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noviembre 23, 2024
Lo de Acá

Fácil de aprender y sin exigencias físicas, el kitesurf no para de crecer en Mar del Plata

Bastan de tres a cinco clases para comenzar a practicarlo y no requiere grandes exigencias físicas para desarrollarlo. La contra, de momento, es los costos que demanda la compra de un equipo apropiado. En la ciudad se multiplican día a día los adeptos a un deporte que aporta adrenalina y contacto con la naturaleza.

por Víctor Molinero

Si bien el kitesurf comenzó a practicarse en Argentina con el arranque del nuevo siglo, en los últimos años, esta disciplina náutica experimentó un crecimiento exponencial. En Mar del Plata, es común verlo en distintos puntos de la costa y cada vez en mayor número, con el beneficio extra que significa que para poder practicarlo no se necesita un estado físico atlético ni mucho menos y su aprendizaje es relativamente sencillo. 

Hoy pueden verse desde chicos de 11 años hasta personas de más de 70 disfrutando sobre una tabla que es impulsada por el viento, mediante cuatro o cinco líneas que sujetan a la persona a una cometa (kite). 

Así, como coincidieron todos los entrevistados por Bacap, y en contraposición a lo que un espectador puede imaginar viéndolo desde la playa, la fuerza no pasa por los brazos del deportista sino a través del arnes al que se enganchan las líneas.

Quizás el punto que impide que todavía más gente se lance a desarrollar el kitesurf es que los equipos no se alquilan y para hacerse de uno hay que pensar en un gasto que va desde los 1.000 dólares (usado) hasta los 2.500 (nuevo).

Entre Mar del Plata y Mar Chiquita, donde radica el polo más importante de esta actividad en el país- se estima que entre 250 y 270 personas practican en la actualidad el kitesurf. Pero ese número crece día a día.

Con responsabilidad y en playas determinadas

«Se va haciendo más masivo también porque en los últimos cinco años mejoró mucho la tecnología y los sistemas de seguridad del kite. Se hizo más fácil practicarlo», aseguran desde la Asociación de Kite de Mar y Laguna, una entidad sin fines de lucro que nuclea a los deportistas de Mar del Plata y Mar Chiquita.

«El crecimiento es exponencial. Es adictivo por el tema del viento», acotan. 

El hecho de hacerlo más masivo, sin embargo, trajo consigo algunos aspectos que hubo que regular para evitar accidentes. Fundamentalmente con terceros, ya que las líneas impulsadas por el viendo pueden dañar a bañistas si no hay un buen control.

Para ello, desde la Municipalidad de General Pueyrredon y en forma conjunta con la Asociación se trabajó en una ordenanza que limita los lugares para la práctica durante el verano, cuando las playas están pobladas de bañistas.

Así en temporada se permite la navegación en las playas de Constitución (a la altura del barco hundido), en Arenas Blancas y en Playas Del Balcón. En El Torreón del Monje, cuando no hay gente por el viento que castiga esa zona, también pueden verse a algunos kitesurfistas.

«Se reglamentó así porque en una playa pública puede ser un riesgo para terceros. Inclusive se dispuso que haya un carnet como para conducir un auto. Y desde la Asociación pedimos encarecidamente a todos aquellos que quieran aprender que lo hagan a través de los instructores matriculados porque si bien es un deporte sencillo en el aprendizaje puede haber accidentes, remarcan las autoridades de esta disciplina.

Inclusive en los últimos años se dieron cursos a los guardavidas de la ciudad para el rescate de kitesurfistas, ya que requieren técnicas especiales.

Tiempos, costos y condiciones para tomar clases

Valentín Montero es uno de los siete instructores matriculados que conviven hoy en esta zona. Vive y da clases en la laguna de Mar Chiquita, un lugar ideal para el aprendizaje.

Valentín es uno de siete instructores matriculados entre Mar del Plata y Mar Chiquita.

En diálogo con Bacap, Valentín asegura que cada vez es más la gente que se anima a tomar clases y que, en promedio, se necesitan entre tres y cinco clases de dos horas para comenzar a navegar solo.

«La primera clase es más teórica, donde se ve el armado del kite, un poco de teoría de vientos, los sistemas de seguridad y un primer vuelo en tierra. Después, siempre según la habilidad de cada persona, te puede llevar de dos a cuatro clases más pero no es algo complicado. Yo he tenido alumnos desde 8 a 60 años», aclara de entrada.

«Pasa por entender el movimiento. Acá no se trata de fuerza, al contrario. Es coordinación y control», reafirma.

Cada clase tiene un costo de 4 mil pesos y la cita se coordina siempre atendiendo las condiciones del viento, clave para desarrollar este deporte.

«Para la laguna necesitamos el viento del noreste. Es es el mejor para esta zona. Porque al viento del sur lo repara el pueblo y no entra tanto en la laguna. En el mar, en cambio el noreste sigue siendo el mejor pero con el sudeste también podés navegar», explica.

Valentín, que una vez el año viaja a dar clases en Brasil (donde este deporte «explotó y tiene las condiciones ideales de temperatura y vientos»), ofrece a sus alumnos el equipo completo para las clases (kite, arnes, casco y tabla)

«Cuando lo probás, te volvés loco»

Diego Silberberg es un apasionado del kitesurf, deporte que practica desde hace más de 15 años.

«Hice surf, windsurf… todos los deportes náuticos pero me quedé con el kite. Si vos lo ves de afuera, desde la playa, y pensás que lindo sería hacer eso, tené en cuenta que cuando lo probás y estás en el mar haciéndolo te volvés loco», confiesa apasionado.

Diego, uno de los apasionados que se sumó al kite a poco de que la disciplina desembarcara en nuestras costas.

Silberberg acredita más de quince años con el kite aunque sólo en un par de oportunidades, entre 2009 y 2010, compitió en torneos amateurs. Si bien todavía atesora aquel trofeo entre sus objetos más preciados en un rincón de su hogar, para Diego esta disciplina va más allá de la competencia.

De todas formas, siempre ávido de nuevas experiencias en el mar, en el último tiempo este marplatense de 45 años comenzó a probar con el Hydrofoil,  una tabla de surf que sobresale del agua cuando se eleva la velocidad, gracias al impuso que le da una quilla con forma de ala.

«Este deporte tiene además lo fácil que es trasladarte con tu equipo. Tené en cuenta que la tabla es chica y el equipo entra en una mochilita», destaca. 

Diego asegura que la mayoría siempre arranca comprando algún equipo usado que puede ir de los 1.000 a los 1.500 dólares y después se va armando algo mejor hasta poder llegar a uno nuevo que ronda entre los 2.200 y los 2.500 dólares.

«El kite me tira para arriba»

Analía Elefante, hoy corresponsal periodística de TN en Mar del Plata, fue una de las primeras mujeres en esta ciudad que incursionó en el kitesurf unos quince años atrás.

«En aquel momento éramos dos chicas que competíamos. Una de La Playa y yo, y nos agrupaban en la misma categoría que los varones porque no había tantas mujeres que lo hicieran», cuenta de entrada. 

Analía fue una de las primeras mujeres que se animó al kitesurf en Mar del Plata.

Trabajo, familia, y demás actividades fueron minando la disponibilidad de Analía para seguir el ritmo de competencia. Sin embargo, nunca dejó de practicar kitesurf por placer.

«Si el trabajo, los hijos y el viento lo permiten me sigo metiendo en la laguna o en Playas Del Balcón. El kitesurf me genera mucha adrenalina y la posibilidad de estar en contacto con la naturaleza, hacer un deporte utilizando el viento y el agua como herramientas», destaca en diálogo con Bacap.

«Una vez, en una entrevista laboral con una psicóloga, me preguntó si hacía surf y le contesté que no porque un poco me daba miedo el caerme debajo de una ola, sumergirme. ‘¿Pero si hacés kitesurf?’ me dijo. Bueno pero el kite me tira para arriba le contesté. Un poco es eso este deporte para mí», confiesa.

Matías Lee, de los mejores del país

El polo Mar Chiquita – Mar del Plata también nutrió de exponentes en el nivel competitivo del kitesurf argentino, compitiendo con otras ciudades fuertes en la materia como Capital Federal y Córdoba.

Rocío Campos, quien en medio de la pandemia se retiró de la actividad, fue múltiple campeona argentina y representó con muy buenos resultados al país en el ámbito internacional.

Matías Lee es en la actualidad uno de los representantes más encumbrados de la zona.

Lee integra una familia apasionada por la disciplina y navega desde los 10, compitiendo a nivel nacional desde los 13. Hoy, con 23 años, Matías busca seguir superándose.

Claro que la pandemia ha sido un escollo para buscar ese crecimiento. Es que en este contexto la Asociación Argentina encontró dificultades para organizar fechas del Circuito con mayor frecuencia y también cayó la cantidad de profesionales que se inscriben para cada competencia. 

Matías vuela en su reciente triunfo en el lago Lácar, donde ganó la primera fecha del Circuito Argentino.

Sponsoreado por una marca alemana, Matías tiene sobre sus espaldas varios viajes internacionales para promocionar la actividad y acaba de ganar la reciente fecha del Circuito Argentino, realizada a fines de enero en el lago Lácar.

Matías, que había sido tercero a nivel nacional en el Circuito de 2019, refiere que así como a nivel amateur la disciplina no para de crecer, en el nivel competitivo en Mar del Plata todas estas dificultades generadas por la pandemia hicieron que sean menos los que pueden profesionalizarse.

«Hay que tener en cuenta que para ser profesional el costo es elevado. Porque para llegar a ese nivel tenés que arrancar de muy chico y para eso necesitás que tu familia te compre los equipos, que son costosos, de entrada. Por lo general necesitás que tus padres sean kitesurfistas o apasionados de estos deportes para poder arrancar de tan chico y después llegar a competir a un cierto nivel», reconoce.

Lee no duda en señalar a Rocío Campos como una referente de la actividad para él y muchos en esta zona. «Yo aprendí navegando con ella», recuerda Matías un especialista en el freestyle aunque -asegura- «lo que más me divierte es olas, surfear», sobre otra de las modalidades del kitesurf.

Y a propósito del crecimiento de la actividad a nivel amateur, Matías asegura que «antes ibas a la playa y nos conocíamos todos. Hoy por ahí te metés y encontrás gente que no habías visto antes».

Es que más allá de los costos, el kitesurf no para de sumar adeptos. Hoy es común estar en la playa y ver grupos de kitesurfistas volando en el mar. Una especia de invitación para dejar la reposera y animarse a sentir una adrenalina que, aseguran, «te vuelve loco».

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