Gracias a los vientos, las partículas generadas desde Comodoro Rivadavia hacia el sur alcanzan el continente blanco en un plazo de entre 24 y 48 horas.
Por Luciana Mazzini Puga de la Agencia de Noticias Científicas de la UNQ
Anualmente, se producen más de 400 mil toneladas de plástico y menos del 10 por ciento es reciclado. A su vez, 11 millones de toneladas acaban cada año en lagos, ríos y mares –aproximadamente el equivalente al peso de 2.200 torres Eiffel juntas–. Asimismo, los microplásticos (fragmentos menores a 5 milímetros) llegan a los alimentos, el agua y el aire. Se calcula que cada habitante del planeta consume más de 50 mil partículas de plástico al año, y esa cifra aumenta si se tiene en cuenta la inhalación.
Prácticamente, todas las actividades humanas implican la emisión de microplásticos y es por eso que los centros urbanos representan una fuente continua de emisión de estas partículas a la atmósfera. Una vez que están en el aire, los vientos pueden transportar los microplásticos por grandes distancias debido a que son muy livianos y no se degradan fácilmente. En este contexto, los científicos de la UBA y de la UNLP, en colaboración con el Instituto Antártico Argentino, notaron que todas las ciudades al sur de Comodoro Rivadavia emiten microplásticos que pueden llegar a la Península Antártica.
“El viento es predominante del oeste. Por eso, la mayor parte de los microplásticos emitidos en la Patagonia se dispersan hacia el océano Atlántico. Sin embargo, la región comprendida por el sur de Patagonia y la Península Antártica está bajo la influencia del pasaje continuo de sistemas de baja presión que modifican la circulación atmosférica. De esta manera, hay días en que el viento se dirige hacia el sur y, por lo tanto, los microplásticos emitidos esos días en la Patagonia pueden llegar hasta la Península Antártica”, explica Silvestri.
Una investigación pionera
Para identificar la presencia de microplásticos en la atmósfera de la Península Antártica, el equipo realizó mediciones en tres lugares: en las afueras de la ciudad de Ushuaia, en Isla Redonda (una isla deshabitada ubicada en el canal del Beagle, a 10 km de Ushuaia) y en la base antártica Carlini (ubicada en las islas Shetland del Sur).
“En los tres casos fue la primera vez que se hicieron muestreos de microplásticos en el aire y, por lo tanto, la primera vez que se demostró la presencia de estas partículas allí. Encontrarlas en el muestreo de Ushuaia era esperable por el tamaño de la ciudad. En Isla Redonda también podía ser esperable por la proximidad a Ushuaia, pero encontrarlas en Carlini fue una novedad que demuestra cómo una comunidad muy pequeña puede también introducir estas partículas en ambientes antárticos”, relata Silvestri a la Agencia.
Esto motivó la necesidad de saber si parte de los microplásticos encontrados en Carlini pudieron ser originados en las ciudades de Patagonia. “Por el momento, la única manera de saber si eso es posible es con simulaciones numéricas de dispersión de partículas en el aire. Por eso, realizamos esas simulaciones suponiendo fuentes de emisión de distintas cantidades de microplásticos en las principales ciudades patagónicas”, detalla el científico. Estos experimentos numéricos mostraron que al menos una parte de los microplásticos hallados en la base antártica Carlini pudieron haber sido originados en la Patagonia.
Un problema ambiental y humano
La amenaza en la salud que representan los microplásticos hizo que la Organización Panamericana de la Salud los ubique en la lista de los determinantes ambientales de la salud. Esta busca impulsar estudios que indaguen sobre el impacto en la salud humana y ambiental, su relación con otros contaminantes y una adecuada gestión de residuos.
“Además de invadir la cadena alimentaria humana a través de los mariscos, las personas pueden inhalar microplásticos del aire, ingerirlos del agua y absorberlos a través de productos para la piel”, señala el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. De hecho, se han encontrado estos polímeros en los pulmones, el intestino, la sangre, el hígado, los riñones y el cerebro (siendo este último en donde más prevalecen). También, se hallaron en óvulos, testículos y semen. Básicamente, en todo el cuerpo humano.
Fuente: Agencia de Noticias Científicas de la UNQ.
Foto: Cancillería.