En un ambiente masculinizado, muchas veces hóstil para quienes no son varones, las mujeres participan del espacio digital, trabajan para reducir la brecha de género y se organizan.
Por Marina Guerrier
La pandemia expuso y amplió desigualdades de todo tipo, incluida la de género. Según datos de la CEPAL, las mujeres retrocedieron más de 10 años en el mercado laboral de la región; y en nuestro país la tasa de desempleo alcanzó un 13,5% para ellas mientras que la de los hombres llegó a 12,8%. De acuerdo con lo informado por el Indec para el primer trimestre de 2021, en mujeres jóvenes de 14 a 29 años la desocupación es mayor, de un 24,9% mientras los varones de la misma edad registran un 17% de desocupados.
Frente a esta situación de desprotección, las mujeres buscan medios para defenderse y en las nuevas tecnologías encuentran no solamente la posibilidad de desarrollar herramientas digitales que sean útiles a su comunidad sino un espacio para organizarse e incorporarse a un mercado de trabajo dinámico y en plena expansión. Pero ¿cuál es el escenario actual? ¿La accesibilidad, la formación y el desarrollo profesional de las mujeres en tecnologías están garantizados?
El mundo se mueve dentro de una capa virtual creada principalmente por hombres. “Encontramos que hay tecnologías para mujeres pero cuando son producidas por varones, responden a sus necesidades o a lo que ellos creen que las mujeres necesitamos, hay que prestar atención al sesgo machista”, explica Julieta Luceri, directora ejecutiva de la Fundación Activismo Feminista Digital, en diálogo con Télam.
«Hay tecnologías para mujeres pero cuando son producidas por varones, responden a sus necesidades o a lo que ellos creen que las mujeres necesitamos, , hay que prestar atención al sesgo machista». JULIETA LUCERI
En un estudio que realizaron junto a la organización Gender IT, Fundación Activismo Feminista Digital identifica que las aplicaciones móviles de asistencia diaria destinadas a mujeres están creadas a partir de estereotipos de género. “El abanico se abre hacia el maquillaje y la moda, el control de nuestro peso, la organización de las tareas del hogar, el progreso del embarazo, el registro de todo paso en el curso de la maternidad y el control de nuestros gastos, como si fuésemos incapaces de autogestionarnos con responsabilidad”, detalla el documento. “Para que haya mayor representatividad y atención a las necesidades que tenemos las mujeres, tenemos que apuntar a que ellas participen en los medios de producción de tecnologías”, subraya Luceri.
Según el informe que elaboró el Indec a partir de la EPH en el último cuatrimestre de 2019, la diferencia en la utilización de las TICs (Tecnologías de la Información y la Comunicación) relevadas entre varones y mujeres parece ser estrecha, con un porcentaje levemente mayor para los varones en todas las tecnologías. “Los varones se encuentran por encima de las mujeres por 1,4 puntos porcentuales en el uso de internet y 0,6 en el empleo de computadora. En cuanto al uso de celular, los varones están por encima de las mujeres sólo por 0,2 puntos porcentuales”, señala el documento.
Sin embargo, organizaciones de ciberfeminismo advierten que en la brecha digital de género se combinan distintas brechas. “Las idiomáticas, económicas, de acceso a educación digital y generacionales vienen a acrecentar la brecha digital”, explica Luceri. Y agrega “está bueno que podamos replantearnos cómo utilizamos las tecnologías una vez que tenemos el acceso, contamos con el dispositivo y nos podemos conectar”.
La brecha digital y los estereotipos de género
En 2019, la organización Chicas en Tecnología (CET) realizó un estudio junto al Instituto para la Integración de América Latina y el Caribe del Banco Interamericano de Desarrollo donde identificaron las principales causas de la brecha digital de género, a la luz de los datos existentes sobre la incorporación de mujeres al ámbito universitario.
“Entre el 2010 y el 2016 solo había un 33% de mujeres en carreras STEM en Argentina, es decir, aquellas que tienen que ver con la ciencia, la tecnología, la ingeniería, la matemática; y en carreras como programación ese porcentaje se reduce a un 16%”, explica a Télam Paula Coto, directora ejecutiva de CET.
“Entre el 2010 y el 2016 solo había un 33% de mujeres en carreras que tienen que ver con la ciencia, la tecnología, la ingeniería, la matemática; y en carreras como programación ese porcentaje se reduce a un 16%”. PAULA COTO
Magalí Dominguez Lalli, más conocida en el rubro como “La Maga de Python”, es programadora e instructora de Python, uno de los lenguajes que existe en programación. Desde sus cuentas de Instagram y de Twitter comparte información para quienes quieren iniciarse en esta carrera y junto a distintas organizaciones de tecnología ofrece becas de formación gratuitas para mujeres y comunidad LGBTIQ+.
Su primera carrera fue Turismo y durante muchos años se desempeñó en esa área. “En el último tiempo noté que las grandes empresas y compañías aéreas ya no buscaban ni licenciados ni técnicos en turismo sino desarrolladores de software y empecé a aprender de manera autodidacta”, cuenta Magalí a Télam. En marzo de 2018, comenzó a cursar formalmente una tecnicatura en programación en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) de Mar del Plata. “En las primeras materias de la carrera éramos muchos alumnos, como 60, pero solo 6 o 7 mujeres”.
«Noté que las grandes empresas y compañías aéreas ya no buscaban ni licenciados ni técnicos en turismo sino desarrolladores de software y empecé a aprender de manera autodidacta”. MAGALÍ DOMINGUEZ LALLI
Cuando la pandemia de coronavirus aún no había impulsado la migración masiva a las herramientas digitales, un informe del Ministerio Nacional de Producción y Trabajo afirmaba que “las empresas de servicios basados en conocimiento crean empleo un 30% más rápido que el promedio de la economía”. Y, como ese sector emplea a un 64% de recursos humanos con formación universitaria según OPSSI (Observatorio Permanente de la Industria de Software y Servicios Informáticos de la Argentina), “se caracteriza por salarios relativamente más altos que el promedio de la economía”, concluye el informe.
Pero ingresar, mantenerse y crecer profesionalmente en el área de las TICs presenta dificultades para las mujeres. “No es un tema de interés, las mujeres podemos interesarnos por cualquier disciplina, pero cómo hago para permanecer en un ambiente tan hostil; si soy la única mujer en una facultad de ciencia, en un curso de varones que hacen chistes sexistas”, se pregunta Luceri de Fundación Activismo Digital, y agrega, “estas son las cosas que llevan a la deserción de mujeres en el campo de las tecnologías”.
Para Magalí fue fácil conseguir trabajo, a meses de haber comenzado a estudiar ingresó en una empresa pequeña dirigida por dos hombres. “Fui la primera en conseguir trabajo del grupo (con el que estudié) y me preguntaban mucho cómo había hecho… yo tenía 25 años, estaba aprendiendo a programar antes de empezar a estudiar en la universidad y también tenía experiencia laboral y en sistemas”, explica.
Además de encontrarse con un ambiente masculinizado, en los espacios laborales las mujeres conviven con dinámicas que hacen difícil combinar vida personal y profesional. “Con la pandemia la mayoría de los trabajos en programación son de manera remota, pero cuando una adquiere cierta experiencia en programación tiene la posibilidad de trabajar a distancia o para afuera, con ingresos en moneda extranjera”, explica Magalí y subraya, “es un área con posibilidades de crecimiento en el corto plazo, y eso cambia sustancialmente la vida de las personas, no solo de las mujeres, también personas trans que son marginadas del sistema de trabajo”.
Las pioneras de la programación
Las mujeres formaron parte de la historia de la informática desde sus inicios. De hecho, se considera que la primera programadora de la historia fue la matemática Ada Lovelace, que en la época victoriana creó un algoritmo pensado para ser procesado por una máquina y con ello sentó las bases de la computación.
Más acá en el tiempo, entre los años 40 y 60, decenas de mujeres matemáticas se encargaron de realizar los cálculos para dar apoyo a las operaciones militares, navales y espaciales. En ese entonces, la programación era percibida como una tarea menor y rutinaria, equiparable a las labores domésticas porque requería atención al detalle. Mientras el trabajo de los hombres se centró en la creación de hardware, las mujeres se encargaron de crear los programas necesarios para hacer funcionar los equipos. Pero a mediados de los 70, la industria comprendió la importancia de la computación y las pioneras en su programación fueron desplazadas por hombres.
En los 90 fue el boom de Silicon Valley, sede de muchas compañías emergentes y globales de tecnología, y el trabajo de los hombres se volcó al desarrollo de software. A la par se construyeron estereotipos de género basados en la cultura web, y la oferta de formación y tecnologías domésticas, como por ejemplo computadoras y videojuegos, se ofrecieron como una opción exclusivamente para varones. El ambiente masculinizado y el desconocimiento al trabajo de las mujeres en los inicios de la programación, fueron algunos de los factores que terminaron alejándolas de estas ciencias.
Las mujeres vuelven a conquistar el espacio digital
“Especialmente al comienzo y final de la adolescencia, las chicas van perdiendo el interés en estas áreas, y las causas son sociales y culturales, mucho más amplias que una decisión personal sobre la vocación”, explica Coto, directora ejecutiva de CET, a Télam, y detalla “pueden ser las expectativas familiares, que las alientan a estudiar carreras más tradicionales; también por desconocimiento de mujeres en posiciones de liderazgo; además, la falta de confianza sobre el desempeño en ciertas áreas incluso cuando tienen las competencias; y el mayor miedo de las mujeres en la adolescencia a cometer ciertos errores”.
Organizaciones como CET se proponen acompañar y formar a mujeres jóvenes en carreras tecnológicas a través de iniciativas que generen impacto en sus comunidades. “Parte de lo que hacemos es trabajar de manera muy cercana con el ecosistema tecnológico emprendedor pero también con docentes y espacios de formación, organizaciones de la sociedad civil y áreas de gobiernos para juntos poder ir resolviendo estas causas sociales y culturales que hacen que las chicas tomen o no ciertas decisiones en sus recorridos”, detalla Coto.
Por sus programas ya pasaron unas 7 mil estudiantes que produjeron 700 aplicaciones. Por ejemplo, un grupo de chicas de un secundario de Fernández Oro en Río Negro creó una app que se llama “Sistema Alternativo de Comunicación” para que personas con dificultades en la comunicación establezcan un diálogo a través de un sistema de pictogramas. Otras de las iniciativas es “5ntar”, una aplicación de denuncia e información sobre acoso callejero, también desarrollada por jóvenes mujeres.
Luceri reconoce que aún falta mucho camino por recorrer, “pero hay una apertura de más mujeres en tecnologías, grupos y colectivas de mujeres en STEM”. Revertir su relación con la tecnología es parte de lo que se proponen para dejar de ser sólo usuarias y convertirse en sus creadoras. Participar del diseño, desarrollo y contenido de tecnologías y sus aplicaciones para transformarlas a su favor. “Hackear las redes y la tecnología vienen por ese lado”, subraya Luceri.