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julio 5, 2025
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Con raíces en el básquet, Morena Chiappero encontró su lugar en el vóleibol

Por Florencia Cordero

La marplatense forma parte de la nueva camada de «Las Panteritas»; y lleva en la sangre la herencia de su padre, Claudio Chiappero, exjugador de Liga Nacional de Básquet. Entre recuerdos de canchas, viajes y decisiones deportivas, hoy transita su propio camino en Boca y la selección argentina U21.

Desde que tiene memoria, Morena estuvo rodeada de deporte. Las primeras imágenes que conserva de su infancia son en una cancha de básquet, siguiendo los pasos de su papá, un pivote aguerrido que supo dejar su marca en la Liga Nacional. «Viajábamos por todo el país, me acuerdo mucho de Corrientes, de correr por la cancha, de mirar desde la baranda y rogar que si alguien se caía no fuera él», recuerda entre risas.

Otro rumbo

La pelota naranja parecía un destino casi natural, pero el camino de Morena tomó otro rumbo. Un paso breve por la gimnasia artística, una lesión en la infancia y la influencia materna -más inclinada al vóley- hicieron que encontrara su lugar en otro deporte de equipo: el vóleibol. «Me gustó mucho lo que es el juego de equipo, compartir con las chicas. Eso es lo que te da el deporte grupal», cuenta.

Morena comenzó su formación deportiva en el Instituto Einstein de Mar del Plata, un colegio pequeño pero clave en su desarrollo. Desde allí, casi por casualidad, llegó a una prueba en Bahía Blanca para disputar una Liga Federal. “Fui a ver qué onda y quedé.  Ahí me empezaron a ver de más lados y a llamarme de otros clubes”, relata. Ese fue el puntapié para una carrera que no tardó en tomar vuelo.

El apellido Chiappero seguía resonando en los clubes, aunque ahora era ella quien comenzaba a escribir su propia historia. “Mi papá fue clave en este proceso. Me ayudó mucho, me contaba sus experiencias, me daba tranquilidad. Solo alguien que vivió lo mismo puede darte esa confianza”, valora. El vínculo con su padre, aunque deportivo, también es humano: en el patio de casa, con un aro colgado, los uno contra uno eran moneda corriente. El aguerrido Claudio (2,04 mts.) jugó 14 temporadas de Liga (pasó por Peñarol y por Quilmes) y salió campeón con Boca en 1997.

Después de su paso por Olimpo, la armadora de 1,85 mts. empezó a soñar con metas más grandes. Luego llegó la oportunidad de jugar en La Rioja, donde asumió un rol más protagónico por primera vez. “Fue un desafío enorme, nunca había tenido tanta responsabilidad, pero me encantó”, dice con orgullo.

Una preselección esperada

Hoy, Morena forma parte de la preselección U21 que se prepara para el Mundial de Indonesia, al tiempo que defiende los colores de Boca Juniors, uno de los pocos clubes del país con una estructura integral para el vóley femenino. «El triple turno, la competencia interna y la exigencia te hacen crecer. Y Boca es un desafío hermoso, lleno de historia y jugadoras con mucha experiencia», asegura.

A sus 20 años, Morena no pierde de vista el futuro. Sabe que el exterior puede ser una opción, pero no se apura. Prefiere enfocarse en el presente: crecer, competir y disfrutar. «Lo más importante es eso, disfrutarlo. Si lo hacés con pasión, no se te hace pesado», aconseja a las chicas que, como ella hace unos años, están descubriendo el deporte.

Y si bien el básquet femenino ha crecido muchísimo en estos últimos años, Morena no reniega de lo que no fue. Pero reconoce que si el contexto hubiese sido otro, con más desarrollo en la actividad, quizás habría seguido el mismo camino que su padre. “Me gusta mucho el básquet, lo disfruto, y me encantaba jugar con mi papá en casa, pero mi pasión es el vóley”, admite.

Morena Chiappero creció viendo a su papá luchar bajo el aro, en ese rol de pivot que no siempre se lleva los flashes pero que sostiene al equipo desde el trabajo invisible. Hoy, en una disciplina distinta, ella asume un papel similar: el de la armadora, esa que construye juego, que hace que las demás brillen. En deportes distintos, pero con una esencia parecida, padre e hija comparten algo más que el amor por la camiseta: entienden que en el deporte, como en la vida, lo que no siempre se ve también es lo que marca la diferencia.

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