Este mes se desarrolla en todo el mundo “Julio sin plástico”, una campaña que invita a reflexionar sobre la reducción, reutilización y reciclaje. En Argentina hay grandes oportunidades para mejorar los sistemas y empresas que trabajan para aportar soluciones.
Cualquier persona puede detenerse por un segundo y mirar a su alrededor para notar que estamos rodeados de plástico. Presente en bolsas, envases, aparatos electrónicos, muebles, vajilla, electrodomésticos, ropa, automóviles -y la lista podría continuar-, este material se incorporó a muchas industrias durante el siglo pasado y revolucionó nuestra forma de producir y consumir.
Pero hoy el plástico representa un desafío. En el mundo, cada persona consume alrededor de 45 kilos al año, un número en aumento. Este material permanece en el ambiente, solo un pequeño porcentaje se recicla, en muchos casos es enterrado en rellenos sanitarios o termina en los ríos y océanos, formando “islas” visibles que superan el tamaño de Francia.
En 2014 se estimó que había 5,25 billones de piezas de plástico en los océanos, que pesan 269 mil toneladas, el equivalente a 1.495 ballenas azules. Como consecuencia, casi 700 especies marinas han sido afectadas por enredos, asfixia e intoxicación. De hecho, en 2020 se descubrió una nueva especie de anfípodo a casi 7.000 metros de profundidad y tenía una fibra de plástico PET en su interior (ver datos y fuentes).
Con el tiempo, este material se rompe en pedacitos muy pequeños, ingresando incluso a nuestra propia cadena alimentaria: se encontraron microplásticos (fragmentos de 5mm o menos) en peces e invertebrados, y en alimentos como la sal. Estudios concluyen que las personas ingerimos aproximadamente 5 gramos de plástico por semana (una tarjeta de crédito) y detectaron microplásticos en la sangre, en la leche materna y en todas las regiones del pulmón (ver datos y fuentes).
El plástico no es el problema
“El plástico es versátil, liviano, duradero y muchas veces necesario. El problema es el uso y abuso, el modelo de consumo y la lógica de lo descartable: fabricamos productos de vida útil muy corta, que desechamos en segundos, con un material que nunca desaparece, ya que no se biodegrada”, dice Rocío González, Cofundadora y COO de Unplastify, una Empresa B que busca rediseñar sistemas para reducir los plásticos de un solo uso.
Según Rocío, los principales desafíos para diseñar nuevos hábitos, productos, servicios y normas que impulsen la desplastificación tienen que ver con la falta de información, herramientas, acompañamiento o políticas claras. En empresas, registran una “inercia del modelo actual”, sumada a la idea de que estos cambios implican un incremento en costos.
Por eso, trabajan con ellas para buscar soluciones que incluso aporten mayor rentabilidad. Dos ejemplos: junto a una empresa líder de colchones, co-diseñaron estrategias de desplastificación con el potencial de reducir entre 22 y 150 toneladas de plástico al año, logrando además un ahorro en dinero del 8% al 20%. Con una hotelera, acompañaron la adopción de productos a granel que se tradujo en una significativa reducción en costos, tanto por un menor precio como menor desperdicio, que también les permitió ofrecer productos sustentables y orgánicos de mayor calidad.
Las regulaciones
En Argentina existen regulaciones -mayormente de alcance municipal- que han tenido un impacto positivo en la reducción de plásticos de un solo uso. Dos ejemplos son la prohibición de las “bolsas camiseta” en supermercados y de los sorbetes. “Hay avances normativos, pero falta articulación, control y acompañamiento para que se implementen de forma efectiva”, agrega la líder de Unplastify, que detecta oportunidades en la educación de la ciudadanía no solo para reciclar, sino para exigir mejores sistemas, y en el rol de las compras públicas, que podrían priorizar la adquisición de productos sin descartables.
“Cuando se utiliza de manera responsable y se gestiona adecuadamente, el plástico es una tecnología valiosa que puede ser parte de la solución al problema ambiental que él mismo ha contribuido a generar”, agrega Alejandro Romano Rusiñol, fundador de Xipa, Empresa B cordobesa que acompaña a organizaciones para evitar el mal uso de este material.
“Apostar por opciones reutilizables y recargables es un camino valioso y realista para las empresas. En Xipa acompañamos diseñando e implementando soluciones integradas a los sistemas de cada organización, demostrando que es posible alinear impacto ambiental positivo con valor económico y eficiencia”, detalla Rusiñol. Desde Xipa, por ejemplo, desarrollaron con ecodiseño el primer pote recargable para helados junto a una compañía líder del sector de alcance nacional. En el proceso, también trabajaron en el diseño sistémico del circuito de uso para integrarlo en el modelo comercial.
Si el plástico no desaparece, ¿por qué lo consideramos basura?
Una vez que es utilizado para su fin, este material resistente, duradero y versátil -que ya ha extraído recursos naturales para crearse- continúa existiendo en el ambiente. Entonces, ¿por qué lo enterramos o lo arrojamos a ríos y océanos en lugar de darle una nueva utilidad? La respuesta es compleja. Para empezar, existen diferentes tipos de plásticos y no todos son reciclables ni requieren los mismos procesos para convertirse en nueva materia prima.
“Nuestros productos tienen que ser entregados en envases aprobados por las regulaciones actuales y de la mayor calidad. Por eso, el plástico es parte de nuestra cadena productiva”, señala Ana Guerello, Gerente de Sustentabilidad de Danone Argentina, Empresa B Certificada. “El 95% de nuestros empaques son reciclables o reutilizables, lo que facilita su reinserción en el ciclo productivo, y seguimos avanzando hacia nuestro objetivo de que el 100% sean reciclables, reutilizables o compostables para 2030”, agrega.
La cadena comienza en la separación en origen (como hogares e industrias) y termina en las empresas que compran el material reciclado para utilizarlo en sus productos, pasando por puntos clave como la recolección, clasificación y logística, así como las plantas recicladoras. Cada uno de los “eslabones” tienen que estar coordinados entre sí para que el ciclo funcione como una solución efectiva y real.
Por esta complejidad, la tasa de reciclaje en el mundo y en el país está lejos de ser la deseada. En Argentina se producen alrededor de 1.7 millones de toneladas de plástico por año, de los cuales el 45% son destinados a envases y embalajes. Solo se recicla el 6% de los residuos urbanos: el 71% se distribuye en los rellenos sanitarios mientras que el 23% termina en basurales a cielo abierto. Según datos de 2019, en Argentina se reciclan 232.900 toneladas anuales de plástico. Este valor representa un 13% del total de material demandado en el mercado. A nivel global, del total producido desde 1950 hasta 2015, la mayor parte (79%) terminó en rellenos sanitarios o vertederos, el 12% se incineró y solo se recicló el 9% (ver datos y fuentes).
“Lo que para muchos es basura, para nosotros es recurso industrial”, explica María Eugenia Roig, Directora Ejecutiva de Amiplast, que desde Ensenada, provincia de Buenos Aires, convierte polietileno y polipropileno en nueva materia prima. Desde sus inicios en 2006, la Empresa B procesó más de 110.000 toneladas de residuos plásticos, evitando que lleguen a ríos y vertederos. “En la planta podemos procesar 1.200 toneladas al mes, pero actualmente estamos trabajando a la mitad, con un 50% de capacidad ociosa”, cuenta.
“El material se somete a procesos de lavado, molienda y extrusión, pero antes debemos hacer una ardua clasificación, ya que todavía hay desconocimiento sobre los distintos tipos de plásticos. Muchas veces lo que nos ofrecen como ‘muchísimo insumo’ termina siendo menos de cien kilos y necesitamos un mínimo de 8 toneladas de material homogéneo para iniciar el proceso productivo”, dice la líder de Amiplast, que también cuenta que en algunos casos las empresas le venden sus descartes, lo que implica mayores costos que impactan en su competitividad. “Si pagan impuestos destinados a enterrar esos mismos residuos, ¿por qué a mí me cobran por darles una nueva vida?”, reflexiona.
Para impulsar la recolección, Amiplast desarrolla convenios de circularidad con empresas e instituciones, que integran capacitaciones y búsqueda de soluciones en conjunto. Dos casos virtuosos:
- En La Plata, empresas de construcción se están uniendo para, en lugar de contratar volquetes en los que depositar basura que termina en vertederos, clasificar sus residuos en origen. Con lo que se ahorran, pagan la logística para llevar el plástico a Amiplast y el resto a organizaciones de otros rubros.
- Para impulsar su Triple Impacto (económico, social y ambiental), una empresa de energía lleva a Amiplast sus residuos plásticos y a cambio recibe bobinas (rollos) de material reciclado, que son donados a una cooperativa que confecciona bolsas.
A las dificultades en la recolección -hoy muy afectada por la caída en el consumo- se suman los desafíos de diseño: botellas que tienen dos o tres tipos de plásticos diferentes o bolsas con impresiones en tinta, por ejemplo.
“Los errores de diseño los paga el planeta y los aciertos los agradece”, señala Romano Rusiñol. “Es algo que vemos y se valida en cómo un sistema que integra productos con una mirada profesional de ecodiseño o diseño sistémico, disminuye significativamente su impacto en emisiones de carbono, así como variables como plástico virgen, energía eléctrica y agua”, desarrolla.
Hoy hay muchos productos que pueden utilizar material reciclado. “Nuestros clientes fabrican baldes, tanques de agua, bolsas, bobinas, equipamiento, caños de riego… Cualquier empresa que transforme estos dos polímeros, utilizando un 5% de la materia prima que nosotros proveemos, puede tener un impacto positivo”, detallan desde Amiplast.
Lamentablemente, esta demanda está actualmente retraída. Según explica Roig, en Argentina el pellet reciclado (pequeños gránulos uniformes que facilitan la transformación del material) se vende por oferta y demanda. “A diferencia de otros países, no hay incentivos ni obligaciones. En muchos casos, el plástico virgen está tan barato que nos saca del mercado”, finaliza.
En un país marcado por ciclos de apreciación y depreciación del tipo de cambio, plantas recicladoras como Amiplast quedan a la merced de la coyuntura macroeconómica y de las voluntades del sector privado. Y para las empresas que quieren impulsar la circularidad también aparecen limitaciones.
Danone, por ejemplo, tiene el objetivo de reducir en un 30% el plástico de origen fósil, con acciones como reducir el gramaje de los envases, migrar a opciones de origen vegetal e incorporar plástico reciclado. Sin embargo, declaran que no es tan sencillo garantizar estos materiales y que aún no existe una regulación para su contacto con alimentos (excepto para el R-PET), como sí sucede en otros países.
“Para que el uso de plástico reciclado o de insumos alternativos crezca en la industria alimentaria, es clave que exista un esfuerzo conjunto entre gobiernos, empresas y el tercer sector. Se necesita una infraestructura de reciclaje robusta, marcos regulatorios que incentiven la economía circular y alianzas que potencien el cambio”, finaliza la líder de Sustentabilidad de Danone, que también desarrolla programas para mejorar la recolección y clasificación junto a cooperativas de recuperadores urbanos.
¿Qué podemos hacer los consumidores?
- Separar los residuos reciclables e informarse sobre la gestión de residuos en su zona.
- Revisar la propia huella plástica, eligiendo productos e incorporando hábitos que reduzcan los plásticos de un solo uso. Algunos ejemplos de Empresas B que ofrecen alternativas son: Meraki con productos de higiene personal de bambú; Compostame, Ecofactory, Biopakaging, Superbol y Neotrade con bolsas y packaging compostables o reutilizables; PSA, Hidrolit y Pura con filtros de agua.
- Elegir artículos que contengan material reciclado. Algunos ejemplos de Empresas B son Buply, Wood Idea, GEA Sustentable, Cimarrón, Kompost, Ilko, Martha, PAPA, Fracking Design, WUD Design y Natura.
- Exigir a las autoridades iniciativas que impulsen cambios sistémicos hacia la desplastificación y la economía circular.
- Hablar del tema con otras personas.