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enero 24, 2025
Cromañón

Claudia Vigil: “Cada 30 de diciembre hay que estar donde hay que estar”

por  Martina Migliorisi

Claudia Vigil es psicóloga, psicoanalista, especialista en Psicotrauma y estrés traumático. El 30 de diciembre de 2004 fue una de las profesionales auto convocadas que asistió a los familiares de aquellos jóvenes que perdieron la vida en la trampa mortal que significó República Cromañón. En la noche en la que nadie durmió, Claudia viajó una, dos, infinitas veces entre el Hospital de Quemados y la Morgue Judicial, y aún recuerda el “olor a muerte,  olor a guerra, a mala noticia y a pesadilla”.

Hoy, 20 años más tarde, es una de las voces autorizadas para hablar de la masacre desde adentro. Hoy, 20 años más tarde, habla con Bacap para que Cromañón no se repita nunca más.  

¿Cuáles son los cuadros que normalmente se diagnostican tras un suceso como Cromañón?

El trastorno por estrés agudo es parte de lo que se llama “efecto postraumático” y se caracteriza por un abanico de síntomas como la ansiedad, la excitación, la disociación (una distancia con la realidad), el insomnio, las pesadillas. El sujeto no puede integrar las experiencias traumáticas a su cadena asociativa y a la imagen que tenía de su vida, sino que vive en un estado de alerta y de tristeza permanente. 

¿Cuán invasivos y/o vívidos pueden ser los recuerdos de aquella noche? ¿Disminuyen con el paso del tiempo? ¿Pueden ser inhabilitantes para quien los padece? 

Los flashbacks, reminiscencias o reexperimentaciones se mantienen de acuerdo a la intensidad de cada imagen. Muchas veces es necesario recurrir a medicación para su tratamiento.

Por ejemplo, un joven que en ese momento tenía 18 años, a quien le costaba expresar sus emociones y que tenía imágenes en su cabeza que le costaba precisar, le pregunté cuál era la peor: primero hizo silencio, y después me respondió «las caras violetas», en referencia a los cadáveres que, incluso antes de salir de Cromañón, eran visibles.

Los síntomas del estrés agudo son sumamente invalidantes. Pasibles de solucionarse con tratamiento pero, de no hacerlo, el sujeto no se puede concentrar, no puede descansar, no puede hacer casi nada. A veces hay labilidad emocional, es decir llanto, un humor depresivo, y otras veces un estado disociativo que es bastante peligroso también porque, si el sujeto se aleja, se aleja de todo, y aparece una introversión como modo de defensa frente a la amenaza que constituyen estas imágenes, que perduran en el tiempo.

En promedio, se calcula que un sobreviviente se quita la vida cada año desde que ocurrió Cromañón. Si esta persona ya acudió a un/a psicólogo/a, un psiquiatra y contó con contención familiar, ¿Qué otra instancia se puede agregar/agotar para que el desenlace sea otro?

No conozco las estadísticas de aquellas personas que no han hecho tratamiento pero, en las mil y pico que atendimos solamente en el Hospital Alvear no tenemos registro de suicidios. Tampoco en el área privada, donde muchas veces éramos el mismo equipo. Como profesionales entendemos que la prevención a los pensamientos suicidas siempre es el tratamiento psicológico.

¿Qué tan efectivo es el rol del apoyo psicológico cuando no existe respaldo estatal o gubernamental?

El apoyo psicológico es esencial. Con muchos de nosotros el Estado fue muy ingrato y nos tuvo trabajando de manera precaria y sin cobrar. No obstante, seguí trabajando como investigadora porque es mi especialidad y porque me desempeño en un excelente hospital, pero las autoridades que vinieron después de (Aníbal) Ibarra no fueron muy amistosos con el nombramiento ni con el apoyo al equipo, que quedó desnutrido, si de números hablamos, pero que ha permanecido año a año asistiendo a congresos para exponer sobre psicotrauma y estrés traumático.

Entendiendo que los primeros años de tratamiento han de ser caóticos, ¿Cómo se trabaja 20 años después? 

Los primeros años no fueron caóticos; más bien reconfortantes. Se tejieron redes para que los chicos consultaran y fue una convocatoria exitosa en términos de números, teniendo en cuenta que algunas personas vivían en provincias o muy lejos y, sin embargo, pudieron atenderse en el Hospital Alvear, en el Centro Ulloa, en el Hospital Álvarez y otros tantos lugares, mismo en lo que hace a la atención privada.

Los no nombramientos a lo largo de estos 20 años, lejos de hacer juicios, suponían dejar de atender y no era algo que íbamos a hacer.

¿Cuánto crees que te desafió profesionalmente una experiencia como Cromañón?

-Al equipo privado de la Sociedad Argentina de Psicotrauma nos quedó una frase del 28 de diciembre de 2004, cuando cenando y hablando de dónde pasar año nuevo —si con los padres, si con amigos…—, salió la frase “hay que estar donde hay que estar”. Esa frase permitió que uno tuviera un rol activo, algo muy atenuador a la angustia: poder hacer algo. Saber hacer algo que pudiera ayudar le dio un sentido importantísimo al trabajo terapéutico y, en mi caso, a seguir estudiando. Es una forma de afrontar las cosas más temidas, un baño de humildad que te impulsa a seguir estudiando y aprendiendo para lidiar con el sufrimiento. A mí me llenó el alma.

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