Para calmar ansiedades, para hacer sociales, para saciar una inquietud artística o simplemente para probar algo nuevo, cada vez más personas eligen la cerámica como actividad. En esta nota, recorremos cinco talleres de la ciudad: Burdo Pereiro, Mancha, Imago y los que se llevan adelante en Espacio BUA y la Casa de Madera.
Por Camila Spoleti
En Mar del Plata hay muchos talleres de cerámica. Más o menos grandes, existentes desde hace más o menos tiempo, con o sin horno propio, con una, otra o ninguna música sonando de fondo. Durante el último tiempo, más precisamente, después de la pandemia, estos espacios son cada vez más concurridos. Para indagar en el por qué, recorrimos cinco: Burdo Pereiro, Mancha, Imago y los que se llevan adelante en Espacio BUA y la Casa de Madera, sitios donde, además de cerámica, se realizan otras actividades artísticas.
Más allá de las particularidades de cada lugar, las dinámicas de los talleres son parecidas: los profesores proporcionan los materiales, las herramientas y los conocimientos técnicos básicos, y luego cada quien trabaja en sus propios proyectos. No hay consignas estrictas ni tiempos determinados para el inicio y la finalización de cada pieza. Todo se puede hacer y deshacer cuantas veces sea necesario, y esa lógica, tan distinta a la que rige en la mayoría de las rutinas contemporáneas, pareciera ser al menos uno de los rasgos que la vuelven tan atractiva.
Espacio BUA
El taller está a cargo de Marcelo Fortunato, “Machi”, y se lleva adelante desde hace más de 5 años en Espacio BUA. Ubicado en 3 de Febrero 2851, el edificio, que alguna vez fue un hotel, actualmente alberga estudios de diseñadores, tatuadores, cineastas y otros artistas, al mismo tiempo que da lugar a talleres tanto de cerámica como de pintura y bordado.
Los talleres de cerámica tienen una duración de dos horas y se realizan de manera semanal. La modalidad es semi dirigida: si la persona que se suma al taller no tiene ninguna experiencia previa, se le explican las técnicas básicas. Una vez que estas son adquiridas, cada quien trabaja libremente en sus proyectos, teniendo, por supuesto, la posibilidad de ir consultando dudas y recibiendo ayuda para mejorar los procesos.
Esta dinámica permite que en el taller convivan personas como Tamara, quien asiste desde hace cinco años, con otras chicas que recién empiezan. Con respecto a quienes concurren al taller, Machi señala: “Uno ve que vienen ansiosas por seguir el proyecto que están haciendo, ¿viste? Como que le ponen mucho amor a la pieza de cerámica. Y terminan haciendo piezas impecables”.
Para muchos, señala Patricia, quien también trabaja en BUA, se trata de “una desconexión de lo que pasa todos los días”. “Ese rato entran en sus piezas, sus cosas y sacan un poco la cabeza, porque la mayoría trabaja con computadora o con gente, entonces eso ayuda muchísimo”, dice. En ese sentido, Manchi considera que, en muchas personas, la pandemia despertó la inquietud de hacer algo por fuera del trabajo, así como el interés por las manualidades. “Esa fue la semillita”, dice, y plantea que, una vez que se pudo volver a ir a talleres presenciales, la gente decidió acercarse a probar.


Tamara, por su parte, opina que hacer cerámica “es una oportunidad de conectarte con otra parte de vos”, y comenta que ella descubrió que había pensado que lo suyo era trabajar con placas y término descubriendo que es buena para el modelado.


En los grupos, “se forma un poquito de familia, con la locura de cada uno”, dice Machi. De hecho, fue así que surgió la iniciativa de comenzar a hacer los eventos que hoy son “Barro y Tinto”. Un día, hace tres años, alguien propuso que estaría bueno llevar un vino, una picada para después del taller. Sabiendo que esto ya se hacía en Buenos Aires y en Europa, Machi y Patricia empezaron a darle forma al evento. “Siempre a pulmón”, dice él. Ellos hacían las picadas en un salón de adelante, y luego la gente pasaba al otro espacio donde se explicaba cómo hacer un cuenco y una placa para un plato, paso a paso. Con el correr del tiempo, con el boca en boca, y luego de que un influencer visitara el evento, cada vez más personas comenzaron a participar de este. Actualmente, este tipo de dinámicas que combinan actividades manuales con propuestas gastronómicas se ha vuelto sumamente popular y varios espacios de la ciudad lo ofrecen. Pero, en Mar del Plata, BUA fue pionero.
Hoy en día “Barro y Tinto” se realiza una vez por mes. La comida, que funciona como excusa para que quienes nunca han hecho cerámica se acerquen a probar la actividad, va cambiando. Como parte de esta misma búsqueda, hace poco comenzó el ciclo “Cerámica y Cine”, organizado en conjunto con Manuel Gimenez, quien está a cargo de un cine debate en Espacio BUA. Esta dinámica, que se realiza algunos sábados por la tarde, propone no tanto una clase guiada sino una actividad distendida en la que jugar un poco con el material, “hacer alguna cosita” y “ver una película de refilón”. Tanto uno como otro evento, permite que personas que quizás no tenían una inquietud artística, descubran un interés en la cerámica o que, quienes no están seguros de si les gusta o no, puedan sacarse la duda.
Burdo Pereiro
Burdo Pereiro es el taller de cerámica de Santiago Pereiro y Sofía Burdo. Santiago y Sofía se conocieron en la escuela de cerámica Rogelio Yrurtia y se hicieron amigos. Tras un tiempo trabajando juntos decidieron, hace un año, abrir el taller. En este espacio, que queda en Sarmiento 2375, producen sus propias piezas, y ofrecen, además, clases de cerámica de mesa y de alfarería (cerámica con torno).
Las clases son regulares y participar no requiere experiencia previa. “Muchísimas personas conocieron por primera vez la cerámica cuando vinieron acá”, cuenta Santiago, y señala que también hay muchas personas que vienen de otros talleres, personas para quienes la cerámica es una actividad extracurricular fija.
La modalidad consiste en que cada persona pueda trabajar en sus propios proyectos. “Nuestra propuesta es que es más incentivador y más lindo que cada uno pueda hacer lo que tiene ganas de hacer, el proyectito que tenga ganas de presentar. Nosotros aportamos el cómo, las cuestiones técnicas que hay que tener en cuenta para que la pieza salga bien”, explica Santiago. La pasta, los engobes, los esmaltes, las herramientas y el horno, también son brindados por el espacio.
A la pregunta por cuáles considera que son los motivos que llevan a las personas a acercarse a la actividad, Santiago responde: “Yo creo que todo ese boom es producto de de varios factores. Hay una realidad que es en la post pandemia un poco el mundo se actualizó de alguna manera. Como que se busca tranquilidad mental, y una buena actividad para desconectar es la cerámica. Creo que lo que te obligue a alejarte un poco del celu es lo que te provee de esa tranquilidad y esta es una actividad que hace eso. Y también creo que se ha vuelto moda entre los psicólogos recomendar la cerámica como algo terapéutico. Todo lo que sea construir con tus manos va a ser terapéutico de alguna manera porque te enfrentás con la frustración, con la proyección. Todo es tiempo en la cerámica, la materia te obliga a respetar su tiempo, no podés vos venir a imponerle el tiempo que vos deseás. Entonces, creo que calma ansiedades desde ese lugar y la gente busca eso hoy. Muchos vienen por eso. Muchos vienen porque siempre tuvieron un lado artístico y la cerámica engloba varias cosas: podés pintar, hacer tu pieza y pintar bonito o simplemente construir. Tiene varios matices». “Yo creo que el gran boom tiene que ver con las redes y con la ansiedad”, concluye.


En cuanto a sus propias motivaciones para acercarse a la actividad, Santiago cuenta que siempre le interesó “el cómo se construyen las cosas”. En general, explica, “una mesa, un horno, cualquier cosa”. Así, en algún momento, su curiosidad llegó a la vajilla. A la vez, considera que siempre buscó hacer muy bien cualquier cosa que haga, y la cerámica le dio satisfacción en ese sentido. “Entré medio de casualidad y me fui enamorando de la cerámica y todo lo intrínseco que tiene la materia. Esto de ser una materia muy primitiva, que es simplemente el barro y un oficio que prácticamente fue de la mano con la humanidad”, agrega. “Siempre hubo ceramistas en nuestra vida. Se estudian las civilizaciones desde la cerámica, es un oficio que siempre existió y que me encanta que siga vivo”, concluye.
Imago
El espacio, coordinado por Camila Santecchia, funciona desde hace dos años en un local ubicado en Rawson 2051. En principio Camila no daba clases, sino que hacía sus propias piezas en una habitación de su casa que hacía las veces de taller. Luego empezó a recibir consultas de gente que quería hacer clases, así que inició a dar algunas en formato intensivo, hasta que, por la demanda, decidió comenzar a brindar clases regulares. Fue entonces que se mudó al local.
Actualmente las clases son semanales y duran dos horas. Al taller asisten setenta personas en total, pero por cuestiones de espacio, y para poder lograr un acompañamiento personalizado, los grupos no superan las ocho personas. Esto permite una dinámica de proyectos individuales. Cada persona lleva sus ideas y a partir de eso, y considerando la experiencia que posee quien propone, Camila va guiando el proceso, enseñando técnicas, pero también ajustando las expectativas a las posibilidades reales de llevarlo a cabo. “Sí creo que se puso de moda este último tiempo, entonces hay como mucha estimulación a nivel visual en las redes sociales de cosas de cerámica”, opina, y agrega: “Hay como un acelere de las cosas que se pueden hacer, o de la expectativa de las cosas que se pueden hacer en un mes, por ejemplo, o en el tiempo que vienen. Se genera un poco de ansiedad con respecto a eso”.
A pesar de estas ansiedades, Camila identifica que el hecho de que los procesos sean largos resulta convocante para quienes se acercan a la cerámica: “Es algo que te hace bajar mil cambios, estar presente en la actividad, estar atenta, ir viendo el material cómo se comporta. Y además los procesos del tiempo, de que se tiene que secar la pieza, tiene que pasar por el horno, si le vas a hacer un esmaltado tiene que esmaltarse y después volverse a hornear. Todo eso lleva un tiempo de espera que requiere paciencia”


“Creo que desde el espacio lo que busco transmitir es que el aprendizaje es mucho más valioso que el resultado”, explica. Y añade: “Aprender el proceso y todo lo que eso te genera a nivel interno”. En ese sentido, cuenta que se encuentra terminando la carrera de Psicología y, desde ese lugar, intenta que la cerámica pueda ser para quienes asisten al taller una forma de trabajar la expectativa y la tolerancia a la frustración. “También hay una cuestión como muy epocal de lo inmediato. Está muy en la subjetividad actual, que tiene que ser ya, la productividad, y hacer una actividad que te lleva tiempo, que vas despacio, que te lleva a bajar, no es tan sencillo. Entonces convoca mucho justamente por eso, pero a la vez es un desafío porque es como un poco contracultural”, considera.
Además de esto, señala la amplia variedad de posibilidades creativas que la cerámica ofrece como otro de los aspectos de la actividad que más la atraparon. “Hay muchas cosas por probar, por experimentar”, explica. “Y ver los resultados”, agrega: “Hay una cuestión medio como de experimentación con los colores, porque es algo que hasta que no pasa por horno no se sabe exactamente cómo va a quedar. Si uno está probando cosas está esa sorpresa de abrir el horno e ir viendo”.
Mancha
El 28 de septiembre Mancha cumplió un año. Está ubicado en Dorrego 3752 y quien lo lleva adelante es Agostina Uriarte, profesora de Artes Visuales y técnica ceramista. De martes a viernes se dictan talleres de cerámica para adultos y para niños. También, de tanto en tanto, Agostina organiza actividades especiales como el “Desayuno y cerámica con mamá”, que se realizó el pasado 18 de octubre por el día de la madre, el “Cerámica+Vermut” que se hizo en Bois, y el “Cerámica y café”, en La Casa del Balcón y Costiera Café.
Los eventos, explica Agostina, brindan la posibilidad de acercarse a la actividad a quienes no tienen pueden dedicarle dos horas semanales. Si bien en estos encuentros los procesos son más acelerados, y los asistentes no participan de algunas etapas, como el secado posterior previo a la cocción y el esmaltado, no dejan de ser una oportunidad para desconectar de la rutina y hacer algo distinto. “Han salido cosas lindas”, dice Agostina, y señala que funcionan también como espacios en los que quienes asisten regularmente al taller pueden compartir la actividad con amigos o familiares a los que la cerámica les es más ajena.


Para quienes sí concurren al taller todas las semanas, el proceso es fundamental. “Disfruto más el proceso que el resultado”, dice Luis. “Al menos en mi caso, es un momento de relajación, de estar tranquilo. Termino una pieza cada 2 meses”, añade, y destaca el hecho de, en caso de no sentirse conforme con lo que está haciendo, tener la libertad de dejar inacabada una pieza y comenzar otra.
Luis se acercó al taller a partir de una amiga. Buscaba una actividad por fuera de su casa que no fuera el trabajo y en la que pudiera aprender algo nuevo. Hoy hace ya un año que asiste. “La verdad, lo disfruto mucho”, expresa.
Para Mari, otra de las chicas que asiste al taller, la motivación inicial tampoco fue la actividad en sí, sino salir de su casa y socializar con gente nueva. Fue el hacer lo que la fue “copando”, tanto que ahora se pasa los días buscando ideas en Pinterest para seguir creando. “Y está bueno para planear regalos, no sé, está bueno por todos lados. Siempre encontrarás un motivo para hacer algo”, dice. Señala también, como Luis, lo positivo de poder descartar lo que no sale.
“Trabaja mucho la frustración, la paciencia”, opina Agostina, y agrega: “También tiene eso para mí la pasta, algo como que te conecta con vos, con tu proceso y con que hay veces que hay que esperar.”
“Y desconectar con el celu”, suma Carolina. Ella como Agostina, es profesora de artes visuales. En su caso, lo que la convoca es “el hacer por hacer, sin tener que cumplir algo”, expresa. Destaca también la importancia de disfrutar el proceso (sobre todo al abordar proyectos largos, como el conjunto de azulejos que está haciendo ahora), la libertad ya señalada por sus compañeros de seguir o abandonar proyectos libremente, y el compartir con los otros, ver lo que hacen y pensar a partir de ello nuevas ideas para las creaciones propias.
Así, la explicación a por qué tanta gente elige hacer cerámica que sostiene que se trata simplemente de una moda, pareciera ser insuficiente. “Siento también que, después de la pandemia, mucha gente necesitó salir de ciertos lugares o del encierro, o por ahí de tanto laburo constante y como que lo usan mucho para tener su momento, su espacio, su lugar”, considera Agostina. “Mucha gente me ha dicho que viene acá y que ese día duerme, que descansa. Para mí eso es recontra gratificante”, agrega.
A la pregunta sobre qué disfruta ella de la actividad, Agostina responde: “A mí me gusta todo. Me gusta enchastrarme (por eso se llama Mancha el lugar), me gusta trabajar con las manos, con lo manual, lo motriz. Si yo tuviera tiempo estaría acá todo el día haciendo cerámica.”
La Casa de Madera
La Casa de Madera está ubicada en Rawson 2250. El taller queda en el fondo, un caminito enmarcado por coloridas piezas de cerámica puede servir para encontrarlo. Fue fundado por Norma Gamalero, destacada ceramista marplatense, en el año 1973. Ahora Norma se dedica casi exclusivamente a su obra, y de las clases se encarga Susana Vispo, “Susi», quien estudió en la escuela Rogelio Yrurtia y se formó también en aquel taller.
En ese mismo espacio, pero en el frente, funcionó desde 1979 una galería de arte, a cargo de Galamero y los amigos pintores Manuel Escudero y Nestor Villar Errecart, donde han expuesto varios artistas de renombre. Hoy sigue habiendo exposiciones de arte, pero también un café y otras actividades como recitales, lecturas y proyecciones de películas.
Las clases de cerámica, cuenta Susi, siguen “la escuela de Norma”. Entre otras cosas, esto implica que cada uno trabaja lo que quiere. En función de la idea que cada uno tenga, Susi enseña la técnica. En el taller hay muchísimos materiales y herramientas que permiten explorar posibilidades: moldes de madera y de yeso, torno. Hay quienes buscan la experimentación y quienes van con objetivos concretos, como un señor que hace exclusivamente macetas para bonsáis. O como Sol, a quien le gusta hacer peces.


Mientras lija una frutera enorme —decorada con peces—, Sol cuenta que aunque siempre le gustaron las actividades manuales, y tenía ganas de hacer cerámica desde hace rato, empezó recién hace dos años en compañía de su hija, quien tenía, en ese momento, dos años y medio. Para permitir que padres e hijos puedan ir juntos, desde hace un tiempo los horarios del taller no se dividen por edades.
Una de las nenas que asiste al taller trabaja en una margarita. Susi le pregunta varias veces qué colores quiere para su proyecto. “Vos elegís el color que querés, porque las flores acá pueden ser del color que quieras”, le dice. Lo mismo con un arbolito de navidad. “Todo puede ser del color que quieras”, dice Sol.


Las muestras de colores cubren buena parte de las paredes. Cuando la niña elige, Susi va a buscarlos a un cuartito exclusivamente dedicado a los colores. Hay engobes, esmaltes, y materiales con los que Norma crea nuevos colores para sus obras, que a veces son también usados por los alumnos del taller.
Además de un cuarto para los colores, hay uno para el horno y otro donde está la “campana de sopleteado”, en la que se colocan las piezas para esmaltarlas con soplete. La cerámica es un proceso de etapas. Susi coincide con la opinión de los otros ceramistas al afirmar que en el taller se trabaja la paciencia.
Durante los más de cincuenta años que ha funcionado, el taller de cerámica ha atravesado épocas de mayor y menor concurrencia. La década del ochenta se ubica entre las primeras. El presente, delimitado por la pandemia como punto de inicio, también. Esa es, evidentemente, otra repetida coincidencia entre uno y otro taller.





















