Un libro con una serie de textos inéditos -cuentos, perfiles, improvisaciones jazzísticas, prosas vagabundas- que funcionan como un rescate indirecto de la vieja tradición de enviar cartas, desembarca este mes en librerías.
Por Mercedes Ezquiaga
El libro «La carta perdida», que desembarca este mes en librerías, reúne una serie de textos inéditos escritos por Martín Rejtman, Fabio Kacero, Luis Chitarroni y Camila Fabbri, entre muchos otros autores convocados a participar de este proyecto literario que arrancó previamente con el envío de esos mismos cuentos por correo postal, en un sobre blanco sin remitente, sumando misterio a la iniciativa que busca rescatar un tipo de comunicación ya caída en el olvido.
El año pasado, a principios de diciembre, un sobre en blanco, sin remitente y en algunos casos, sin destinatario, llega a una dirección (en verdad, a 200 direcciones en total). Es una casa, o tal vez un departamento, en algún barrio de la ciudad de Buenos Aires, digamos, por ejemplo, Villa Devoto. El sobre sorprende a la persona que lo abre. Es curioso: no es una cuenta que pagar, ni una carta documento, ni un resumen de cuenta del banco. Es una carta, mecanografiada, que firma un reconocido cineasta -Martín Rejtman- y que se titula «El idiota». ¿Hay un mensaje escondido aquí? ¿Qué significa esto? Las suposiciones no son pocas. Se trasladan incluso al ágora de las redes sociales, donde continúan las hipótesis. Y a lo largo de los meses, y hasta hace poquitos días, las cartas siguen llegando.
Textos como «Un melodrama ruso» de Fabio Kacero (una genialidad en la que una pareja imperial que se conoció en la Rusia de los zares reencarna para reencontrarse en la actualidad, un domingo soleado en una plaza o parque porteño); o «Las vidas de Delia» de Miguel Vitagliano, sobre una hija de José Ingenieros que abandonó su profesión para ser maga e ilusionista; o «El paracaidista«, de Valeria Tentoni.
La carta perdida
«Descubrí que el género epistolar era como un arenero, el lugar donde todo estaba permitido, desde la reflexión más profunda a la divagación absoluta; sus únicas reglas parecían ser el uso de la primera persona y el envío del texto dentro de un sobre», cuenta en el prólogo del libro la escritora María Gainza, quien tuvo a su cargo la selección de autores que luego debían escribir un texto inédito especialmente para este proyecto epistolar.
Bajo ese signo nació La carta perdida. «La idea era simple -prosigue la autora de ‘El nervio óptico‘-: el envío por correo postal de textos que viajarían por carta, pero que no serían una carta exactamente. Textos inéditos -cuentos, perfiles, improvisaciones jazzísticas, prosas vagabundas- de mis autoras y autores favoritos; un rescate indirecto de la vieja tradición epistolar».
«La carta perdida» es entonces el misterio a punto de ser revelado: en el mes de abril llega a las librerías el resultado del primer proyecto literario en el que se embarcó el espacio cultural Fundación Andreani, que debutó en plena pandemia con exposiciones de arte.
El proyecto literario -que se aprovechó del expertise de Grupo Andreani para la logística de distribución en cada uno de los 200 domicilios elegidos de escritores, periodistas y personas ligadas al mundo de la cultura- incluyó además lecturas en vivo y la proyección de fragmentos de filmes donde las protagonistas eran las epístolas, todo en el edificio de avenida Pedro de Mendoza 1987, en el barrio porteño de La Boca.
«Nos parecía bueno retomar la idea de las cartas ahora que nada nos llega por correo salvo impuestos o cartas-documento. Por eso decidimos enviar cuentos. Se armó un mailing específico y los enviamos sin remitente como para hacer un juego, un misterio, de recibir algo que no esperás. Eso sorprendió y cayó muy bien. Y hay un detalle: imprimir estampillas hoy a la vieja usanza es muy complicado entonces colocamos en los sobres una silueta negra, en referencia a la ausencia de la estampilla», cuenta a Télam Mercedes Urquiza, coordinadora del proyecto.
Exposición
Al mes de comenzar el envío de cuentos -y aún sin revelar la incógnita-, se montó en la Fundación la sala expositiva con la pieza audiovisual realizada por el artista Hernán Kacew, y la compilación de escenas de películas donde las protagonistas son las cartas. Allí mismo se realizó los jueves de febrero un ciclo de lecturas, del que participaron Félix Bruzzone, Eugenia Pérez Tomas, Flavio Lo Presti, Nahuel Lardies, Maruja Bustamante, Federico Falco, Olivia Milberg y Santiago Nader, entre otros, curado por Andrea Franco. Se leyeron cartas propias y ajenas.
Tirar la primera botella al mar
Es válido volver a aquel primer momento de diciembre pasado, donde las cartas comenzaron a enviarse, con el componente enigmático de ser entregadas en un sobre en blanco, con remitente anónimo y con la marca negra de una estampilla inexistente, para subrayar su casi extinción.
Fue Rejtman, el escritor, guionista y director de filmes como «Silvia Prieto» y «Rapado» el responsable del primer envío -de tirar la primera botella al mar– y en ese sentido, el de las mayores repercusiones o respuestas sorpresivas al respecto. El cuento se llamó «El idiota» y es válido recordar que fue enviado sin ninguna clase de explicación.
«Algo raro pasó porque empezaron a escribirme y contactarme varias personas que pensaron que yo había decidido enviar un cuento mío. Me alarmé. Pensarán que me volví loco o que soy un egomaníaco que presupone que todo el mundo quiere leer las cosas que escribe. Casi me muero, es lo último que haría en mi vida. Jamás impondría una lectura. Mi primera reacción fue pedir que alguien aclare que era parte de un proyecto privado», cuenta el escritor y cineasta a Télam.
El poder viral de las redes sociales
Luego de algunos correos vía mail, desde Andreani explicaron a Rejtman que a la semana siguiente se enviaría el segundo cuento y así cada siete días. Aunque en un principio estaba pautada una carta por mes. Y añadieron que era una pena arruinar la sorpresa. «Después me tranquilicé, a medida que fueron llegando los otros cuentos. Y me dije ‘bueno, el mailing es el mismo. La gente ya sabrá’. Y de a poco iban a perdonarme», relata el cineasta.
Pero para los lectores atentos, Rejtman ya anticipaba la iniciativa «La carta perdida» en su relato, en un fragmento casi del principio, donde escribió: «Meses más tarde recibo un ofrecimiento para escribir un texto para un proyecto financiado por un correo privado que se va a mandar a todo su mailing como las antiguas cartas, impreso, dentro de un sobre. Y me acuerdo de las cartas que le mandé a Marta a principios de los ochenta».
«El cuento es mitad verdad, mitad ficción -admite ahora Rejtman-. Cuando me convocaron me acordé del mail de una amiga que me mandó fotos de cartas que yo le había mandado a ella hace muchos años. Recuerdo haber leído esos textos y de haber pensado que era una idiota, todo eso es tal cual», relata.
Aquel cuento inaugural fue leído por un usuario en Instagram y -con el poder viral de las redes sociales- una amiga de Rejtman le escribió desde Nueva York para decirle que le había parecido muy lindo su cuento, hasta allí había llegado.
Una carta es como escuchar la voz de alguien
Ya pasado aquel primer trago amargo, el cineasta asegura: «Me gustó bastante recibir las cartas. Y que me obligue a leer, y a leer a gente que no conozco. Me resulta estimulante comparar qué hicieron otros escritores con la misma propuesta. Además, una carta es como escuchar la voz de alguien. Es como si nos estuviéramos mandando cartas entre nosotros, con los otros escritores involucrados», dice el autor sobre los cuentos, algunos de dos páginas, otros de hasta seis.
Tal vez no todas las cartas hayan llegado a destino. Pero si alguna se perdió todos los textos estarán compilados en este volumen, que se completa con cuentos de Cynthia Rimsky, María Martoccia, Favio Lo Presti, Federico Falco, Ezequiel Alemian, Mauro Libertella, Marina Closs, Sergio Bizzio y Gustavo Ferreyra.