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junio 7, 2025
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El Porvenir, el club sin socios ni cuotas que resiste gracias a un solo hombre

Por Clara Rojas

Una fachada sencilla, con un cartel grande que dice “Club Social y Cultural El Porvenir”, unas macetas con lavanda y una puerta de vidrio que no deja ver bien el interior. Está en Jujuy 3075, entre Avellaneda y Alvarado. Parece oscuro. Pero al entrar, el ambiente cambia. Adentro hay color, luces bajas, plantas, un salón con bancos de madera, una pecera iluminada y una pared decorada con billetes antiguos. Todo está hecho con dedicación, buscando calidez. Se nota que a este club alguien lo quiere.

Jorge Macchioli, el «alma» de El Porvenir

Ese alguien es Jorge Macchioli. Trabaja de noche en el casino, es estatal, y en sus horas libres mantiene el club abierto, limpio y funcionando. Lo hace casi solo, por decisión propia. “Todos tenemos algún trastorno. El mío es este”, dice, entre risas. Así comienza el relato de un hombre que hace cuatro años se hizo cargo de una institución barrial fundada el 8 de marzo de 1951. Primero vino como jugador de bochas, después se quedó. Hoy, lo administra, lo mejora y lo sostiene; solo pero firme.

La historia

La historia del Porvenir no empezó en esta sede. «Arrancó en Castelli y Salta, en una despensa», cuenta Jorge. Más tarde se trasladó al barrio actual, donde permanece hace más de 60 años.

El restaurante y las bochas son el corazón del club. Se sirve comida casera, de olla, a un precio accesible. Su icónica pizarra está siempre en la esquina, con el menú escrito a mano, con tiza. Jorge no quiere competir con las parrillas ni con los lugares más conocidos de la zona. Por su parte, las bochas, su deporte insignia, atraviesan una crisis. “En cuatro años se nos cayeron quince personas. Y entró uno solo, un pibe de 22 que lo rescaté yo. Así es la renovación. En diez años no hay más bochas en Mar del Plata”, pronostica, sin dramatismo pero con crudeza.

Las bochas, el deporte estrella de El Porvenir

Jorge cocina. Administra. Barre. Abre y cierra. «No hay noche acá. No quiero tener contacto con nadie que tome, que se drogue, que ande robando”. Deja en claro su propósito: este es un club barrial. “Acá nos conocemos todos. Si alguien tiene un problema, lo llamamos. Si le faltan zapatillas para jugar, se las conseguimos”.

Sin socios ni cuotas

A diferencia de los clubes grandes, aquí no hay socios ni cuotas. No hay ingresos fijos. Todo lo que se recauda del restaurante va directo al mantenimiento. Y lo demás, sale de su bolsillo. «No puedo sacarle plata a mi familia para ponerla acá», aclara. «Pero tampoco puedo dejarlo morir». Se nota su pasión en cada rincón y en cada charla con sus “clientes”, por no llamarlos amigos.

Sobre la juventud, se sincera: «El mar nos saca un montón de pibes. Hacen surf, windsurf. Y encima la oferta deportiva de Mar del Plata es gigante. ¿Cómo convencés a un chico de 13 años para que juegue a las bochas? Es imposible”. El último que clasificó a un nacional tiene 75 años. En tiempos donde la tecnología aísla y la vida pasa por una pantalla, el club propone otra cosa: la unión.

Se lamenta por los clubes que se cayeron. De quince que había de bochas, quedan seis. “Se cerraron porque la gente que los sostenía se murió, se cansó o se enfermó. Y no hubo reemplazo. Estos clubes son unipersonales. Si el que los lleva no está, no hay más nada”, no se queja, pero tampoco disimula la dificultad.

Él seguirá. Hasta que pueda. “Después de este, no hago más nada”, promete, pero no suena convencido. Su pasión es testaruda. Lleva 42 años en la vida de club. Y aunque no conoció a los fundadores, se siente heredero de una voluntad invisible. “Estos clubes tienen que devolverle algo a la sociedad. No podemos estar acá sin ofrecer nada”.

Un club sin dueños, sin fines de lucro, sin juventud que renueve, pero con un hombre que, a fuerza de convicción, sigue. No sabe hasta cuándo, pero por ahora mantiene el Porvenir de pie. No hay promesas ni grandes planes. Pero hay una certeza: mientras Jorge esté, el club no se apaga.

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