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Marcel Duchamp y ¿su fuente?

El francés fue un confrontador insatisfecho con todo, un punk sin cresta. No sabemos si algunas de sus obras las hizo él, pero la verdad es que a él no le importa . Mientras leés podés escuchar la historia aquí. 

Por Remigio Gonzalez

El brief

Marcel Duchamp es un tipo muy difícil de clasificar. Si si, de acuerdo, nació en Francia, en julio de 1887, fue partero en el nacimiento del dadaísmo y tenía una personalidad muy extravagante. Ok, eso si lo sabemos. Pero no hay taxonomía que aguante: Duchamp transitó el impresionismo, postimpresionismo, fauvismo, cubismo, arte abstracto y futurismo, y todo en menos de 10 años. Nada lo convencía. A todos estos movimientos artísticos les faltaba ironía, humor. Mucha aristocracia y esnobismo, Duchamp necesitaba un poco de sarcasmo, de ingenio.

Que yo aquí intente hacer un racconto de su vida y obra sería un suicidio literario. Yo fallaría, ustedes reirían y me arrojarían tomates. Y tendrían razón. Decido, entonces, concentrarme y orientar el relato a una obra en particular, a un happening dentro del arte del siglo XX y posteriores. Me haré dueño de toda su atención sólo a través de las palabras. Cuánto poder, cuántas posibilidades…

La obra que estudiaremos es La Fuente, quizás la más célebre del artista galo. Guste o no, debemos atrasar el reloj unos 130 años para entender la relevancia de la pieza. La posterior investigación que haremos para desentrañar el origen del mingitorio pierde sentido si no sabemos por qué una sección de porcelana normalmente destinada a la recolección del orín masculino hizo tanto ruido un siglo y pico atrás. Es más: fue seleccionada como la obra de arte más importante del siglo XX, destronando pinturas de Picasso, Warhol y Matisse. Como dije, fue muy importante.

La fuente, 1917. Estamos intentando averiguar quién la hizo (Foto de Alfred Stieglitz)

Primero la obra. Un mingitorio de porcelana blanco, acostado sobre su lado más largo y firmado con pintura negra R.MUTT 1917. Fin. Obra pionera del shock art, impulsora del dadaísmo y objetora de conciencia del concepto mismo del arte. Admirenla, aprencienla. Si bien investigaremos quién fue el autor real de la pieza, sabemos que fue Duchamp quien se adueñó de ella y la presentó al público. O por lo menos lo intentó.

El cambio

Las primeras décadas del siglo XX fueron la adolescencia del arte moderno. Cargada de hormonas y de insatisfacción, trajo cambios de paradigma, nuevos experimentos expresivos y una lluvia de transformaciones que definirían el arte del futuro. Muchos abrieron el paraguas para no mojarse, y otros lo usaron para volar como Mary Poppins. Del siglo XIX todavía quedaban huellas del arte clásico, de piezas refinadas y sólo accesibles para intelectuales. El arte era la cosa, la forma, el estilo y el status quo. Me importa lo que veo, no lo que usted quiso decir. Llega el siglo XX, y en Nueva York sabían que a estas ideas no les quedaba mucho tiempo. Se funda la Society of Independent Artists, destinada a estimular a los artistas avant-garde, a los disruptores enemigos de las ideas del siglo que ya pasó.

Sorpresa para nadie, Duchamp forma parte de los miembros fundadores. En sus exhibiciones anuales, la Sociedad mostraba más de 2000 piezas de arte modernas, nuevas, puntas de lanza de las nuevas tendencias. La idea es que cualquiera podía mostrar sus obras, siempre que pague los seis dólares de admisión. Duchamp tuvo una idea: él presentaría una obra de un artista anónimo, para probar la integridad de los jueces y poner a prueba la filosofía open minded de la sociedad.

En 1917, Duchamp presenta La fuente, expectante por la respuesta de sus colegas. De forma unánime, la pieza fue censurada: no le negaron la admisión, pero nunca fue expuesta. La consideraron vulgar, torpe, y una simple pieza de fontanería. Por más que achinaban los ojos, los jueces no lograban ver lo que el artista que ellos creían anónimo pretendía. En el acto, Duchamp renuncia como director de la Sociedad, después de haber comprobado que los criterios de sus compañeros eran, como mínimo, inconsistentes con sus objetivos.

La obra es uno de los más importantes representantes del ready-made duchampiano. Estas piezas de “arte encontrado” responden a los principios modernos y dadaístas de que el arte no es la cosa, sino la intención. Los ready-made son una famosa serie de objetos seleccionados por Duchamp que, con el mínimo requerimiento de ser sacados de su entorno natural y resignificados por su autor, se convierten por sí mismos en piezas artísticas. Duchamp jugaba mucho con la definición de esta idea, incluso admitiendo que todo es “un jueguecillo entre mí y yo”. El concepto también desafía al clásico arte retiniano, esto es, el arte que empieza y termina cuando se lo ve, donde los ojos son los curadores. Duchamp prefería la expresión artística mental, aquella que es capaz de transmitir belleza o significado desde el concepto mismo de la obra, y no de la obra en sí.

Con esta introducción criminalmente corta, tal vez podemos ahora pasar al debate por el que usted pagó entrada. La fuente, si bien se le atribuye a Duchamp por su anécdota con la Sociedad, ha sido objeto de estudio por quienes buscan a su creador original. La autoría de Duchamp fue indiscutida, hasta que en 1982 aparecieron unas cartas que el artista mandó a su hermana, donde sugiere que el autor de la obra es, en realidad, autora. Si me acompañan, intentaremos resolver el misterio.

La historia original

Vamos en orden. Analizaremos primero la versión original de la historia de La fuente, y después veremos los argumentos que la cuestionan. 

Marcel Duchamp llegó a Estados Unidos a mediados de 1915, y rápidamente se asoció con muchos artistas que compartían su forma de ver y entender el arte. Empieza ahí un movimiento proto-dadaísta en Nueva York. En 1917 entró a J.L Mott Iron Works, un local de fontanería en el 118 de la Quinta Avenida. Allí compró un mingitorio modelo Bedfordshire estándar. Fue a su estudio, lo rotó 90 grados sobre su eje longitudinal, y escribió R.MUTT 1917 con pintura negra en uno de sus bordes.

El nombre R. Mutt, firma anónima y ficticia, responde a dos referencias: en primer lugar, una clara alusión a Mott Iron Works, la marca que produce el urinario. Por otra parte, en Nueva York existía una tira cómica llamada Mutt and Jeff, que el diario Clarín la trajo a Argentina con el mismo nombre, y donde el personaje Mutt se muestra como un hombre adinerado, avaro y codicioso. La R que antecede al apellido es de Richard que, por un juego de palabras intraducible del francés, puede interpretarse como “saco de dinero”. Hay ahí un clarísimo chiste, consecuente con la ironía e ingenio que Duchamp tanto buscaba: tal vez la obra invita a orinar sobre los Mutts del mundo del arte, los codiciosos que lucran con la creatividad y sensibilidad ajena.

“¿Está quitando la nieve de su vereda?¡Pero si no está nevando!” , “¿Por qué debería dejarlo todo para el último minuto?” – Mutt & Jeff, nº 51

Hasta acá todo muy bien. Por ahora. En 1982, casi 20 años después del fallecimiento de Duchamp, se encuentran algunas cartas que él le mandó a su hermana. Transcribo la parte que nos interesa:

“Una amiga, empleando el seudónimo de Richard Mutt, me envió un urinario de porcelana a modo de escultura para ser expuesto; como no tenía nada de indecente, no había ningún motivo para rechazarlo.”

Voilà. Listo, misterio resuelto. Él no la hizo. Fin. Telón. ¿Por qué no se apagan las luces? Claro, hay escena post créditos.

La historia intervenida

Nada es lo que parece, y absolutamente nada es ni remotamente lo que parece si estamos hablando de Duchamp. Si bien esa parte de la carta es muy explícita y directa, debemos entrecerrar un poco los ojos para codificar el mensaje. Duchamp nunca aclara la identidad de esta amistad femenina, por lo que se han barajado tres nombres posibles. El primero es el de Louise Varèse, escritora y editora estadounidense muy amiga del francés, que sabemos que el vínculo que los unía era muy estrecho. Varèse escribió un artículo en defensa de La fuente después de que fue rechazado por la Sociedad, y su nombre puede verse en una etiqueta junto a la única foto oficial del mingitorio original.

La segunda hipótesis es Elsa von Freytag-Loringhoven que, además de ser un trabalenguas, es el nombre de una artista alemana muy en sintonía con Duchamp. También revoltosa e insatisfecha, fue poeta, collagista, y pionera en las performances de vanguardia, con ella disfrazada interpretando poesías sonoras, como ella misma las definía. Sabemos que Elsa (por favor, déjenme ahorrarme su apellido) también incursionó en los ready-mades, esas piezas artísticas producto de extraer objetos cotidianos de su hábitat natural y repatriarlos. De hecho, algunos de sus ready-mades estaban relacionados con la fontanería, como God como el mejor ejemplo posible. Todas las referencias, las fechas y los vínculos encajan perfectamente.

Me reservé la tercera identidad para el final porque, como dije mucho antes, tengo el poder de dirigir vuestra atención hacia donde yo decida. Rrose Sélavy es el nombre, con dos erres. Con nariz un poco ganchuda y unas canas que esconde con pelucas y sombreros gigantes, Rrose es autora de varios ready-mades, con clara inspiración en Duchamp. Su nombre y su foto también aparecen en Belle Haleine, Eau de Voilette, un ready-made de Duchamp que consiste en una botella de perfume con su etiqueta intervenida. El dato más importante, y el que mejor conecta los puntos, es que Rrose Sélavy es el alter ego femenino de Marcel Duchamp. Así es: el artista francés se disfrazaba de mujer, y se hacía llamar Rrose Sélavy. Tal vez los francófonos habrán detectado el juego de palabras entre “Sélavy” y “c’est la vie”, popular frase en francés que significa “así es la vida”. Es posible que en la carta que Duchamp envió a su hermana haga alusión a una amiga para referirse, en realidad, a su amiga más próxima posible, con la que comparte piel.

Rrose Sélavy, el alter ego femenino de Marcel Duchamp (Foto de Man Ray)

 

Si La fuente la hizo Duchamp, Sélavy, Loringhoven, Varèse o el fontanero que trabajaba en Mott Iron Works es una pregunta difícil de responder. La misma naturaleza de los ready-mades está diseñada para desafiar nuestra necesidad obsesiva de etiquetar, asignar nombres, identificar. ¿Quién hizo La fuente objeto y quién hizo La fuente concepto? Tal vez le estamos prestando demasiada atención al mingitorio. La obra de arte final, la expresión artística suprema de Duchamp fue el habernos confundido. Nos jugó una trampa diseñada hasta el último trazo.

Sabemos que Duchamp era también un chistoso, un arlequín sin realeza. Ahora la pregunta: si la fuente la hizo Sélavy, ¿la hizo Duchamp?. Resuélvalo usted Watson, yo me voy a dormir.

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