el Teatro Colón la pianista se presente junto a su hija actriz, Annie Dutoit, para interpretar “La historia del soldado”, de Igor Stravisky.
Será, tal vez, una vuelta más en un camino que se inició con una mujer, un piano y un país que ya no es el mismo. Es que la música, como el amor, siempre es nueva.