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noviembre 23, 2024
Lo de Acá

Una lección de vida: emigrar, superar el bullying y sentirse libre

Una marplatense radicada en México cuenta con entereza cómo sufrió discriminación en Mar del Plata por ser “grandota”. Ahora en Playa del Carmen puede ser plenamente feliz siendo tal cual es sin sentir la mirada descalificadora de otros.

 

Por Florencia Cordero

 

Dalila Di Benedetto es un ejemplo bien claro y evidente de lo que representa animarse a dar el salto, ver qué hay más allá de nuestra propia aldea y no solamente para explorar nuevos lugares, sino también descubrirnos a nosotros mismos y también explotar nuestra potencialidad cuando estamos lejos de la comodidad de nuestra casa, de nuestro entorno, de nuestras raíces y de nuestra cultura.

Hay un mundo por conocer y Dalila encontró la clave para ser feliz cuando se sintió libre en Playa del Carmen después de haber sufrido reiterados episodios de discriminación en Mar del Plata por el solo hecho de ser «grandota». Hoy abocada de lleno a su trabajo en México, puede contar sin tapujos en primera persona cómo evolucionó como persona en un entorno diferente donde no se siente juzgada por su apariencia y donde se la valora por lo que sabe y por lo que es.  

Un relato fuerte, franco y muy real de una vivencia que deja unas cuantas enseñanzas y cuestiones para reflexionar sobre cómo nos relacionamos entre nosotros.

-¿Cómo definís tu momento actual si mirás para atrás en estos seis años que llevás como inmigrante en Playa del Carmen?

-Mágico. No hay otra palabra. Es mágico. Yo en realidad viajé sin expectativa. Vine acá de vacaciones por 45 días y me terminé quedando. Hoy ya soy una residente permanente.

-¿Cómo ocurrió que un viaje de vacaciones se convirtió en un cambio de vida total para vos?

-Fue la mejor decisión que tomé en mi vida. Algo totalmente radical. Primero fue como etapa de juego, era como más de aventura, de ver qué pasaba, de ver quién era Dalila en México. Y hoy me siento en una etapa mucho más madura. Me hacía falta probar otro tipo de situación. Fueron 45 días que se fueron convirtiendo en un año y ocho meses, después fueron otros dos años y después fueron otros dos años más. El tiempo pasa volando acá. Vivo en un lugar en medio de vacaciones aunque yo no viva en ese mood porque también trabajo mucho y tengo otras actividades. Entonces es como que no freno. Ese es mi estilo de vida acá.

-Cuando volviste al país de visita se te tambaleó un poco todo… Se te acomodan las ideas definitivamente o empiezan las dudas….

-Fue una duda larga por el bagaje personal de cada uno. Cuando volví la primera vez en el 2018 me quedé en Argentina ocho meses. Fue una estadía muy larga en donde intenté buscar trabajo y ver si me acoplaba nuevamente a Argentina pero no sucedió. No me sentía cómoda cuando salía a bailar, no me sentía cómoda en la calle, no me sentía cómoda en ningún lado. Quería volver a México. No me imagino en otro lugar que no sea acá. Sí extraño y quisiera estar en Argentina pero un tiempo corto de vacaciones.

-¿Qué encontraste en Playa del Carmen que te hace sentir que es tu casa?

-Me siento muy libre, muy libre… Me siento segura. Conozco cada recoveco de Playa del Carmen, los lugares, la gente, las tiendas, juego al básquet. Acá tengo todo lo que necesito. Y lo que no necesito el universo me lo pone en frente. Acá hay otra energía. Yo no sé si es por los mayas, la energía maya, las pirámides que están cerca, el mar.  Tiene muchas falencias estructurales y sociales, pero creo que el cambio fue por dentro. Lo que tiene Playa es lo que hizo en mí, en la Dalila del 2017 a la Dalila del 2023. Yo voy más para lo energético y lo cósmico que lo estructural.



-Esto de decir que te sentís libre y que en Argentina tal vez no te ocurre, ¿tiene que ver con la mirada del otro por cómo somos señalando con el dedo, juzgando o etiquetando?
 
-Totalmente. Acá cada uno se puede poner un sombrero de lo que se le ocurra en la cabeza, salir a la calle y vestirse como quiera o hacer lo que quiera y nadie te va a juzgar. Creo que empieza por uno igual el juzgar al otro y juzgarse a uno mismo. Esa es una de las cosas principales: la mirada del otro. Argentina a mí me hizo muy mal. Sufrí mucho en Mar del Plata, sufrí mucho en Argentina, me pasa cada vez que voy y me cuesta mucho. Yo fui muy discriminada de chica por mi peso, por mi altura, por mis extremidades, por todo. Y acá no. Cuando tenés una entrevista de trabajo obviamente tenés que ir presentable pero no se fijan qué te pusiste o cómo te vestiste. Se enfocan en cuánto sabés. Me siento libre desde la ropa que me pongo hasta las decisiones que tomo, lo que hago y digo. Acá nadie se mete con nadie. Voy a la playa sin ningún tapujo, hago mi vida, me levanto a las 6 o 7 de la mañana, me voy a nadar en un top deportivo y nadie te dice nada. No siento en particular la mirada del otro, así, condicionante.

-¿En qué situaciones sufriste discriminación en Mar del Plata?  

-Te cuento una. Siempre soñé con ponerme un pantalón blanco. Soy enorme, mido casi 1,80 metros y peso más de 90 kilos. O sea, soy una persona enorme. Tengo huesos grandes. Y obviamente cada uno tiene sus propios complejos con su cuerpo. Yo lo fuí trabajando. En el 2018 volví a Mar del Plata como una mujer segura, me puse mi pantalón blanco para salir a bailar y sentirme cómoda bailando y sentirme linda. Me pasó que me tuve que ir de un lugar porque no podía soportar las miradas de otras personas. Soy de poco filtro. Obviamente me di vuelta y como que reaccioné mal. Me tuve que ir. Y en el 2020 dije: ´bueno, voy a volver a ver qué siento, a ver qué me pasa´. Y me agarró un ataque de ansiedad, me tuve que ir. Eso me pasó en varios lugares en Mar del Plata. Es terrible. Pero en un montón de aspectos. Hasta para conseguir un trabajo, subirte al colectivo y me pasó volviendo acá la gente escribiendo en las redes sociales diciendo: ´Qué fácil tu vida allá´. En Playa del Carmen trabajo todos los días, me levanto, gesto mi propia vida. La diferencia es que yo tuve el valor de soltar todo y venirme. Y pasar por todos los estados que tuve que pasar. Lamento decirlo porque mi familia está allá y porque he tenido esta discusión con ellos, pero Argentina es muy cruel conmigo. Ha sido muy cruel y creo que es parte también de este cambio que hice. Y por todo lo que me da México siento que puedo andar libre por la vida y nadie te dice nada.

-Tuviste que irte a Playa del Carmen para sentirte bien con vos misma…

-Desde muy chica sufrí discriminación porque supuestamente era una niña gorda. Hoy veo las fotos mías de niña o adolescente y no era gorda, era enorme. Mi madre es brasileña, mide 1,78 metros y es enorme. Todas mis tías lo son. Me acuerdo que yo le preguntaba a mi mamá por qué era tan grandota, por qué mis pies eran tan grandes, mis manos, mi contextura. Y mi mamá me decía que cuando vaya a Brasil y conozca a su primo Aurelio lo iba a entender. Me pasó que en ese viaje a Brasil, a los 12 años, mi mamá en el medio de una montaña se pone a aplaudir y sale un hombre que era interminable. Medía como seis metros. Ahí entendí de dónde salí yo, pero volvía a Mar del Plata, Argentina, y era una nena enorme y gorda. Es una lucha constante que tengo pero ya no con el peso, sino con aceptarme y darme cuenta muy orgullosamente que mi cuerpo es perfecto. O sea, todos tenemos cuerpos perfectos como somos. Yo soy enorme y perfecta con mis extremidades y todo mi cuerpo. Me amo tal cual soy y uso la ropa que quiero. Me costó un montón entenderlo. Pero hay muchos niños, muchos adolescentes y muchas personas mayores que no pueden ver eso de que somos perfectos.



-Es realmente fuerte lo que decís como para replantearnos muchas cosas…

-Como cuando vas a buscar un trabajo. A mí me pasó y no me olvido más. Creo que tenía 19 años. En ese momento me quería poner ropa de adolescente grandota o gorda y no existía. En Mar del Plata había hasta el talle 46. No existían los zapatos de más de 40 y yo calzo 44 o 45. Soy muy grandota. Entonces me tenía que vestir con ropa de señora obesa. Y me acuerdo que me había perfumado, bañado, maquillado, me había puesto mis mejores ropas para buscar un trabajo, para empezar mi vida laboral a los 19 años y la respuesta de la persona que me recibió fue: ´Disculpame, buscamos personas con buena presencia´. Y yo digo: ´a qué le llaman buena presencia. Si mi presencia está bien y yo soy lo que sé, no lo que visto o lo que aparento´. Hoy trabajo en una empresa en donde estoy en un puesto gerencial y más allá de lo que me pongo se me valora por lo que sé. Mis compañeras son altas, flacas, grandotas, bajas… El saber vale más que el vestir. Lo importante es explicarle a los niños, a la gente, que cada uno puede ser lo que quiera. Yo lo digo pero es difícil aceptarlo y transformarlo. Podemos vivir muchas vidas, podemos vestirnos como queramos. Mientras no le hagamos mal a nadie podemos ser infinitos. Y eso me lo enseñó la gente con la que convivo y lo agradezco todos los días de mi vida. Somos infinitos. Podemos ser y hacer lo que queramos mientras no le hagamos mal a nadie.

-De aquella chica que salió de vacaciones a ver qué onda en México te convertiste en una mujer sabia, bien plantada, entendiste las cosas de la vida y te liberaste después de haber sufrido tanto…

-En mi adolescencia y mi adultez en Argentina pensaba en quedarme en la rutina, en la estructura social toda la vida, pero primero hay que conocerse uno. Esa es la parte más difícil. En tu mundo hay un millón de mundos. Hay que probar y equivocarse. Cuando uno siente que está en la oscuridad hay que pedir ayuda. No hablo de drogas, hablo de la angustia. Aprendí acá a decir ´estoy mal. Necesito ayuda, que alguien me hable´, sino la duda se queda adentro y en la cabeza empieza como un ratoncito a caminar, caminar, caminar y te empezás a hacer un nudo en tu propia mente cuando en realidad capaz que comenzó por un pensamiento mínimo y minúsculo que te impuso otro. Cuando llegué a México para mí el mundo era una mierda, todos se iban a morir y todo iba a estar mal. Y me di cuenta de que no es así. En Argentina está la mentalidad de que vos tenés que entrar a una empresa para trabajar durante 50 años y a los 70 jubilarte para disfrutar los 20 años que te quedan de vida (si es que te quedan). Y se puede vivir de un montón de otras formas. Las posibilidades son infinitas. Si hacemos las cosas con el corazón, nada puede salir mal. Hay más gente buena que mala y si abrimos el corazón un poco y ayudamos a las otras personas podemos conseguir cosas increíbles.

 

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