Por Isabelino Siede
El protagonismo de la educación en la agenda política de enero de 2021 sólo se explica como reacción ante la pandemia que alteró todos los parámetros de la vida social. El sistema educativo continuó trabajando de modo dispar, confuso y algo alocado, aunque su funcionamiento no siempre resultara visible. La docencia es una actividad atravesada por un significativo equívoco: durante 2020 trabajó más que en el tiempo ordinario, pero hay quienes la imaginan en un largo descanso calmo y distendido.
No cabe duda de que en este tiempo hubo clases y hubo aprendizajes. Sólo una malintencionada deformación de los hechos puede desconocer el esfuerzo de docentes y directivos por garantizar el derecho a la educación, aunque también queda claro que la escuela no cabe en las pantallas.
Hubo y hay infinidad de aprendizajes a través de las pantallas, pero no se ha replicado toda la propuesta formativa de la escuela, lo cual no desmerece el sentido del esfuerzo. La experiencia escolar requiere salir del ámbito doméstico y sumarse a la construcción cara a cara de un espacio común, en el cual las diferencias nos enriquecen, los conflictos nos interpelan, el conocimiento nos da herramientas y la igualdad es, al mismo tiempo, suelo y horizonte.
Los dispositivos de enseñanza mediada por tecnologías y acompañamiento hogareño han generado, por fuerza de las circunstancias, nuevas modalidades de exclusión. En grupos familiares donde hay hambre o una situación de incertidumbre, quizás la educación ha perdido prioridad. Por otro lado, están aquellos adultos responsables que no tienen un capital cultural acorde a las exigencias curriculares. La potencia de la escuela en sus mejores logros ha sido permitir que cada generación supere el nivel educativo de la anterior.
En las actuales condiciones, en cambio, algunas propuestas pedagógicas descansan en las posibilidades de enseñanza que tiene cada grupo familiar, lo cual implica saberes básicos del quehacer computacional y también cierto saber propio de la cultura escolar como interpretar una consigna o resolver dudas emergentes de la actividad de aprendizaje. Por otra parte, muchas familias dan cuenta de lo difícil que les ha resultado sostener emocionalmente los aprendizajes escolares y cuantas fricciones ha generado la tarea.
Reconstruir
Volver a las aulas ha sido la intención más temprana de unos grupos que otros, cargados los primeros de cierta impugnación a las decisiones gubernamentales, preocupados los segundos por no suscitar riesgos innecesarios y avances precipitados. El regreso a la presencialidad no tiene como desafío recuperar un tiempo perdido, porque no fue eso lo que se perdió. Los propósitos son, en cambio, reconstruir los lazos afectivos que dan sustento a la tarea, reconocer los derroteros diferenciales de la etapa no presencial, resignificar los aprendizajes de ese período, considerando lo que se pudo sostener de la propuesta curricular, lo que se tuvo que postergar y lo que se agregó como fruto de una experiencia formativa inesperada. Al mismo tiempo, ninguna decisión puede ir a contramano de las prevenciones sanitarias.
En ese panorama, el retorno a las aulas puede implicar expectativas muy disímiles, pues algunas familias mantienen miedos incólumes mientras otras verán con alivio el paso a una instancia de mayor interacción social. El regreso a la presencialidad implicará, seguramente, la diferenciación de estrategias entre regiones o instituciones, dentro de las cuales es menester defender la igualdad y el reconocimiento de las diferencias, para garantizar que la nueva organización de los espacios y los tiempos escolares tome en cuenta a las personas con discapacidad, las culturas no hegemónicas, la población rural o urbano marginal y cualquiera de los sectores que suelen quedar invisibilizados ante decisiones genéricas que imaginan una población homogénea.
Nadie se opone a que vuelva a haber clases presenciales. Sí se somete a discusión la oportunidad y el modo de realizar ese proceso. Ni la brújula ni el GPS son indispensables para transitar, pues la humanidad lo ha hecho durante milenios antes de conocer sus beneficios. Lo difícil es prescindir de ellos cuando nos habíamos acostumbrado a usarlos. Tenemos claro el lugar de destino: una sociedad más justa, solidaria, inclusiva y pluralista. Ensayamos respuestas sobre el camino más adecuado para avanzar hacia allí.
(*): Dr en Ciencias de la Educación; pertenencia institucional en UNLP, UNPA y UNM.