Por Marta Rueda (*)
Tener una mirada textil de las imágenes de una Mar del Plata del pasado, implica poder ver a los tejidos como protagonistas de las escenas, tanto en su rol de segunda piel de quienes las habitan, como en el de contenedor o piel del espacio. La vida de los seres humanos, está siempre compartida con textiles desde el momento del nacimiento y hasta el fin y ver su interacción con las personas y acciones de nuestra ciudad, constituye un ejercicio sumamente atractivo.
Parece pertinente para hacer este ensayo, elegir ese área urbana fundacional y más significativa, la del Puerto del Saladero, cuyo origen productivo de hace 150 años, rápidamente debió convivir y luego ceder esa zona costera al recreo de la aristocracia nacional, cuando vio interrumpidas sus largas vacaciones europeas.
De esta necesidad de recrear un pedacito de Europa en las pampas argentinas, surge la Biarritz Argentina. Para esa recreación, no solo se implantó la arquitectura, sobre todo francesa, sino también la moda, incluyendo la de los baños de mar. Y todo ello, concentrado en el sitio geográfico más singular y bello de nuestro extenso frente marítimo.
Los códigos de convivencia de la época obligaban a entrar al mar completamente vestidos, tapados. Se llegaba a la costa muy elegantemente vestido y se debía mudar esa ropa por la de baño. Nacen las casillas para ese cambio de vestimenta. Una al lado de la otra, en hilera, el germen de la tipología ya conocida en Europa, la Rambla.
El traje de baño masculino era un modelo de una sola pieza (maillot) de algodón, que cubría de pies a hombros con tradicionales rayas horizontales. Esta morfología nació por la necesidad de encontrar una prenda que no se cayese al mojarse y que fuera relativamente cómoda y a veces podían ser un pantalón sobre la rodilla y una remera. Luego se le añadieron tirantes para bajar el escote y poder broncearse mejor.
El traje de baño femenino, que era una simplificación del atuendo habitual de calle, fue mutando de a poco. En un principio era un vestido, incómodo pues al mojarse, su peso complicaba los movimientos. La tela era de tejido de punto, pesada, de lana, por encima de un pantalón que llegaba hasta las rodillas y medias tres cuarto. De a poco se fueron convirtiendo en trajes enterizos con escotes amplios, que empezaban a mostrar los muslos. Incorporando a la fibra de algodón, el látex.
Además, los rituales playeros estaban siempre acompañados de gorros de baño, batas y capas para llegar y salir del agua.
Vestidos de calle
Las formas en el vestido de calle también se fueron simplificando, suavizando la figura encorsetada de cintura de avispa y busto exaltado desapareciendo el miriñaque del siglo XIX. En contraposición a esas síntesis en las líneas, los textiles se recargaban de información por sus acabados con lentejuelas, bordados, lazos, botones, motivos de flores e insectos y el uso de encaje, y telas labradas. Los colores, iban desde el más estricto negro, pasando por el rosa pastel, hasta el verde o lila. Los géneros más utilizados fueron el chiffon y la seda charmeuse.
Charmeuse es un tejido ligero y satinado. Sus hilos flotantes le dan a la parte delantera de la tela un acabado suave y brillante, mientras que la parte posterior tiene un acabado opaco, dotaba a los vestidos de gran ligereza y suavidad.
Sobre la primera mitad de los años 10, los modistos combatían su falta de originalidad y creatividad decorando en exceso los vestidos con lazos, botones, lentejuelas, motivos de flores o insectos…
Además, era indispensable la utilización de grandes y exagerados sombreros que cubrían la cabeza, decorados con grandes frutas, plumas e incluso pájaros disecados. Alrededor del año 1900 la cabeza de la mujer era una mezcla de almohadillas con pelo artificial y natural, coronado por un inmenso sombrero. A todo esto, además, se le sumaban boas de plumas rodeando el cuello y grandes joyas y sombrillas. Los sombreros iban también sufriendo la síntesis de todo el sistema indumentario.
Al mismo tiempo la búsqueda de mayor practicidad sumado a la aparición del auto, la práctica de deportes, que exigían una mayor movilidad, desembocó en la necesidad de una ropa más cómoda y flexible, que se la denominó deportiva. Este tipo de indumentaria era un traje sastre compuesto por chaqueta y falda larga, que las mujeres utilizaban para conducir, practicar deportes
Los géneros
Básicamente los baños de mar, los deportes, la hotelería, el comercio y gastronomía, las reuniones políticas y sociales, generaron una gran concentración en el espacio, de personas y actividades y con todo la imprescindible presencia de telas o géneros: TEJIDOS en todas sus versiones y para todo tipo de uso. No solo para la función indumentaria, sino también en la generación de sombra, con toldos, carpas y sombrillas. Así también, las archi famosas sillas de playa, que son objetos tejidos por el entrecruzamiento de fibras vegetales duras y semiduras, no en telar, y con la misma técnica, esterillas y sombreros.
Pero ahí mismo también estaban velas de las embarcaciones de los pescadores, que salían y descansaban en esas orillas del mar-
Y en las casonas próximas a la costa además de los textiles propios de las actividades en una vivienda (ropa blanca, tapicería, etc) se sumaba el entelamiento de las paredes. Revestimiento que consistía en grapar o encolar telas a tableros o bastidores a la pared. Técnica que en su origen entelaba con lienzos de pintores se adaptó utilizando las mismas telas con que tapizaban los sillones, también se utilizaban tejidos originales, plegados, tintados u estampados.
Un conglomerado
El área en la que hemos depositado nuestra atención, ha sido sin duda el gran conglomerado étnico, social, hotelero/gastronómico y político, del siglo XIX. Este fue el lugar elegido para el traslado estival del poder político y económico y con ello el gran intercambio social entre pescadores y presidentes, aristócratas y mucamas, bañeros, pintores, arquitectos, jardineros, cocineras, albañiles, mozos, choferes y paisajistas.
Aquí se produjo el diálogo y la discusión, los acuerdos y enfrentamientos. Y todos se cruzaban en el área Bristol, produciendo en multitud un textil que envuelve los recuerdos. Las mismas fotos que miramos para desentrañar el pasado nos permiten imaginar esas mareas humanas y su marco natural y arquitectónico, sin un solo textil o a la inversa dejando solo los textiles. Ambos escenarios irreales, fantásticos, son el ingrediente lúdico que nos aporta otra dimensión a la altura de esas miles de Mar del Plata posibles de tejer o destejer para conocerla desde otra dimensión.