La pandemia cambió nuestra forma de vivir, pero también de morir. Las despedidas duelen y las casas velatorias se tuvieron que adaptar más allá de un protocolo. El año del velorio más grande del mundo, tampoco fue suficiente.
Por Juan Manuel Lamacchia
En todo el mundo los ritos funerarios varían según la costumbre que cada cultura o lugar posee. Desde guardar cráneos en las casas (Bolivia) o entregar los cuerpos a aves carroñeras (India) a festejar cada vez que un alma deja nuestra vida (México – mirar película “Coco” de Disney). En Argentina, los velorios suelen ser el acto más adaptado a nuestra sociedad: una sala, por lo general privada, donde el centro de atención es el cajón rodeado de familiares y amigos durante largas horas hasta despedirlo a su nuevo destino. Pero la pandemia por Covid-19 también modificó esta actividad, y morir no es igual.
Los velatorios profundizan el dolor de una despedida irremediable, sin vuelta atrás, que lleva consigo un duelo personal que no tiene fórmula para solucionarlo. Ayuda, también, a entrar en razón al entender que más de una persona está pasando por el mismo sentimiento, o manifiesta “cuánto lo siente” al afectado de turno. Eso transforma la pequeña sala de ayuda en realidad. Mientras tanto, el cuerpo no hace más que esperar su próximo estado.
La nueva normalidad también la viven las cocherías. La actividad del sector nunca frenó, pero bajó su rendimiento un 20%. Suena irónico que mientras día a día vemos en las noticias que hay más fallecidos en nuestra ciudad, en nuestro país, y en el mundo, las casas funerarias se vean alteradas y no para mejor.
María José Tomasini es directora de Cochería Tomasini desde hace unos diez años, tras seguir el legado familiar de su padre y su tío, que 55 años atrás llevaron adelante la empresa. Majo nos cuenta que sin pandemia los velatorios venían en baja hace un tiempo, y lo toma como algo cultural que quizás las generaciones que “normalmente” deberían despedir seres queridos más adultos, no lo comparten con tanto entusiasmo ni tradición. Las cremaciones aumentaron en los últimos años – aproximadamente son el 80% – y el costo económico de mantener a alguien que murió se llevó por delante más de una lápida. Adquirir un servicio fúnebre cuesta como mínimo entre 25 y 30 mil pesos. Como en todo rubro, el contexto país también es culpable. Para ella, los velorios volverán a la normalidad recién en 2022 (más allá de esta baja que nombramos).
Para jubilados, ANSES entrega un subsidio de contención familiar de 15 mil pesos.
Protocolo de despedida
La potencia del virus que transformó el mundo en el 2020 es tal que, además de alcanzar miles y miles de muertes, mantiene su contagio en cuerpos ya sin vida. Esto hace que desde hace casi un año, tanto las clínicas, los servicios de ambulancia, los cementerios, las casas crematorias y funerarias, deban adaptar sus protocolos para trabajar con personas fallecidas. Por eso mismo, actualmente los velatorios mantienen las reglas sanitarias ya adoptadas por todos en el uso de alcohol en gel para las manos y barbijo, el distanciamiento social entre las personas y la medición de temperatura al ingresar a una sala. A esto debe sumarse que no pueden mantenerse al mismo tiempo más de cinco personas alrededor del cajón e ingresar y salir en grupos, ninguna persona con síntomas o infectada puede concurrir (más que una obviedad, pero bueno) y todo solo por dos horas.
Esto no fue así desde el principio de la cuarentena, tuvieron que pasar dos meses y varias reuniones entre la Asociación de Empresas Fúnebres y las autoridades municipales y provinciales (que según cuenta Majo, siempre respondieron a los llamados aunque las soluciones hayan tardado en llegar) para lograr establecer un protocolo adaptado a los movimientos que, en ese momento, sacudían nuestro país. Por ese entonces, el velatorio se permitía solo para familiares íntimos, algo difícil de medir desde afuera, y si el cuerpo debía ser despedido en otra localidad o algún familiar no estaba en la misma ciudad, la disposición nacional no lo permitía.
El protocolo se fue adaptando como nosotros a la nueva normalidad, y a medida que las fases cambiaban, los casos bajaban y las actividades se abrían (algunas), los permisos fueron siendo más abiertos. Uno de los momentos más lamentables que obligaron a estos cambios fue el caso de Solange, quien murió de cáncer en agosto del año pasado y su padre no pudo despedirla por no tener permiso para ingresar a la provincia de Córdoba.
En caso de que el cuerpo difunto presente carga de Covid-19 el protocolo obliga a que sea cremado, sin poder realizar ninguna despedida, solamente se podrá ver la entrada del cajón a la sala crematoria (cerrado y con el cuerpo envuelto en bolsas plásticas).
El colapso de los hospitales y clínicas, como así también de cementerios y salas crematorias, dificultan el accionar de las cocherías. Desde tener que esperar hasta 10 días en algunos casos para poder trasladar un cuerpo (sea cual sea la causa de muerte se debe tener el resultado de un hisopado), cuando las familias desde el primer momento ya están a la espera de la dura despedida, hasta tener que vivir la situación del traslado y cremación de un cuerpo equivocado, provocado por un error humano, que entre números y números de víctimas terminó en una confusión poco deseada.
Otra gran dificultad en medio de todos los trámites es obtener la licencia del Registro Civil, que si bien posibilitaron que se pueda realizar todo vía sistema on line, su horario de trabajo continúo siendo hasta las 13, lo que causaba algunos problemas de tiempos al tener que llevar adelante el servicio fúnebre.
Personal anónimo sólo conocido por la familia
El personal médico y de primera línea de riesgo sufre año tras año su precariedad laboral y falta de reconocimiento, el 2020 tan peligroso para ellos, no fue la excepción. Pero quienes trabajan en las cocherías tampoco están tan lejos. Si bien no se encuentran en la misma situación, sin el servicio fúnebre activo como está, todo estaría mucho más colapsado. El contacto con el virus siempre es riesgoso y en muchos casos es difícil de detectar, ya que si una persona muere en su domicilio, solo el personal de ambulancia constata la muerte y el procedimiento luego sigue siendo igual.
Tomasini cuenta que no tuvo mayores inconvenientes a lo largo del año, que las familias (en su mayoría) entienden la situación, respetan y son educadas. Aunque hay casos en que es más difícil de controlar, como el fallecimiento de gente joven o alguien más “conocido” (figura pública, político, etc). En esos casos, lo personal juega muy fuerte. Desde la cochería aseguran que siempre se trabajó de esta manera, acompañando e involucrándose con cada familia y estaban preparados. En algunos casos, el personal humano termina siendo el único abrazo, aunque sea simbólico, de familias que buscan explicaciones donde no las hay. Y eso es muy importante.
El 25 de noviembre murió Diego Armando Maradona, y el mundo entero vio al día siguiente el multitudinario velorio, si se le puede decir así, realizado en Casa Rosada. Sin ningún tipo de protocolo ni organización previa. Si bien algunas cosas eran inevitables (la convocatoria de gente), otras sí se pudieron evitar y el evento no estuvo a la altura. Lamentable tanto para Diego, su familia, sus fanáticos y, sobre todo, para quienes perdieron a alguien cercano y tuvieron que pasar por este proceso durante la pandemia. “No lo podía creer, no lo entendía en esta situación. A nosotros nos exigieron de todo, miles de reuniones y no teníamos protocolos, no sabíamos cómo manejarnos con nadie. Día a día. Dos meses hasta que armamos un protocolo” manifiesta María José, al recordar ese día.
Con esto me despido
Los barbijos disimulan las varias caras que se pueden ver en un velorio, hay quienes expresan su llanto sin vergüenza y se permiten ciertas libertades protocolares con quienes no son familia directa. Porque nadie puede medir ese abrazo que se necesita cuando el nudo que querés desatar recién se está ajustando en alguna parte del centro de tu cuerpo. La frialdad de chocar un codo, un puño o mantenerse agarrado de la mano con un poco de distancia hace que la despedida sea un conjunto de soledades que juntas no forman nada. El protocolo obliga estar al aire libre, en la vereda o en la calle, permitiendo respirar un poco de aire fresco alejado del silencio interrumpido por narices que tragan lágrimas del salón oscuro de madera con detalles lujosos e imágenes religiosas. Mientras en el medio están las miles de preguntas sin responder.
Me voy a tomar este permiso para saludar y abrazar a mi familia, en primer lugar, y luego, a cada uno que haya tenido que despedir de la manera que sea a alguien cercano o acompañado a otro en este duro momento, durante los últimos 12 meses. Seguro que no era lo que esperaban, espero que el tiempo cure.