Lo de Allá

Golpe de calor

La temperatura de Qatar no se mide solo por sus grados. Arranca el mundial y el fútbol se convierte en la ley primera.

Por Juma Lamacchia – corresponsal 

Doha, Qatar – Bajo un manto de sospechas que desató el FIFA Gate y una ola de actos corruptivos, arranca el mundial de fútbol en Qatar. El país árabe ubicado en la península arábiga busca mostrarle al mundo sus cartas a través del negocio más grande e importante. 

Luego de su incursión en el fútbol a través de la compra de clubes, como por ejemplo el PSG (donde juega Messi), Qatar apuesta a una Copa del Mundo que deslumbre los ojos de occidente para el resto de los negocios que la Familia Real lleva adelante, para que turísticamente se conozca de un solo sacudón su ciudad principal, Doha (donde se lleva adelante el mundial), y con la oportunidad única de que el primer mundial ganado de Messi, sea la postal de un país que crece de manera exponencial sin medir sus propias razones. O quizás, quieren demostrarle a sus pares de Medio Oriente el poderío para ser el protagonista principal de una economía sin límites a través de un producto totalmente alejado a sus consumos culturales, y de su cultura, como todo.

La primera impresión al llegar fue de un mundo que no dimensionó el comienzo del torneo más importante de todos. Construcciones sin terminar, a medio hacer o abandonadas. Otras aún en proceso de obra sin importar horario ni condiciones, una de las principales problemáticas que se conocieron. Calles y rutas que llevan a ningún lado, edificios aislados en cuadras desérticas y una periferia muy alejada de las emociones futbolísticas. Distinto es encontrarte con el centro de Doha, donde suceden la mayoría de los acontecimientos y el lujo es el principal atractivo. No sólo atractivo, sino la vara con la que está hecha la ciudad. Hoteles, playas, bares, restaurantes, autos, edificios, paseos. Acá no hay nada que el dinero no lo permita.

El dinero no es todo (o si)

Si Doha necesita alojamiento para más de un millón de personas durante 28 días a precios un poco más razonables que sus habituales turistas suelen gastar, se crean inmensos predios al estilo “villa olímpica” que luego vaya a saber uno qué harán. Lo mismo con los impresionantes estadios que se mantienen luminosos las 24 horas del día. Si Doha necesita un medio de transporte público eficiente que pueda hacer que sus visitantes y residentes recorran la ciudad bajo suelo para llegar de una punta a la otra, se construyen estaciones inmensas con trenes de primer nivel. Si en Doha uno quiere consumir una cerveza o cualquier bebida alcohólica por más de que esté prohibido, se compra. Como un mundial, se compra.

Las bebidas alcohólicas son de muy difícil acceso, solo lugares con habilitaciones pueden venderlas o bares y restaurantes de los hoteles. Eso lo vuelve muy costoso para sus visitantes ya que no pueden comprarlas en supermercados para consumir por su propia cuenta. Algunos residentes tienen permiso para gastar cierto porcentaje de dinero de su sueldo en este tipo de productos. Todo un lujo.

En Qatar lo que no existe, se inventa y se construye. Lo que no podés adquirir, se compra. Lo que no es genuino, también se compra. Es muy común que un hombre catarí pague por servicios de otra persona, pero no hablo solo de mujeres (el más común) como acompañantes y/o sólo a través de la prostitución. Sino también se adquiere el servicio de “amigos” para eventos o reuniones sociales. Para ellos todo se resuelve con dinero y a partir de ahí se establece el contrato social. No importa cuál sea el vínculo o la relación.

Al calor de las abayas

El invierno catarí es tan caluroso como el mejor de nuestros veranos. Durante el día (lo que dura el día, anochece a las 17hs) la temperatura ronda los 30 – 33°C y baja unos 5 más durante la noche. El clima es húmedo y con un poco de viento, que es habitual, se puede transitar de la mejor manera. Dicen quienes viven todo el año aquí, que no sucede eso en verano. Que hasta dejan los autos estacionados prendidos para que el aire acondicionado mantenga la posibilidad de volver a subirte.

Las playas son unos de los principales, y lógicos, atractivos turísticos. Pero no para todos (más bien, no para todas). Es particularmente impactante la cruda relación bajo dependencia de su cultura, ya conocida, machista y misógina. Tanto las playas como el subte, tienen distintos sectores (o vagones) para que cada uno pueda disfrutar, como se le permite.

En el caso del disfrute costero, se encuentran las que son para la familia, en las que mujeres cataríes pueden ir acompañadas de sus hijos y marido, familia completa. Y por otro lado, las playas para hombres que van solos, lo que sería la normalidad aquí. También existen playas exclusivas para mujeres locales que se encuentran alejadas de la ciudad para que, en soledad y sin ser vistas por nadie, sientan la brisa a flor de piel.

En las playas familiares se puede ver a muchas mujeres bajo sus velos y abayas “disfrutar” de las altas temperaturas con los pies en la arena, reposeras y como si nada pasara, de su familia que luce trajes de baños y cuida su piel con protector solar.

En el caso de las mujeres, comienzan a utilizar el velo y la abaya a partir de su primera menstruación. Para disfrutar de la frescura del agua, llevan bajo su manto de ropa otro traje que a la vista pareciera ser algo similar a la lycra. Luego, se retiran a pie, respetando el orden: hombre primero, mujer atrás y niños a lo último.

Es difícil y me resulta raro creer que la vidriera cultural que poseen y llevan adelante con tanta claridad no sea más que eso, una vidriera. Que puerta adentro (o fuera del país) no consuman alcohol, drogas, disfruten la sexualidad abiertamente como lo deseen y sean “peores que nosotros” (así lo definen) en los consumos culturales acordes a la época en la que vivimos. El golpe de calor del invierno catarí, fue un golpe de realidad.

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