Por Georgina Sticco. Directora y co-fundadora de Grow – género y trabajo
Llega agosto y, con él, las vidrieras se llenan de colores y promociones. El Día de las Infancias, como tantas otras fechas, se convirtió en una ocasión más para comprar. Pero detrás de lo comercial hay una historia que vale la pena recordar.
Fue en 1954 cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas recomendó que todos los países del mundo establecieran un Día Universal del Niño. La fecha elegida debía servir para promover el bienestar de las infancias y visibilizar sus derechos. Años después, en 1989, se firmó la Convención sobre los Derechos del Niño, un hito que transformó para siempre la forma en que pensamos la niñez. Ya no se hablaba de “menores” como personas a ser protegidas, sino como sujetos de derecho, personas plenas con voz, deseos, opiniones y necesidades.
Cambio de paradigma
Este cambio de paradigma es más profundo de lo que a veces creemos. En nuestro país significó introducir en todos los niveles educativos el concepto de derecho y aprender, en cada edad, que implicaba contar con una voz. Lamentablemente, las personas adultas no fuimos instruidas en la misma medida y esto se traduce en problemas de comunicación, no solo con las infancias sino también con las personas jóvenes que crecieron sabiéndose portadoras de derechos con aquellos que debieron aprender a ejercer ese derecho de adultos.
En los últimos años, además, empezó a aparecer con más fuerza otro debate necesario: ¿por qué hablamos de infancias y no de “niños”? ¿Es solo una cuestión de lenguaje?
El término infancias, en plural, no es una moda. Es una elección política y simbólica. Nos invita a reconocer que no existe una sola manera de vivir la infancia. Que no es lo mismo crecer en un barrio vulnerable que en uno con todos los servicios, no es lo mismo ser una niña indígena que un niño urbano, no es lo mismo ser una infancia no binaria que uno cisgénero. Cada infancia está atravesada por contextos, clases sociales, géneros, geografías, culturas y realidades diferentes. Y todas merecen ser reconocidas.
Nombrar es visibilizar
Cuando decimos infancias, abrimos el juego a esa diversidad. Nombrar es visibilizar. Y visibilizar es el primer paso para transformar.
Desde Grow-género y trabajo consideramos que este Día de las Infancias puede ser una buena oportunidad para preguntarnos cómo estamos acompañando esos derechos. ¿Les escuchamos? ¿Les damos espacios reales de participación? ¿Los miramos con empatía o solo con condescendencia? ¿Los incluimos o los etiquetamos?
Más allá de los regalos —que pueden ser lindos y bienvenidos—, lo que más necesitan las infancias es que les tomemos en serio. Que celebremos su existencia, su potencia, su capacidad de imaginar otros mundos. Y que estemos dispuestos, como personas adultas, a crear espacios donde todas las infancias puedan crecer con dignidad, con amor, y con libertad.