El director y guionista de cine y televisión habló sobre su libro «Diario Inconciente» publicado por Bosque Energético Editora
El “Diario inconsciente” de Santiago Loza relata los días de internación en un hospital psiquiátrico de un hombre que se lleva un cuaderno para escribir pero queda en blanco, una experiencia que opera como el punto de partida de esta cruza entre diario íntimo y novela que recupera algunos trazos autobiográficos: “Necesité cierto procedimiento ficcional para poder narrar lo inenarrable”, dice el autor.
El libro del director y guionista de cine y televisión publicado por Bosque Energético Editora nace de su escritura compartida con los editores. “En principio tenía la necesidad de narrar esos acontecimientos”, explica Loza, quien había pasado décadas “mencionando, traficando y camuflando” en otros personajes e historias algo de lo que se narra en el libro, ese contacto con lo que se podría llamar locura. Escribió películas, obras de teatro, relatos donde personajes se aproximaban a ese borde. “Intenté escribir alejado de ese artificio, poniendo un poco de orden a los recuerdos”.
«En la vida, la locura no articula lenguaje. Es una fuerza que aísla. La literatura puede encontrar la forma de asomarse sin peligro. En el caso del ‘Diario inconsciente’ acudí a la ficción, a cierto humor tímido, al poder de las imágenes que traen las palabras, intenté una escritura próxima a la poesía. Pude escribir porque aquello que cuento le sucedió a otro que ya no soy yo», confesó.
Los textos Loza se los fue mostrando a Andrés Gallina, su editor: “Andrés señaló que en esa escritura había un diario. El diario terminó de tener forma cuando con Eugenia Pérez Tomas crearon esta hermosa editorial llamada Bosque Energético y me fueron guiando”, define. Los editores le señalaban ciertas zonas del texto, y le decían a Loza que había que quitar o reforzar en las “partes dañadas de ese relato”.
-Santiago Loza: He leído algunos diarios. El primero que se me ocurre, en la infancia es el de Ana Frank. Siempre que leo diarios personales tengo la sensación de trascendencia que tienen, una escritura privada que está hecha para ser descubierta. Recuerdo los diarios de Pizarnik, los de Virginia Woolf, los «Carnet»s de Camus, los de Kafka. Estoy leyendo «Naturaleza moderna» de Derek Jarman. Me interesa leer diarios, cartas, ese material aparentemente marginal de la escritura. A veces se descubre un elemento revelador o complementario, en otras ocurre el tedio de lo cotidiano.
Me quedo pensando, con respecto al “Diario inconsciente” hay algo de falso diario. De crónica o pequeña novela camuflada en la forma de un diario. Un diario está sujeto a una sucesión de días, a una temporalidad definida, y este caso, la percepción del tiempo está suspendida, se ha salido del tiempo, se ha dejado de ser. Un diario afirma una identidad, y en este caso la identidad se ha vuelto algo difuso.
¿Qué te permitió este género que otros no?
-S.L.: Tal vez permita cierta libertad, no atarse a las reglas del relato, no tener que concluir, narrar lo irrelevante, ir al detalle, no concluir, entregarse a la fragmentación. El diario está visto como un género menor, como un boceto, como una acuarela donde se prueban formas, se anotan ideas. Cuando menciono que el “Diario inconsciente” toma esa forma pero esconde otras, es que aquello que narra sí tiene la necesidad de ser escrito por última vez. Dejarlo asentado, abrir el hecho vergonzante a la lectura.
¿Cómo articulás las semióticas audiovisual y literaria?
-S.L.: Me resulta imposible dividir lo que escribo con las ganas de filmar o los rodajes o la escritura. Han sido parte de la dinámica de estos años. La escritura suele ser una actividad solitaria y el cine es comunitario, también el teatro. En este libro, y en algunas cosas que vengo escribiendo, se cruza o se menciona mi vida con el cine, el deseo con el cine, la vocación. Se menciona esa vocación imposible como un futuro al cual me tenía que aferrar para sobrevivir. Creo que eso era la idea de hacer cine, como un espejismo en un desierto, cuando fui joven era algo imposible de realizar y finalmente pude hacer algunas películas. Hice y dejé de hacer. Dudo si podré seguir haciendo. El cine al menos para mí no es una actividad permanente, la escritura sí. Necesito estar en contacto con la escritura para estar en mí, para poder habitar o tolerar el presente.
¿Cuáles son tus autores a los que siempre recurrís? ¿cuáles tus directores sagrados?
-S.L.: Muchos, supongo que voy alternando, y a veces no recurro directamente. Mezclo todo, el cine, con las lecturas, Durás, Pasolini, Bashevis Singer, Fassbinder, Carson MacCullers, Arlt, no sé, puedo seguir nombrando y no quiere decir mucho, no son referencias directas, son resonancias, tomo mucho de la calle, de lo cotidiano, de la tele, veo mucha tele. Siempre vi mucha tele, todo de los desechos culturales también. En los últimos años comencé a escuchar radio, me interesan las entrevistas, cualquier entrevista. Me interesa escuchar a quien tenga algo para decir sobre una vivencia; soy curioso, todavía mantengo una curiosidad casi infantil. Todo lo que veo, vivo y escucho me modifica, me conmueve, mancha lo que escribo, lo contamina y modifica.
También concurro al taller de poesía de Laura Wittner, ella es una maestra en la que creo: su escritura, su mirada aguda, las compañeras que leo y escucho en ese ese taller son resonancias que tengo en el trabajo de los últimos años.
¿Cómo pensaste la escritura rápida, fragmentaria, vertiginosa del relato?
S.L.: Hay algo de lo que narra que imponía esa forma, son relatos como girones, partes de algo roto que se debe reconstituir. Es la historia de una fragmentación, también de la reunión de esas partes. Hay cierto pudor en lo que se narra, no se puede dar cuenta de todo. Hay zonas a las que la palabra no llega. Se puede narrar a la locura por fuera, rondarla, y puede que tenga la energía de ese movimiento, de ese tipo de percepción algo distorsionada, un poco rápida como suelen precipitarse esos acontecimientos. El relato cada tanto se detiene y pregunta, reflexiona, duda. El ritmo del texto, los cortes, la forma general fueron trabajados con Andrés Gallina. Me cuesta desde la escritura encontrar esa forma definitiva si la hubiera, lo que escribo es provisorio, frágil, esa mirada externa va guiando, y en el caso de Andrés y Eugenia, ellos vieron un libro donde yo no estaba seguro de que lo hubiera. Confiaba en ellos, así como ellos confiaron en eso que iba escribiendo. Fueron pacientes, me esperaron. Es un libro corto que me llevó mucho tiempo procesarlo, entenderlo, asimilarlo, alegrarme cuando se concretó la publicación.
¿Qué mundo se abre a los personajes o personas cuando la salud se complica e ingresan a un sanatorio?
-S.L.: Con la enfermedad se entra a otra dimensión. Supongo que se descubren muchas cosas, una enorme desprotección y desamparo, pero al mismo tiempo, mucha amorosidad por llamarlo de alguna manera, ese estado de vulnerabilidad genera la necesidad de compañía, de quienes pueden o quieren estar cerca. En el caso de la salud mental supongo que lo que sucede es inmanejable, porque lo que ocurre no está a la vista, el cuerpo da señales pero la manifestación es invisible. Hay un miedo a la locura parecido a la muerte, a perder el control, a dejar irse, a la pérdida total. Los personajes que se entregan a esa fuerza entran a un espacio de libertad, nada los ata, pero también hay una profunda soledad al no poder comunicar lo que viven.
De alguna manera, escribir sobre esto, darle voz, buscar las palabras que puedan dar cuenta es un hecho saludable, vital.
¿Cuáles son los terrenos del inconsciente que te gustaría explorar o has explorado?
-S.L.: En lo personal creo haber pasado por algunas batallas en ese territorio. Creo que conozco algunas cosas de esa zona tan extraña que nos constituye. Le tengo respeto, y cuidado.
¿La locura en la literatura puede ser más entretenida que en la vigilia de la vida?
-S.L.: Por supuesto, en la vida la locura no articula lenguaje. Es una fuerza que aísla. La literatura puede encontrar la forma de asomarse sin peligro. En el caso del “Diario inconsciente” acudí a la ficción, a cierto humor tímido, al poder de las imágenes que traen las palabras, intenté una escritura próxima a la poesía. Pude escribir porque aquello que cuento le sucedió a otro que ya no soy yo. Por eso tampoco creo que sea literatura del yo, narra la historia de ese joven. No es fácil ser joven, nunca lo fue. Lo que escribí no tiene que ver con el caso clínico, es relato, literatura. Creí que era necesario narrar desde el lugar del paciente, desde adentro de esa cosa que no se puede nombrar, hacerlo con cuidado, dejar algunas partes incompletas donde ya no se puede narrar.
Fui acompañado en el proceso del libro y ahora en las lecturas que van apareciendo. Por suerte, otra vez, encontré compañía.