Un relato que cuenta la historia del titiritero Pepe García y cómo sus títeres recorrieron por más de 40 años Mar del Plata, haciendo reír a diferentes generaciones de marplatenses.
Por Sofia Navarro García
Era mi abuelo. Resulta que nació un 14 de febrero de 1933. Y sesenta años después fue mi abuelo. Decía que debió llamarse Valentín, pero le pusieron José Lucas. Me llevaba al jardín de infantes y escuchaba su voz desde el cochecito mientras me contaba historias.
Cuando caminábamos por el centro de nuestra ciudad, la marcha era constantemente interrumpida por personas que lo saludaban, expresándole su afecto.
Mi abuelo un día del año 1957, llegó a Mar del Plata. Aquí se instaló y conoció a mi abuela, psicóloga y poetisa, se casaron y tuvieron cuatro hijos. Durante un tiempo trabajó en YPF y dejó su puesto, porque de los tantos empleados “era el peor de todos”, decía.
Mi abuelo tucumano de padre español y madre rosarina, ya de niño era un contador de historias y cuentos. Cuando sus padres salían, solía entretener a sus pequeños cinco hermanos: allí se iniciaban los primeros pasos de lo que sería su oficio.
Era mi abuelo, siempre hacía títeres en mis cumpleaños.
Entre sus búsquedas laborales, en 1971 encontró trabajo en el Bowling Sacoa, ubicado en la peatonal San Martín. Ahí estaba su Teatro de Títeres y también ahí festejaban cumpleaños. Fue en Sacoa donde todo comenzó, donde empezó a germinar su identidad como titiritero.
En mis cumpleaños siempre había títeres, pero esos títeres ya habían estado en los cumpleaños de muchos niños y niñas marplatenses.
Era mi abuelo y su magia cultivó risas y recuerdos. Muchos conocieron sus historias y personajes. Esos niños y niñas se convirtieron en abuelos y abuelas, viendo los mismos cuentos con sus nietos y nietas. Pipo, Fosforito, El diablo Pata Fría, Rompeportones, La Jirafa Josefina, entre pilas de personajes.
Mi tío Pablo y mi mamá Cristina a sus cinco o seis años tenían ya en sus manos los muñecos de su papá, y con el paso de los años se convirtieron en sus más preciados colegas.
Siempre recorriendo la ciudad
Fundó la compañía de Títeres «Los 4 Gatos» en el ‘66. Sus obras y talleres recorrieron teatros, centros culturales, escuelas, jardines, bibliotecas, sociedades de fomento, plazas y cárceles de Mar del Plata.
Lugares emblemáticos de la ciudad, como el Teatro Auditorium, el Museo del Mar, el Espacio Unzué, la Biblioteca Municipal Osvaldo Soriano, el Teatro Colón, Villa Mitre, Villa Victoria, fueron testigos de sus funciones. Mi abuelo trabajó con numerosos artistas y referentes de la cultura marplatense. Algunos de ellos fueron sus compañeros y amigos: Guille Yanícola, Luis Reales, Karina Levine, Susy Scandali, Mariela Kogan, Marita Moyano, Sol Lavitola.
Llevó sus títeres a Barcelona y Pamplona, Santiago de Chile, Viña del Mar, Valparaíso y Río de Janeiro, así cómo a muchos pueblos y localidades de la provincia de Buenos Aires.
En sus comienzos fabricaba sus propios muñecos, con el tiempo delegó esa tarea a otras personas, entre ellas sus hijos. Bruno, el menor, además de ser bailarín, resultó un gran fabricante de títeres.
Era mi abuelo, y tras la pérdida de su hija Diana, sus obras se fueron transformando, sus cuentos comenzaron a transmitir mensajes de amor, tolerancia, respeto y solidaridad.
Soy una de sus cinco nietos y nietas. Mis primeros trabajos fueron como su asistente; el tiempo que compartíamos juntos, mis instantes favoritos. Con el paso de los años, nuestras salidas pasaron de pasear en cochecito a tomar un café y conversar por horas. El vínculo que logramos construir es mi mayor tesoro. Me cuidó siempre; y acompañarlo en su vejez fue mi forma de retribuirlo.
Era mi abuelo, soñador y pícaro, de olor a pipa y libros, del tarot y la astrología, de mirada celeste y profunda, de risa contagiosa y voz elocuente. “Gallego, boquense y peronista”.
Creí por muchos años que era infinito. Con su barba y sabiduría. Con su modestia y simpatía. Con su gracia y su bondad.
Recibió el premio «Lobo de Mar», realizó un programa en el canal de la Universidad Nacional de Mar del Plata, se filmó un documental sobre su trabajo, y fue reconocido como Vecino Destacado en 2013, por el Concejo Deliberante, entre muchos otros reconocimientos.
Trabajó hasta sus 86 años. En el último tiempo ya no utilizaba su teatro, se sentaba en una mesa y, de cara al público, aparecían sus títeres, cautivando a espectadores de todas las edades. Para hacer una función, solicitaba que lo busquen por su casa. Muchas veces no pidió nada más a cambio.
Más allá de fugaces excepciones, nunca escribió sus obras. Gozaba de una inmensa, y me atrevo a decir, innata capacidad para improvisar, atraer, contagiar, transportar…
Mi abuelo falleció en 2019, y se declaró el 14 de febrero como el día del Titiritero Marplatense. Entre tantos homenajes y saludos, entre una cantidad enorme de personas que lo querían y honraban, pude entender. No era sólo mi abuelo, era el gran Pepe García.
Mar del Plata no fue su ciudad natal, fue la ciudad que lo bautizó como su titiritero.
Hoy, un colectivo de titiriterxs “EPA”, a quienes formó y acompañó, continúa su labor; y se creó “Alternativa Cultural Marplatense: La Pepe García”, siendo una parte de su enorme legado.
Me permito creer que no era sólo cuestión de inocencia. Me permito creer que es y será eterno, en cada recuerdo, en cada nuevo titiritero, en nuestro mar del arte y la cultura.
Siempre que un niñx vuelva a reír con los títeres, en mi corazón, y estoy segura, en el de muchos y muchas marplatenses más, será infinito.