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noviembre 23, 2024
Especiales

Esculturas anónimas: artistas que ocultan su identidad para ejercer la crítica social

La aparición de una mujer de cemento, sentada sobre una piedra en Playa Chica, sorprendió a marplatenses y turistas. Otros casos en el mundo.

La misteriosa aparición de una escultura anónima en Mar del Plata que recrea a una mujer sentada en una piedra no representa un hecho aislado en el arte urbano y popular: experiencias similares han aprovechado el tono enigmático como estrategia de promoción, mientras otras jugaron con el margen de libertad del espacio público para poner en jaque una crítica institucional o ponderar la capacidad de impacto estético, emotivo y político del arte por fuera de sus circuitos tradicionales.

En las barrancas de la zona de Playa Chica, en plena temporada turística y cuando el paisaje capta la atención con toda su potencia, una escultura cambió el horizonte de forma imprevista, enigmática. De un día al otro, en una piedra apareció una mujer de cemento, sentada y desnuda, tomándose sus piernas mientras mira al mar. Su aparición fue sorpresiva no sólo porque llegó allí sin autorización previa sino también porque se desconoce a el o la artista detrás de su creación.

El hombre de Bremen

Lo que ocurrió en la costa de Mar del Plata es episódico, aunque no aislado. La ciudad alemana de Bremen, que se caracteriza por un patrimonio arquitectónico de esos de cuentos de hadas y a cuyo monumento más importante se lo conoce como «Los músicos de Bremen» (una escultura de bronce con cuatro animales uno arriba del otro), se despertó un día de junio de 2020 con una sorpresa similar.

En medio de un parque de la ciudad, apareció una escultura anónima de un hombre empujando con cierto esfuerzo un carrito de compras vacío. El hombre, que invita a pensar en un trabajador industrial o pesquero, y el carro sin ningún alimento, suscitan un efecto emotivo y político al instante: una feroz denuncia contra el capitalismo, aún en una de las mayores economías mundiales.

La profanación del espacio público

¿Qué diálogos proponen esas obras que transitan otros circuitos al legajo formal de la institucionalización, inscribiéndose incluso en otros modos de construir arte callejero y popular? ¿Esa suerte de anonimato concede la posibilidad de su emplazamiento a pesar de no cumplir con las normas urbanas de monumentos y patrimonios? Cuando la escultura de Bremen captó la atención, el alcalde de la ciudad Andreas Bovenschulte, sostuvo que una acción como ésa, por fuera del circuito institucional, «también es Bremen».

Esa forma de inscribirse en el patrimonio urbano, como una acción más anárquica, también la destacó el vocero de la Oficina de Cultura, que dijo que la obra no desentonaba con el entorno porque es «el estilo de la escultura figurativa de Bremen». ¿Hubiera podido esa obra, como la mujer de Mar del Plata, estar allí si realizaba los procedimientos formales para su instalación? El misterio del anonimato saltea la pregunta y juega con la hipótesis de la duda. La idea de profanación del espacio público, de desacralización del orden institucional, también construye sentidos en quienes perciben esas obras de arte en sus entornos.

Bansky, la cara más visible

Acaso el que mejor expuso esa contradicción es el artista callejero Banksy, cuya firma se conoce pero su identidad permanece oculta. Sus obras en Francia, España, Estados Unidos o Australia son críticas, ásperas, sarcásticas: denuncian causas sociales, exponen la violencia y al mismo tiempo tienen una ternura inesperada, mientras su rúbrica cotiza en bolsa, como ocurrió con una obra que se vendió en subasta por más de un millón de dólares y fue autodestruida sin que nadie imaginara semejante destino.

«Show me the Monet», la obra de Bansky subastada en Sotheby’s.

Ese gesto desacralizado es otra lectura en la propuesta de Bansky, como cuando mandó a subasta una versión de una de las obras maestras del impresionistas Claude Monet. Bajo el título «Show me the Monet» («Muéstrame el Monet»), ofreció -como reseñó la casa de subastas- una «versión disidente» que tributó al maestro impresionista.

Los monolitos

A caballo entre la permanencia y la fugacidad, el año pasado en una colina de un parque de San Francisco, en Estados Unidos, un monolito gigante de pan de jengibre se coló en el paisaje sin que nadie supiera cómo llegó allí y pronto copó las redes sociales en las vísperas de las fiestas de fin de año. La obra fue conectada a un movimiento de esas estructuras que vienen presentándose misteriosamente en todo el mundo, como pasó con el monolito metálico de tres metros que fue encontrado cerca de Gobekli Tepe, en un antiguo templo en Turquía, en medio de un despejado paisaje natural.

Porque la conjetura da para todo, esos monolitos al estilo de tótems que se vieron también en Rumania, España y hasta en el desierto de Utah de Estados Unidos, suscitan las argumentaciones ficcionales más insospechadas, como que sería fruto de una práctica artística de otro planeta o que son obra e inspiración del artista minimalista John McCracken porque en el caso de la obra del desierto llevaba su firma aunque según las reconstrucciones el emplazamiento ocurrió después de su muerte en 2011. En todo caso, la pregunta es si detrás de eso hay un artista o se trata de un movimiento más amplio.

Mensajes y ¿arte?

En tono de leyenda de atracción turística, en Ámsterdam se dice que hay un escultor o varios escultores anónimos que emplazaron una serie de estatuas en la ciudad, en la década del 80 y desde entonces le aportan la llave secreta a una ciudad que desborda de arte urbano y callejero. Una de las más famosas de esas anónimas es la figura de un pequeño leñador en la rama de un árbol, en una plaza de Leidseplein, que no muchos descubren porque está escondida entre las copas de los árboles.

En Barcelona, en Premià de Mar, sobre el espigón donde rebotan las olas del mar intercontinental, apareció una pequeña jaula de hierro con una especie de árbol tratando de ser contenido en ese pequeño espacio, dedicada a «los inmigrantes muertos en el Mediterráneo«. La escultura anónima fue enclavada sin autorización municipal pero con la aparente intención de permanecer en el tiempo porque fue instalada con potentes anclajes de hierro.

Sobre la misma problemática trabajó un artista danés, que realizó numerosas esculturas en homenaje a los refugiados -manos tratando de subir por un muelle- pero procuró ocultar su identidad. En una entrevista con El Español, el artista que adoptó las iniciales J.B en homenaje a Judith Butler contó que eligió ese tipo de obra para «confundir a la gente» y para anteponerse al imaginario que asocia graffiti con vandalismo y no considera ese tipo de expresión una obra artística. Además de alertar sobre una situación, el escultor de las manos, insta a polemizar sobre el espacio público y la jerarquización de las distintas disciplinas sociales.

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