Un estudio realizado por Unicef, la Asociación Civil Intercambios y el Departamento de Salud Comunitaria de la Universidad Nacional de Lanús indicó que la fraja de entre 3 y 18 años desarrolló una «gran capacidad lúdica» durante el confinamiento.
Un estudio sobre el impacto de la pandemia en la salud mental de niñas, niños y adolescentes presentado este miércoles indicó que el juego funciona como un «escudo protector» para esa población, pero también reportó que existen signos de agotamiento que se expresan en mayor irritabilidad, intolerancia e incluso trastornos de alimentación y del sueño.
El «Estudio sobre el efecto en la salud mental de niños, niñas, adolescentes por COVID-19» se consolidó sobre encuestas a 780 niñas, niños y adolescentes de 3 a 18 años y fue realizado por Unicef, la Asociación Civil Intercambios y el Departamento de Salud Comunitaria de la Universidad Nacional de Lanús entre agosto de 2020 y febrero de 2021.
Los especialistas que participaron de la presentación realizada este miércoles a equipos de salud, educación, miembros de instituciones académicas y de la sociedad civil de todo el país, señalaron que las niñas y los niños de entre 3 y 12 años «desplegaron una gran capacidad lúdica y creativa en el último año» y que «a través del juego encontraron formas de expresión y de comunicación para hacer frente al confinamiento y el distanciamiento social de sus vínculos afectivos».
«Los chicos y las chicas encontraron en el juego una manera para hacer frente al malestar provocado por la pandemia y de proteger su salud mental, pero a medida que la situación se extiende en el tiempo y se complejiza, con la aparición de nuevas cepas y el incremento de casos, necesitan nuevas herramientas para procesar todo lo que ocurre a su alrededor», afirmó Olga Izasa, Representante Adjunta de Unicef Argentina.
Izasa sostuvo que el acompañamiento de padres, madres y personas adultas de referencia «es fundamental para explicar, contener y ayudar a procesar la angustia y la incertidumbre que genera esta segunda ola de COVID«.
Desde Unicef explicaron que «los chicos y las chicas juegan a ser ‘doctor o doctora’, a perseguir al ‘virus zombie’ o encontrar científicos que crean vacunas: se involucran como agentes de cambio del mundo que los rodea y de esta manera, elaboran sus emociones».
Pero el estudio también evidenció «la necesidad de recuperar los espacios de intimidad que se pierden durante el confinamiento».
Déficit habitacional
En este sentido, puso de manifiesto la problemática del déficit habitacional: en el 39% de los hogares relevados, los niños y las niñas no tenían lugar para jugar en sus casas.
Pese a la relevancia del juego como «escudo protector» ante la pandemia, el relevamiento también se refirió a los signos de agotamiento en esa población.
«Entre los chicos y las chicas de 3 a 12 años se observan estados de mayor irritabilidad, mal humor, enojo, fastidio e intolerancia. En algunos casos, se manifestaron cambios o trastornos en la alimentación y/o el sueño», detallaron.
Para las y los adolescentes, el impacto es mayor: la mitad de los encuestados refirió sentirse triste y un tercio manifestó sentimientos de soledad durante todo el período, indicaron desde el organismo.
«Estas emociones, en especial en quienes están cercanos a la finalización del ciclo secundario, aparecen ligadas a la incertidumbre respecto al futuro», en tanto que «en los sectores populares, la angustia se puede vincular también con las privaciones materiales que sufren y que se profundizaron con la pandemia», ampliaron.
La investigación detalló recomendaciones para las familias, como «escuchar las preocupaciones y malestares que tanto niñas, niños como adolescentes pueden tener ante la pandemia» y «respetar sus opiniones y emociones, favorecer la expresión de sus pensamientos y hacerlos partícipes en la toma de decisiones»