El investigador del CONICET Marco Favero visita el continente antártico desde 1987. En diálogo con Bacap, recuerda sus primeras campañas científicas en la Antártida Argentina y relata sus experiencias en un ambiente natural que desafía la imaginación.
Por Agustín Casa
Tras recibirse de biólogo en la Universidad Nacional de Mar del Plata en 1986, a Marco Favero lo esperaba una de esas aventuras inesperadas, maravillosas y que dejan marca en la carrera profesional de los científicos: una campaña en la Antártida.
Fue a principios de enero de 1987, con apenas 23 años, cuando Favero viajó por primera vez a la Antártida Argentina para llevar adelante estudios sobre aves marinas. Permaneció allí durante catorce meses, hasta finales de febrero de 1988. Esa primera experiencia abarcó un invierno y dos veranos antárticos.
“Para mí llegar a la Antártida fue un acto de inconsciencia”, cuenta a Bacap el doctor en Ciencias Biológicas Marco Favero. Pero asegura que “fue una experiencia fantástica”. “Para el que no conoce Antártida, es como otro planeta”, compara.
Si bien antes de su primer viaje se imaginaba a la Antártida como un ambiente plano, monótono y lleno de hielo, como muestran las películas, el marplatense se encontró con un escenario diferente.
“Es un ambiente muy rico, con muchos líquenes, colores rojos y amarillos, y mucha piedra”, describe Favero, quien se desempeña como investigador del CONICET y director del grupo de Vertebrados del Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (IIMyC), del CONICET y la UNMdP.
Cuando tenía 21 años, Marco Favero empezó a trabajar con aves marinas en la zona de Mar Chiquita. En 1987 inició sus estudios en suelo antártico y realizó su doctorado sobre aves marinas en la Antártida.
El biólogo señala que “ir a la Antártida no implica solo trabajar con aves”, es decir, realizar solo el trabajo científico. “Tenés que ocuparte de cuestiones logísticas –continúa–, más si estás en un campamento, un refugio o una base chica. Tenés que ocuparte de cosas de logística, cuestiones relacionadas con el alimento, con el combustible, con el agua. Así que de joven fue un aprendizaje asombroso”.
Desde 1987, Favero ha viajado casi de manera ininterrumpida durante 35 años a la Antártida –cautivado por ese entorno natural–, en particular, a la península antártica y las islas que están un poco más al norte (Shetland del Sur y Orcadas del Sur), dentro de la Antártida Argentina.
Hasta finales de los 90, sus campañas estaban relacionadas a sus investigaciones en aves marinas. Desde la década del 2000, sus viajes están vinculados a sus trabajos de gestión para la conservación de biodiversidad marina, por ejemplo, el caso del albatros, un ave marina amenazada. En ese sentido, lleva adelante trabajos en el marco del Acuerdo sobre la Conservación de Albatros y Petreles (ACAP) y la Comisión para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos (CCRVMA), ambos instrumentos multilaterales de los que Argentina forma parte.
Conexión con la naturaleza
Las primeras campañas aún guardaban la esencia de las viejas exploraciones en la naturaleza. “Tuve la suerte de experimentar la Antártida en el modo antiguo, en el modo más romántico. Fui a una base que en aquel momento se llamaba Jubany y ahora se llama Carlini. Es una base chiquita. En verano éramos treinta y pico de personas, pero después en invierno quedábamos seis. No teníamos televisión, no había computadora. Era leer un poco y estar en contacto con el afuera”, relata el investigador.
En aquel entonces, las comunicaciones no eran como las de hoy. Su contacto con la familia era a través de correspondencia que llegaba en avión. “Una carta de la familia en invierno te llegaba cada mes y medio o dos meses”, recuerda.
Tras su primer viaje, Favero comenzó una línea de investigación sobre aves marinas con el Instituto Antártico Argentino, en sociedad con la Universidad Nacional de Mar del Plata. Sus próximas estadías en Antártida fueron un par de campañas de cinco meses –en primavera y verano– en pequeños refugios de tres por tres metros, donde cabían dos o tres personas. Fueron campañas, como él dice, “al modo antiguo, casi como exploradores”. Luego alternó campañas en bases permanentes, en bases temporarias y en campamentos.
“Dependiendo las necesidades del proyecto de aquel momento, y de cada temporada, fuimos haciendo lo que se conoce como precampaña, que son cuatro o cinco meses en primavera y verano, o campañas de verano de dos o tres meses. Y seguimos bastante fijo hasta el año 2000. A partir del 2000, seguí yendo a la Antártida por proyectos más asociados a la gestión que a la investigación. Pero seguí. Nunca paré”, remarca el biólogo.
La Antártida como un segundo hogar
Favero reconoce que ya no lleva la cuenta de los viajes que ha hecho a la Antártida, pero son 35 años de campañas y viajes a ese continente. En algunos casos, fue y vino varias veces en un mismo año. Y sus veranos suelen transcurrir con un paisaje antártico de fondo. Salvo una estadía de tres años en Australia, y el verano de 2021 en el contexto de la pandemia de COVID-19, sus viajes a la Antártida fueron casi ininterrumpidos.
“Creo que el verano 2021, en pandemia, fue el primer verano que estuve en Mar del Plata casi desde el 87. Muy raramente paso las fiestas con la familia porque diciembre es temporada alta. Así que a fin de diciembre no estoy nunca”, confiesa el investigador.
Y agrega: “Si tengo que armar un bolso para ir a la Antártida, lo armo en diez minutos. El bolso para la Antártida está siempre ahí. Ya está prearmado porque las cosas quedan ahí. Ya está listo”.
Al mismo tiempo, el biólogo indica que, para él, “ir a la Antártida es como ir a un lugar muy familiar” y, a la vez, “muy cambiante”. “Siempre es sorpresivo. No deja de ser sorpresivo y desafiante”, resalta.
En este marco, sostiene: “La mayoría de los días nada resulta fácil. Siempre tiene desafíos logísticos, el clima. En la Antártida se padece frío una semana y después tenés un día de sol y te volvés a enamorar”.
En los últimos años, los viajes del marplatense al continente antártico están vinculados a tareas de gestión y conservación. “Viajo a través de la CCRVMA, una comisión internacional que trabaja con la conservación de recursos vivos marinos en Antártida y que también administra pesquerías en Antártida. Es una comisión internacional que es parte del Sistema del Tratado Antártico, del cual Argentina es parte. Viajo con un poco más de flexibilidad de duraciones y de tiempos porque es una logística un poco distinta. Ahora voy más en verano”, comenta.
Testigo ocular del cambio climático
La evidencia científica sobre los efectos del cambio climático es amplia, y se sabe el impacto del calentamiento global en el derretimiento de los glaciares. Favero, en sus viajes casi anuales, ha sido testigo ocular de los cambios producidos en ese ambiente.
“La Antártida que yo conocí en el 87 es un poco distinta a la de ahora. Hay cosas que han cambiado”, sostiene el investigador. En esta línea, detalla: “Glaciares que conocimos muy bien, hoy en día están 500 metros o 1.000 metros retraídos. En sitios donde podías hacer culopatín y tirarte a patinar en la nieve, hoy quedás clavado en la piedra”.
A su vez, destaca: “También hay cambios de abundancia, porque estos cambios climáticos han afectado a algunas especies más que a otras. No ha habido extinciones, pero sí cambios en la distribución de presas y de predadores. Colonias de pingüinos que eran muy importantes, no lo son y se han movido a otros lugares. Tiene que ver con cambios de corrientes de agua, de aire, y cambios de distribución de presas”.
También hace referencia a las precipitaciones. “A fines de los 80 era raro ver llover –precipitación líquida– en el norte de la península. Ahora la lluvia en verano es mucho más común de lo que era antes. Y la nieve es mucho más húmeda. Y eso también tiene un efecto sobre el ambiente y sobre la fauna. Algunas especies de pingüinos sufren mucho más esa humedad en el ambiente. Entonces, los nidos están más mojados y tienen menos éxito reproductivo”, señala.
Marco Favero, un trotamundos por la naturaleza
Favero vivió tres años –entre 2016 y 2018– en Tasmania, una isla al sur de Australia, donde se radicó para ocupar un cargo como secretario ejecutivo del ACAP y llevar adelante trabajos internacionales de gestión en conservación de biodiversidad. “Es un lugar alucinante para vivir y para conocer. Es una isla chiquita, pero que está plagada de naturaleza”, detalla.
También ha conocido distintos puntos de América, Europa, Asia, África, Antártida y El Ártico, principalmente en tareas vinculadas a políticas de conservación.
Respecto a El Ártico, ha visitado el archipiélago Svalbard, al norte de Noruega, las regiones este y oeste de Groenlandia y el Ártico canadiense.
35 años de viajes a la Antártida
“La gente que va una vez, se enamora del lugar y vuelve”, afirma Favero, quien lleva 35 años de viajes a la Antártida. En el ambiente antártico se usa como metáfora “te picó el bichito antártico”.
El biólogo reconoce que “la Antártida te da una cercanía con el ambiente y con la fauna que no te lo da ningún otro ambiente polar o no polar”.
En este punto, subraya: “Estás muy rodeado de fauna. La abundancia es extrema. Estás rodeado de pingüinos, de aves, de focas, de ballenas, que por suerte están volviendo en números hermosos. Y arriba de eso tenés el paisaje. Te vuela la cabeza”.
“Sigo yendo porque es un sitio alucinante. Es como estar mirando un documental, pero vos estás del otro lado”, concluye Favero.
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