Desde Madrid, la investigadora dirige Ombú, una compañía dedicada a buscar tratamiento para casos de infarto cerebral neonatal.
Por Florencia Cordero
De Mar del Plata al mundo. Ese podría ser el resumen del camino de Merari Chevalier, científica que se formó en la Universidad Nacional de Mar del Plata y que hoy, desde Madrid, lidera una empresa dedicada a la investigación biomédica. Su foco está puesto en encontrar tratamientos para el infarto cerebral neonatal, una condición poco frecuente pero devastadora, que puede dejar secuelas permanentes en bebés.
Chevalier recuerda con orgullo sus años en la UNMDP y cómo esa formación fue la base de todo lo que vino después. “Mi papá me inculcó la importancia de la educación pública y me ayudó a dar los primeros pasos. Nunca me hizo sentir que estaba limitada”, cuenta desde Europa. La ciencia, para ella, nunca fue una torre de marfil, sino un camino de curiosidad y compromiso.
Tras completar sus estudios en Argentina, Merari se trasladó a Galway, en Irlanda, donde vivió una experiencia que marcó su carrera y su vida. Allí se integró a un entorno académico desafiante, conoció otras formas de trabajar en ciencia y aprendió a moverse en un contexto completamente distinto al suyo. “Fue un lugar que me abrió la cabeza y me permitió crecer, no solo como investigadora, sino como persona”, recuerda. Ese paso por Irlanda fue el trampolín para dar el siguiente salto a Madrid, donde decidió instalarse definitivamente.
El camino no fue sencillo. Como toda investigadora que decide emprender lejos de su país, Merari atravesó dudas y miedos. Sin embargo, encontró en su familia un apoyo fundamental. “Hubo momentos en los que pensé en dejar todo, pero el ejemplo de mis padres y de mis abuelos siempre me sostuvo. Ellos me enseñaron que el esfuerzo tiene sentido si uno lo hace con pasión y con propósito”, confesó. Esa combinación de disciplina y sensibilidad fue lo que la llevó a transformar una idea en un proyecto concreto.
De la tesis a la empresa propia
Su recorrido académico la llevó primero a una tesis con impacto clínico y después a instalarse en España, donde trabajó en distintos proyectos de biomedicina. Con el tiempo, decidió dar un paso más y fundar su propia compañía: Ombú, bautizada así en honor al árbol argentino que simboliza fortaleza y raíces. Desde allí busca aportar innovación a un área en la que aún queda mucho por descubrir.
El infarto cerebral neonatal afecta a recién nacidos y puede producir secuelas motoras y cognitivas graves. Hoy no existe un tratamiento específico, por lo que el trabajo de equipos como el de Chevalier abre una puerta de esperanza. “Queremos avanzar hacia terapias que mejoren la calidad de vida de los chicos y de sus familias”, explicó.
Aunque hoy su día a día transcurre en Madrid, Merari mantiene un fuerte lazo con Mar del Plata. “Siempre llevo conmigo lo que aprendí allá. Todo lo que logré es gracias a la educación pública argentina”, asegura.
El legado de las raíces y la fuerza de la curiosidad
Su historia es la de una marplatense que no olvida sus raíces mientras impulsa proyectos de impacto global. “Soy una apasionada de la ciencia, y eso se lo debo a mi papá, que también es científico, a mi abuelo y, por el lado de la perseverancia, a mi mamá y mis abuelas”, relata. Con esa impronta familiar como motor, sostiene que la ciencia es “un universo interminable” que atraviesa la vida cotidiana y posibilita mejorar la calidad de vida de las personas.
En ese sentido, recuerda la idea del Nobel Bernardo Houssay acerca de la responsabilidad de los investigadores de devolver a la sociedad, a través de proyectos concretos, lo que reciben gracias al apoyo de los contribuyentes. Desde su campo, los biomateriales aplicados a la salud, busca justamente que su trabajo tenga un impacto positivo y tangible en la comunidad, convencida de que el conocimiento científico es un patrimonio que merece ser valorado.
Entre sus mayores referentes aparece Marie Curie, hasta el punto de que su hija menor lleva su nombre. “Ella siempre decía que un científico en el laboratorio era, ni más ni menos, que un niño maravillándose con los fenómenos que lo rodeaban”, recuerda. Desde esa mirada, sostiene que la ciencia es un camino que nunca se agota: la curiosidad empuja a seguir preguntándose cosas, a aprender y a asombrarse constantemente. Para ella, la ciencia no solo es bella sino también transformadora, y destaca que no hace falta un título ni un doctorado para acercarse a ella: basta con la inquietud de querer comprender el mundo y disfrutar de sus descubrimientos.
Con la misma curiosidad que la llevó de niña a maravillarse en un laboratorio familiar, Merari Chevalier hoy recorre el mundo con la certeza de que la ciencia puede transformar vidas. No olvida sus raíces ni el privilegio de poder trabajar en lo que la apasiona, y encuentra en cada paso el motor para seguir adelante: la convicción de que su esfuerzo puede convertirse en esperanza para otros