Argentina venció a Croacia y volverá a jugar una final del mundo. El partido más importante, la espera y la gran chance de Messi.
Por Juma Lamacchia – Corresponsal
Doha, Qatar – Ante una circunstancia tan importante como una semifinal del mundo es difícil determinar los sentimientos que la gente en general puede tener horas previas al partido. Horas previas es casi el día entero, en Doha se juega a las 22hs, toda una jornada por delante en la que hay que fingir que no pasa nada. Salir a pasear, comer como si tuviésemos hambre, ir a la playa, comprar regalos, pasar por una Mezquita o directamente ir hasta el estadio a esperar entrar. Repasar las formaciones, hablar del rival, las variantes, cómo marcar a Modric y lo más importante, soñar. Imaginar escenas bíblicas que quedarán en la historia. Por suerte, además de soñarlas, también se viven.
A diferencia del partido anterior, Doha amaneció soleada. Los nervios quedaron en manos del Dibu en la tanda de penales, el equipo supo mostrar carácter deportivo que transmitía cierta tranquilidad y esa confianza se transcribe en que empiece el encuentro lo más pronto posible. Quiero jugar ya.
El recuerdo de la derrota con Croacia en el mundial de Rusia, la eliminación posterior con Francia y la incertidumbre que rodeaba a esa Selección Argentina inevitablemente se asoma cuando está por arrancar el partido. Que no vuelva a pasar lo mismo, no somos los mismos, ni ellos ni nosotros. No quiero una revancha, quiero una demostración. Quiero jugar para campeonar, que no queden dudas.
El comienzo
El partido comenzó con Croacia teniendo un poco más la pelota, algo que suele pasar. Argentina lo midió, le dejó usar sus cartas. Hasta que Lionel Messi aceleró. Presionó, ganó faltas, adelantó al equipo y nos levantó de nuestras butacas. Enzo y Julián, los chicos de River y figuras de este equipo, arman una jugada de gol que termina en penal. El cuarto que tiene Argentina en lo que va del mundial, y siempre él es el encargado. Frunce la mirada, está decidido. Patea fuerte, inalcanzable. Argentina mete el primer gol, gana 1 a 0 y es dueña total del partido.
Pasaron solo cinco minutos, en una corrida memorable, otra vez Julián. La inocencia que lo aísla de la atmósfera y la vorágine del momento, lo hace ser un jugador de élite. Julián corre desde mitad de cancha, a su costado derecho pasa Molina, por el otro se asoma Mac Allister, desde la tribuna le gritan que la pase, que le vienen, que están solos. Él decide tomar otro camino, “largala Julián” se escucha, tropieza con un defensor, con otro, carambola, queda frente al arquero que apenas se adelanta, la pelota de sobrepique. Es por abajo, Julián.
El entre tiempo fue distinto a todos los que vivimos a lo largo de este mundial. De las 88 mil personas presentes en el estadio Lusail, el 50% debía ser argentino, más o menos. El porcentaje árabe siempre acompaña con un 20%, el público croata se hizo presente en gran cantidad, y quedaban muchos brasileros, que especularon jugar esta semifinal y no pudieron. Tampoco pudieron revender su entrada, o no quisieron. Todos los que estábamos ahí sentíamos el pase ya en la mano. La final estaba cerca. Los europeos, cabizbajos. Los argentinos, eufóricos. Como para no estarlo. Lo bueno de los mundiales es que se respeta el tiempo de pausa, a los quince minutos, otra vez a la cancha.
La segunda parte
Los segundos 45 minutos fueron la muestra contundente de un equipo que quiere campeonar. Con resultado a favor, siempre atacó a su rival. Esos partidos que van a repetir en la televisión (o lo que sea la televisión en unos años) durante mucho tiempo. Lionel Messi, nuestro ídolo vulgar, o como quieran definirlo quienes se incomodan con su demostración humana que lo hace ser aún más, el mejor jugador del mundo. Que también llena de recuerdos a propios y ajenos de quien fue el mejor jugador del mundo anterior a él. Con 35 años, siguió corriendo como uno más. La pelota atada a su zurda, la cadera inclinada para atrás y la mirada, hacia arriba. Esa sensación de que él mismo piensa “hoy me salen todas”. Arranca por la derecha, sí, el genio del fútbol mundial. Deja en el camino tres veces al defensor croata, va hasta el final, todos de pie con las manos en la cabeza. No lo podemos creer, injustamente, el Messi que queríamos ver. Que vinimos a ver. Todo se da de su adecuada manera para dejar de hablar de otros mundiales, de otras actuaciones. Pase atrás, y otra vez Julián, que tendrá su capítulo aparte en esta historia. Argentina gana 3 a 0 una semifinal, el fútbol en su máxima expresión. Faltan 20 minutos para pensar en la final.
El final
A falta de 10’, el técnico croata decide sacar a su figura. Luka Modric abandona la cancha, se termina su mundial, en aplausos generalizados por todo el estadio. Con él, se va gran parte del público (si, ya sabes cuál). Ese cambió fue un mensaje claro: el partido está terminado. Quiero que termine. Quiero poder decir que vamos a jugar la final del mundo sin la contradicción de mis costumbres. Quiero ir a abrazar a mis amigos que están desparramos por toda la tribuna para poder llorar en confianza. Quiero llamar a mi familia y entender que esto de verdad está pasando. Quiero ver a Messi y al resto de los jugadores sonreír, mirar al público y cantar. Quiero juntarme con los miles de argentinos que viajaron hasta Qatar, seguir ilusionados. Quiero ganar la tercera. Quiero ser campeón mundial.
Hace 8 años tuvimos esta misma sensación. Messi nos regala otra oportunidad, nos permite ver otra final. Si el fútbol fuese un lugar justo, no hablaríamos de que él se la merece, porque ya la tendría. La felicidad compartida que genera un mundial es algo único. Aprendimos, la sufrimos, tantos años la lloramos. El domingo, volvemos a jugar una final del fútbol. Disfrutalo.