Por Max Czajkowski
John Carpenter, el hombre que cambió el terror anglosajón
Es considerado uno de los maestros del cine de género, su estilo de filmar y contar las películas de horror sigue siendo influyente para nuevos cineastas. Su fanatismo por los directores Howard Hawks y John Ford lo impulsaron para hacer producciones cinematográficas.
Carpenter comenzó a grabar cortometrajes de terror en 8 mm incluso antes de entrar en la escuela secundaria. Asistió a la Universidad de Western Kentucky, luego fue trasladado a la University of Southern California’s School of Cinematic Arts en 1968, pero abandonó sus estudios para realizar su primer largometraje. En 1970, colaboró con el productor John Longenecker como guionista, montador y compositor de The Resurrection of Broncho Billy (1970) que obtuvo el Óscar al mejor cortometraje.
Una de las cosas que caracterizaban a Carpenter como director en los 70s, es que sus dos primeras películas “Dark Star” (1974) y Assault on Precinct 13 (1976) fueron buenas pese al bajo presupuesto. Por ende, el productor Irwin Yablans lo llamó para hacer un filme de terror sobre un hombre que acosaba niñeras, el monto para realizarlo era de tan solo 300 mil dólares. Carpenter aceptó y junto a Debra Hill, guionista y productora, le dieron forma al guión que cambiaría sus vidas para siempre.
En 1977 comenzaron a filmar “Halloween”, la película que marcaría el estilo del subgénero llamado slasher. Estuvo inspirada por Psycho (1960) dirigida por Alfred Hitchcock. Por eso, Carpenter contrató a una inexperta actriz, Jamie Lee Curtis, hija de la actriz Janet Leigh quien quedó inmortalizada en la escena de la ducha.
“Halloween” recaudó a nivel mundial unos 70 millones de dólares, convirtiéndola en uno de las películas independientes más rentables de todos los tiempos. Debido a su popularidad también se considera que sirvió de inspiración para otras películas, generó varios clichés encontrados en las producciones de terror de bajo presupuesto de las décadas de 1980 y 199012 y varias técnicas y elementos de la trama se han convertido en tropos del género. Sin embargo, a diferencia de muchos de sus imitadores, “Halloween” contiene poca violencia gráfica y gore.
John Carpenter ya con un nombre en la industria cinematográfica, siguió incursionando en las producciones de terror y perfeccionando su técnica. Durante los años que les siguieron, filmó estas películas que lo llevaron a ganarse el apodo de “el maestro del terror”: The Fog (1980), The Thing (1982), Christine (1983), Prince of Darkness (1987), They Live (1988), In the Mouth of Madness (1994), Village of the Damned (1995) y Vampires (1998).
Wes Craven, el dueño de nuestras pesadillas
Junto a Carpenter, también es considerado “el maestro del terror”. Este cineasta de Cleveland, se metió en el lugar donde nadie nos puede rescatar: los sueños.
En 1972 Craven escribió y dirigió su primera película: The Last House on the Left, una historia perturbadora que se convirtió en el primer escalón de una carrera exitosa con la que se convirtió en un director de culto y en un favorito para los fanáticos de las películas difíciles de terminar que dejan una sensación inquietante desde el principio.
Wes Craven usaba la música, la luz y las peores pesadillas para crear tensión y horror, aunque no todas sus películas fueron buenas. Su legado está en los personajes más legendarios que le dejó al cine, desde el desfigurado Freddy Krueger (y esas extrañas niñas que cantaban la canción más terrible del cine) hasta Ghostface, el asesino de Scream que usaba una máscara de Halloween barata que Craven supo transformar en uno de sus elementos más reconocibles y serios.
El famoso cineasta murió en 2015 a los 76 años, pero vive para siempre en las mentes de los fanáticos del terror gracias a sus mejores películas que, al día de hoy, siguen teniendo una gran influencia en el género y la cultura popular.
David Cronenberg y el horror corporal
El canadiense completa la tríada, junto a Carpenter y Craven, conocida como “Las 3 C del terror” del cine contemporáneo. Es uno de los principales exponentes de lo que se ha denominado «body horror», el cual explora los miedos humanos ante la transformación física y la infección.
La filmografía de David Cronenberg está llena de obsesiones, construida desde lo pavoroso, lleno de luz y sombra. Un cine edificado sobre la premisa de que estamos presos dentro de un cuerpo en decadencia que, pese a todo lo que se promulgue desde una sociedad aséptica y normatizada, experimenta la enfermedad como una manifestación de la subjetividad humana, y que a la vez puede ser percibido como un objeto extraño y aberrante.
Por supuesto, una apuesta tan arriesgada como la de este director canadiense ha cosechado admiración y rechazo, y en ese sentido, la carrera de Cronenberg se ha consolidado como una de las más respetadas en el mundo del séptimo arte. Su cine personal, poco tradicional, que se traduce en la pantalla como algunos de los viajes surrealistas más incómodos del terror, lo distingue.
Considerado el padre del “body horror”, ha externado su interés en la dualidad cuerpo-mente: “Muchos de los picos del pensamiento filosófico giran en torno a la imposible dualidad entre mente y cuerpo. Ya sea que la mente esté expresada como alma o espíritu, continúa siendo la vieja división absoluta cartesiana. La base del horror, y la dificultad de la vida en general, es que no podemos comprender cómo podemos morir”, sostuvo en una entrevista el canadiense.
Algunas de las obras de Cronenberg están consideradas de culto: Shivers (1975), The Brood (1979), Scanners (1981), Videodrome (1983), Dead Zone (1984), The Fly (1986), Naked Lunch (1991) y eXistenZ (1999).