Marilina Bertoldi
Música

SAUNTRACK | Todo pasa

Cuando Marilina Bertoldi se dispuso a robustecer su carrera solista halló inspiración en una historia de amor fallida: la propia.

 

Por Martina Migliorisi

Hola, ¿cómo estás? Comenzó el mes en el que envejezco —¿acaso no lo son todos?— y desconozco a quién le sirve el dato, pero como coleccionista de aniversarios inútiles que soy, afirmo que hoy cumpliría años Frida Kahlo, que Chayanne celebró sus 56 hace ocho días y que tanto Lindsay Lohan como un expresidente argentino que hablaba de naves espaciales comparten fecha de nacimiento. ¿Yo? Yo brindo con Nikola Tesla y con Tilo Wolff.

Amén de la diversidad entre cangrejos y de este talento inútil que llevo a cuestas, las noticias de las últimas dos semanas. Porque para embarcarnos en un nuevo viaje no espero llevarte ventaja alguna: Peces Raros estrenó su nuevo single, “artificial”, y Dos Minutos hizo lo propio con su álbum “La Máquina de Hacer Cagadas”; tras agotar las localidades de su show en el Teatro Coliseo (30/8), Turf anunció una presentación en Niceto para el 29 de agosto; Chita compartió una serie de stems en redes sociales e instó a su público a ponerse creativo con ellos; Ke$ha volvió del infierno para producir música en un comeback esperadísimo por sus seguidores; Tiago PZK publicó su disco “GOTTI A”, que cuenta con colaboraciones con Trueno, Duki y Nicki Nicole, entre otros; Paris Hilton y Rina Sawayama eligieron cantarle a la libertad y son mucho más encantadoras que el primer mandatario; vía twitter, Chano respondió inquietudes de sus fanáticos. Esta apreciación me pareció particularmente destacable.

Si nada de esto te conmovió, siempre está la desgracia ajena. No para el regocijo propio —no somos monstruos, hasta donde yo sé—, sino para promover una puesta en valor de todo aquello que forma parte del cotidiano y que das —damos— por sentado.

Fueron días tumultuosos para esta pluma. Me gustaría afirmar, también, que fueron transformadores. Pero no por repetirla una mentira se volverá certeza. Una vez más, me sorprendí orbitando un disco que fue mi salvavidas cuando hace casi diez años me ahogaba en mis propias lágrimas, en medio de un desamor joven, dramático y doloroso. Si lo atravesaste, sabés perfectamente de qué hablo, pero si no, calma: vas a sobrevivir.

El 18 de octubre de 2014, Marilina Bertoldi enseñó al mundo su segundo álbum en solitario; un plato principal que, como una piña en la cara, dejaba atrás a su antecesor de una sacudida electrizante. Fermentada y profundamente herida, regaló una obra que desde su título nos devela el tono, el ánimo y los colores que teñirán su tracklist.

Bienvenidos/as a la vigésima edición de Sauntrack. Según la quiniela, el veinte (20) es “la fiesta”, pero ¿quién es tan indecoroso para bailar en medio de un cementerio?

Fantasmas

Cuando Marilina Bertoldi se dispuso a robustecer su carrera solista halló inspiración en una historia de amor fallida: la propia. Protagonista y testigo, buceó en sus pensamientos, se sinceró en voz alta y los entregó vueltos canciones, como quien no teme quedarse vacía porque su pena le ha arrebatado, incluso, esa pulsión de vida.

Atrás quedaban su familia, el matrimonio de sus padres, su infancia en Sunchales. La metamorfosis humana, que se vuelve carne cuando se abandona la inocencia y se es adulto por primera vez, atraviesa la obra de la artista de principio a fin, cual proyectil. A veces una flecha de cupido, a veces una bala de plomo: (El disco habla) de una separación mía, de una relación a distancia; trataba de entender cómo era eso de que no esté más alguien que nunca había estado cerca”, dijo a Clarín mientras su álbum todavía desplegaba olor a nuevo. Y es que dicho trabajo había logrado sintetizar, en la oración que lo bautizaba, su carácter todo: “La presencia de las personas que se van”.

Como un espectro —por momentos parecido a un milagro, otros a una pesadilla—, este álbum abre sus puertas con una carta de presentación demoledora: “En mí”. Un relato de pocas palabras que corrompe su tranquilidad hacia el final, donde su autora nos sitúa en el lugar donde a nadie le gusta estar: el punto de partida de una ruptura amorosa, el sinsentido de la vida post amor. Resquebrajada, intenta ponerse de pie mientras lidia con los vestigios de ese alguien que aún lleva dentro. Quien alguna vez fuera su motivo de felicidad es hoy su kriptonita; la persona que amenaza con perturbar su paz tan solo existiendo (Sabrás dislocarme/ cuando todo/ sea amable).

El siguiente parate no es ni más gentil ni más ameno. “Hoy lo veo” desata una hecatombe desde su primer fraseo, cuando cuatro palabras atronadoras entierran a su amante con una calma que hiela: Velo tus besos hoy”. Sin embargo, esta aparente fortaleza posee tantas grietas que tienta al derrumbe, ansioso por tocar a su puerta. Entonces duda: “¿Qué hacemos/ Con esta fricción?”. Su estribillo, como un vendaval, se carga de carácter, de potencia y de ira, para coquetear con la calma de sus estrofas cada vez. Caótico, cíclico. Como el amor.

“Malabares” pone su nombre en lo más alto: oscila entre la seducción y la autoflagelación del espíritu, porque mientras su autora pretende ostentar sus encantos hasta volverse irresistible, descuida sus debilidades y se expone a una dura recaída. El hechizo que la vuelve dócil, fragilidad humana que nos pone de rodillas ante el ser deseado, desconoce de límites (Vos quizás, quizás duelas bien / ¿O será mi morbo otra vez?”). En medio del huracán emocional que la lleva puesta, la angustia recobra su protagonismo. Los descansos eternos y el peso macizo de cada nota en el piano de “Nada” golpean sobre el tórax con una fuerza tal que, por un instante, nos convencen de estar experimentando nuestra primera disnea. Ese aire que no falta, que jamás faltó, finalmente nos abandona: Hoy, nada duele/hoy, nada se siente en mi corazón”.

 El primer atisbo de paz asoma en “Puentes”, donde la intérprete intenta convencerse —y convencernos— de portar la fortaleza de un renacimiento. Esa posada solidez, como toda mentira, le durará poco.

“Presagio” parece desligarla de todo su acting. Cuando una guitarra acústica chilla de dolor y el traslado de los dedos entre acordes es tan perceptible como bello, la artista se desprende, por fin, de su máscara. La vulnerabilidad le ha ganado una dura batalla y esta derrota la humaniza, la vuelve ordinaria, la transparenta: Vuelven los días siempre a lastimar/ Con su presagio de nada al comenzar/ En tus finales nunca quise estar”, confiesa, para más tarde redoblar la apuesta:Y si te vas ahogarás/ Mi frío cuerpo en necesidad/ Y si te vas ya no estoy/ Y te llevás en vos mi hogar”.

Entregada a su dolor, enseña su última carta: “Incendios”. Un repaso reflexivo por todo aquello que no pudo ser, pero que alguna vez pareció indiscutiblemente viable. Un final dramático y tortuoso para una historia afín (Éramos y todo se cayó”).

Marilina Bertoldi

Antídotos

“La presencia de las personas que se van” cumplirá una década este octubre. Saber que existe es un alivio. Para quien lo necesite, para quien requiera un ajuste de brújula, una terapia poco convencional, un abrazo simbólico o una complicidad levemente surreal con quien supo, con la precisión y delicadeza de una orfebre, ubicar en el lugar exacto cada palabra, cada inflexión vocal, cada guitarra agónica.

Conozco este álbum como conozco el olor de la casa de mi abuela, los ronquidos de mi perro, el sonido del mar que se cuela por mi ventana en las noches heladas de invierno. Pasé horas, días, meses perdida en sus recovecos, porque siempre me abrió sus brazos cuando vagaba entre fantasmas. Sé que es un disco indie rock, que combina el formato acústico y eléctrico con majestuosidad, que —como el proceso de desintoxicación que lo inspiró— no es lineal; sino un insoportable vaivén, y que con una prosa hiriente y honesta mira directamente al alma de quien lo escucha.

En medio de mi propia tempestad —la más reciente más no la más hemorrágica—, observé mis viejas cicatrices y recordé, con extraña satisfacción, el éxito con el que conseguí sobreponerme a mi propio apocalipsis hace casi una década. Entonces me abracé a las palabras de Leila Guerriero, que en uno de sus relatos de «Teoría de la gravedad» sostiene: El dolor es el dios que a menudo nos convoca. Cuando toca caminar en medio de un valle de sombra de muerte, cuando no está claro qué parte de mí soy yo o el monstruo que me habita sé —lo sé — que nada alivia. Ni despertar ni dormir ni tomar desayuno ni pensar ni hacer un trámite ni el sol ni la lluvia ni hablar ni quedarse muda. Así que, cuando nada salva, en ese lugar donde siempre estoy sola y son las tres de la mañana, no busco alivio (…) contemplo al enemigo y me quedo quieta. Después, como todo el mundo, sobrevivo”.

También me acordé de Roland Barthes, que decía: “…tiempo después que la relación amorosa se ha apaciguado conservo el hábito de alucinar al ser que he amado: a veces me angustio todavía por un llamado telefónico que tarda y, ante cada importuno, creo reconocer la voz que amaba: soy un mutilado al que continúa doliéndole la pierna amputada”. Para él, su certeza de estar enamorado radicaba en su voluntad inquebrantable de esperar. Y por un instante, aunque por motivos geográficos, lingüísticos y temporales no hayamos coincidido, sentí que me leyó sin siquiera intentarlo, con algo tan similar al desdén y a la insignificancia que me interpeló, porque atravesó mi cuerpo desnudo con la firmeza de una daga lo suficientemente afilada y sólida para tocar mi alma, y tan tierna e imperceptible como para no dejar marcas. Yo también espero. En una terminal vacía, sin puertas ni ventanas y sin una sola pista del tiempo transcurrido desde que llegué. Espero por alguien que no me vendrá a buscar.

Marilina Bertoldi

Para irnos, quiero recomendarte tres gemas del mundo musical, sin nexo alguno y con ningún otro motivo más que el de compartir lo que se ama:

En Bacap escribimos lo que escuchamos. Qué mejor que compartirlo con el mundo.

Chau, loco. Este news se va en fade.

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