Autor de la monumental trilogía «Cegador» y de una contundente obra original y sensible en la que se destacan la novela «Solenoide», el libro de cuentos «Nostalgia» y el de relatos «El ojo castaño de nuestro amor», el escritor rumano Mircea Cartarescu llegó por primera vez a la Argentina para participar del Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (Filba) y en diálogo con Télam habló sobre su oficio y sus hábitos indeclinables, como el diario personal que escribe desde hace 50 años: «Me puedo imaginar sin escribir más literatura pero no dejar de escribir este diario, es como otra piel».
Por Emilia Racciatti
En un mediodía primaveral, en un hotel de Palermo, Cartarescu (Bucarest, 1956) dice que le gustan los festivales, los toma como parte de su profesión. «En general me gusta viajar y durante los festivales, no importa si son grandes o reducidos, me involucro en mi trabajo», asegura en diálogo con Télam uno de los favoritos para ganar el Nobel de Literatura que se entregará la semana que viene.
No es el primer Filba en el que participa, ya que en 2020, en plena pandemia, lo hizo on line en una entrevista con la editora y periodista cultural Lala Toutonian, pero esta edición lo tiene de visita en Buenos Aires donde ya fue entrevistado por el escritor y periodista Juan José Becerra.
«Mis libros tienen cada vez más imaginación porque probablemente mi mente está triste por no soñar a la noche y sueña de día», dice en una entrevista en la que cuenta que está jubilado de su tarea como docente, lo que le permite abocarse a la escritura, una práctica que siempre produjo ligada a lo onírico.
Publicada por el sello Impedimenta, la obra de Cartarescu cosechó en Argentina una comunidad lectora intensa que sabe además del reconocimiento del rumano a autores como Borges o Sábato y espera sus libros para comprobar que hay una forma de belleza que se puede nombrar a partir de la literatura.
Dueño de una particular forma de conjugar la intuición y el sueño para construir universos en los que lo grotesco nutre aquello que se narra, el narrador publicó, a lo largo de su trayectoria, más de 30 libros y fue traducido a 23 idiomas. Su obra está integrada entre otras por la monumental «Solenoide» y el volumen de cuentos «Las Bellas Extranjeras» publicados por la editorial española, que el año pasado sumó tres nuevos títulos al catálogo Cartarescu: «Nostalgia», «El ojo castaño de nuestro amor» y «Poesía esencial», una compilación de sus poemas hecha por él mismo. En estos textos despliega una riqueza lírica que pone en juego el poeta, crítico y docente cuando se dispone a la escritura, una práctica que liga a los sueños o en la que lo onírico toma protagonismo a fuerza de evocación y de artilugio para presentar mundos.
Cartarescu tiene además un proyecto literario llamado «Cegador» (1996-2007), que puede plantearse como una trilogía que a medida que avanza va adoptando la forma de una mariposa y cuyas partes son «El ala izquierda», «El cuerpo» y «El ala derecha».
-Télam: Sostiene que la escritura de diarios es la base de su trabajo creativo. ¿Sigue siendo así?
–Mircea Cartarescu: El 17 de septiembre mi diario cumplió 50 años. Lo escribo desde que tenía 17 y no creo que haya mayor alegría para mí que escribir una o dos páginas más de esta enorme obra. Me puedo imaginar sin escribir más literatura pero no dejar de escribir este diario, es como otra piel».
-T: Dijo que sus libros empezaban en esos escritos ¿alguna vez pensó en publicarlos?
-M.C.: Los publico en mi país, en Rumania, cada siete años. Esa es mi convención. El próximo año voy a publicar otra parte. Ya hay como 2000 páginas de diario publicadas. Hasta ahora solo fue traducido al sueco donde hay como 800 páginas
-T: ¿Está la posibilidad de que se traduzcan al español?
-M.C.: Sí, pero no encontré el momento porque todavía tengo mucha ficción que no fue traducida. Ahora se están traduciendo al catalán.
-T: Su obra se puede leer en español por la traducción de Marian Ochoa de Eribe. ¿Se involucra en las traducciones?
-M.C.: Tengo la gran suerte de trabajar con Marian, confío en ella 100%. Hace su trabajo maravillosamente en español. También tengo mucha suerte con mi editor en Madrid, con quien también publico todos mis libros. El entusiasmo es contagioso y está presente en la gente con la que trabajo.
-T: En uno de los escritos de «El ojo castaño de nuestro amor» plantea que los libros de la modernidad rumana no son conocidos en el mundo y atribuye esa situación, por ejemplo, a la nefasta gestión cultural pero también sostiene que no quiere convertirse en el «rumano de guardia» ni en «el invitado por antonomasia para representar al país en los coloquios y simposios». ¿Cómo ve esa situación hoy?
-M.C.: Quiera o no soy un representante de la literatura rumana y no tengo nada en contra de eso. La escena literaria rumana es muy efervescente hoy, con muchos autores muy buenos, con muchas escritoras muy buenas, lo que es un fenómeno más reciente. Me alegra mucho ser uno de los autores rumanos que fue publicado fuera de Rumania. No es fácil ser parte de una literatura menos conocida pero quizás haya algo bueno ahí y eso te puede dar más ambición. Te puede empujar para demostrar que en todo el mundo hay buenos autores, una idea en la que yo creo mucho.
Reconocimiento a autores argentinos
-T: Reconoce y cita a muchos escritores argentinos como Ernesto Sábato, Jorge Luis Borges o Julio Cortázar. ¿Hay algún otro que me esté olvidando en ese mapa?
-M.C.: Los escritores de América Latina que escriben en español afuera de los brasileños fueron muy traducidos en Rumana en los años 60 y 70 y se convirtieron en los más conocidos escritores del mundo para los rumanos. En mi juventud todo el mundo sabía quienes eran García Márquez, Vargas Llosa o Sábato. Toda mi generación fue influenciada por esos escritores. Eso pasó porque los escritores rumanos también son parecidos a ellos, son representantes de realismo mágico y literatura fantástica, que eran muy naturales para nosotros.
-T: Un regalo de su padre, una máquina de escribir, en un momento de su vida, fue clave en su decisión de dedicarse a la escritura. ¿Qué implicó ese regalo?
-M.C.: Mi familia no tenía tanta plata. En mi infancia siempre quise una bicicleta y nunca la recibí entonces fue una gran sorpresa cuando tenía 21 años, estaba cursando la universidad, y mis papás me regalaron una máquina de escribir. Era un objeto muy caro, venía de Alemania, tenía un nombre de mujer, Erica, y durante un tiempo largo practiqué mucho para aprender a usarla. Cuando pasé a la computadora los botones saltaban porque empujaba tanto como cuando usaba la máquina de escribir. En la maquina escribí mis poemas, los ocho volúmenes de versos. A fines de los 80 reemplacé esta máquina que tanto quise y sigo queriendo por una computadora.
-T: En su participación en un Filba anterior se definía más como poeta que como escritor, ¿sigue siendo así?
-M.C.: Soy poeta, creo que nunca fui otra cosa. Incluso creo que mis novelas más largas deberían considerarse poemas porque mi método de escribir es el de un poeta, no de un prosista. Lo más importante para mí es la inspiración.
Por el Nobel
-T: A una semana de la entrega del Premio Nobel, ¿cómo vive estar entre los favoritos?
-M.C.: No tengo ningún problema, nunca pienso en ese premio. A mí me encanta escribir y por más que no hubiera más premios en el mundo yo seguiría escribiendo. He recibido varios que considero muy importantes: el Thomas Mann en Alemania, el premio de Estado de Austria, el FIL, el Formentor.
-T: ¿Cómo es hoy la relación la enseñanza? ¿Sigue ejerciendo?
-M.C.: Estoy jubilado de la universidad, fui profesor durante 31 años y ahora uso mi tiempo para escribir literatura.
-T: ¿Qué aportó la enseñanza en esos años de clases?
-M.C.: Las clases fueron una vida paralela para mí, fue mi profesión. Si alguien me despierta a las 3 de la mañana y me pregunta qué profesión tengo, voy a decir profesor, no escritor.
-T: ¿Cómo se lleva con las críticas?
-M.C.: Leo las que son sobre mi obra pero no tienen el poder de influenciar mi escritura en adelante. Me da alegría encontrar una nota inteligente más allá de que sea positiva o negativa.
-T: Lo onírico siempre estuvo muy presente en su universo creativo, ¿sigue siendo clave?
-M.C.: Creo que fui, desde ese punto de vista, una persona poco habitual, porque mi vida nocturna siempre fue muy rica. En una época me acordaba todos los sueños de todas las noches. Los anotaba en mi diario pero hace 10 años no estoy tan feliz porque dejé de soñar, probablemente por la edad, pero eso no me impide inventar sueños. Mis libros tienen cada vez más imaginación porque probamente mi mente está triste por no soñar a la noche y sueña de día.