Terminó la fase de grupos del mundial para la selección y logró en el último partido clasificarse primero a la siguiente ronda. El equipo recuperó la memoria y dejó atrás el traspié con Arabia Saudita. Arranca un nuevo mundial.
Por Juma Lamacchia – Corresponsal
Doha, Qatar – La última fecha de la fase de grupos reacomoda sus partidos y juega al mismo horario ambos partidos para que definan al mismo tiempo. Por esa razón, mientras Argentina enfrentaba a Polonia en el Estadio 974, México y Arabia Saudita repartían su suerte en el Estadio Lusail. Si bien la selección dependía de sí misma para clasificar, podía llegar a discutir el puesto de clasificación por diferencia de goles con alguno de sus adversarios. A priori, se jugaba en dos canchas.
El equipo había dejado una buena sensación en los segundos 45’ contra México, pero nada más que eso. Las dudas y la angustia continuó en nuestro cuerpo hasta el momento de enfrentarnos a los europeos. El estadio estaba repleto, en su mayoría argentinos, un poco menos de árabes con nuestra camiseta que en otros encuentros y un puñado de polacos. No podíamos fallar. Ni nosotros, ni los jugadores.
Desde el debut hasta este partido, el clima fue tenso para los hinchas argentinos. Si bien hubo un banderazo previo a cada uno y los ánimos de festejos florecían, el resto de simpatizantes de cada país aprovechó nuestra vulnerabilidad deportiva para intentar desanimarnos, y lo consiguió. El fracaso estaba latente.
El argentino, un poco por historia y otro por terco, lleva el orgullo en la frente. Nos comimos esas gastadas, sufrimos con las cuentas y caímos rendidos en busca de respuestas. Pero el sábado, en medio de la calurosa noche de Doha, salió el sol, como dijo Scaloni.
El show debe comenzar
El primer tiempo demostró el poderío argentino. Controló el partido, el público alentó y la confianza era permanente. Pero hacía falta ganar, hacía falta hacer un gol. La sensación era de que en cualquier momento llegaría, y que a partir del primero, vendrían muchos más. Un solo equipo estaba presente en la cancha, y era el nuestro.
Messi, siempre Messi. El diez, activo, provocó un penal que fue cobrado (dudosamente) a instancias del VAR. El primer tiempo estaba por terminar. Dicen, los que saben de fútbol, que destrabar un resultado al final del primer tiempo o comienzos del segundo son los momentos claves. Este era uno. El diez, frente a la pelota. Doce pasos lo separan de Szczesny. Increíblemente, cuando Messi patea un penal, la atmósfera del estadio pone en juego de que pueda pasar lo peor, lamentablemente algunas veces pasó y el recuerdo ataca nuestros pensamientos. También existe el morbo que nos flagela de que el mejor del mundo falle la mejor oportunidad y la película haga sufrir al héroe. Toma carrera, cruza el zurdazo con mucha potencia. Ataja el polaco. Incertidumbre. El público coreó su nombre. No te caigas vos, justo vos no. Y así a los vestuarios.
El segundo tiempo necesitaba a una argentina igual. El gol iba a llegar. Por suerte, fue rápido. Y empezó la orquesta. Dirigida por el buen pie que caracteriza a nuestros jugadores, el equipo se floreó y desplegó su mejor fútbol. El público sonriente agitó su camiseta. Es un sentimiento, no puedo parar. Y no vamos a parar. A esto vinimos y para esto se levantó la gente a las siete de la mañana contra Arabia. A los grandes hay que respetarlos. Los que graciosamente disfrutaron de nosotros toda la semana, se ocultan en las calles de Doha, no llevan su camiseta puesta o miran para otro lado. Argentina empezó a jugar su mundial, y a partir de ahora, empieza otro mundial.