A 20 años de la mayor tragedia no natural de la historia argentina, Bacap propone una revisión sobre las coberturas mediáticas, las deudas estatales y los vestigios de una noche que marcó al país para siempre.
Por Martina Migliorisi
Con 194 víctimas fatales y otras miles afectadas física, emocional y psicológicamente, en un nuevo 30 de diciembre, los sobrevivientes toman la palabra. Esta es la historia de Javier García.
– ¿Cómo te atraviesa este aniversario?
– Es un año que te obliga a hacer un balance, aunque no quieras. Tenemos claro que todo lo que es el camino inicial se agotó, en gran parte con la Ley de Reparación Vitalicia, que salió hace unos días.
Cromañón empieza a ser más para recorrer escuelas que tribunales, que no es poco. Todo lo demás ya quedó viejo, es noticia de ayer.
– ¿Cómo es la vida post 30 de diciembre de 2004?
– La vida es distinta; ni mejor ni peor, distinta. Tengo la suerte de no haber tenido pérdidas en Cromañón, pero tengo amigos y compañeros de militancia que sí. Es imposible que lo que pasó no te cambie porque, además, nos pasó en una etapa determinante y trascendental: la adolescencia. Si bien nos moldeó un poco el adulto que hoy somos, en su momento lo atravesamos como pudimos. Es el día de hoy que hablo con mucha gente que tiene ataques de ansiedad o a quienes la fecha les pega especialmente fuerte. Nosotros cada 30 de diciembre nos reunimos en un acto casi egoísta, pero a muchos les sirve para pasar el día, que es un montón.
– En el libro “Voces, tiempo, verdad”, Bruno Larocca sostiene que, amén de los años y de la atención y el seguimiento médico, algunos recuerdos, como espasmos, reaparecen un día, de forma aleatoria, y te descolocan: ¿Te pasa?
– Me pasa, pero de otro modo: cada vez que voy a un recital, al cine, al teatro, cada vez que subo a un avión, a un micro, cada vez que viajo hay un reflejo de querer llevar al máximo las medidas de seguridad, de ver dónde están las salidas de emergencia. Sé que no a todo el mundo le pasa de la misma manera, pero esa es mi experiencia.
– Sabemos que las y los sobrevivientes, como también sus familiares, debieron lidiar con una prensa carroñera y amarillista desde el primer momento. Hoy, con el recambio generacional y la conciencia colectiva, ¿Qué cambió en el discurso mediático?
– El recambio generacional es clave, y nosotros lo estamos notando. Por un lado, hoy son periodistas muchos de los pibes que vivieron Cromañon a la par nuestra, generacionalmente hablando; por otro, nuestra voz ya no es la de unos pendejos asustados, sino la de adultos heridos, remachados, afectados, pero adultos. En una sociedad como la nuestra, el adulto tiene más voz y voto. Creo que nuestra voz pesa más 20 años después y que nuestros interlocutores nos entienden mucho más también. El trato cambió por eso: quizás muchos periodistas estuvieron ahí, conocen a alguien que estuvo o tuvieron a algún conocido que fue a Cromañón y por eso lo sienten más cercano. Hoy el periodismo es más empático que con los Feinmann, los Viale o los Gelblung.
– Siguiendo con la resignificación del sentido, algunas personas sugieren que es importante distinguir entre los términos “tragedia” y “masacre” para hablar de Cromañón, ¿Detectas una intención -oculta o no- al elegir cómo catalogar el hecho? ¿Qué definición elegís vos?
– Masacre, sin dudas. Por una cuestión casi de diccionario. Un rasgo que se repite en cualquier tipo de tragedia es que es evitable; Cromañón era evitable antes y de múltiples maneras. Hubo mil alarmas, hubo mil advertencias, hubo mil irregularidades. Fue sorprendente y no lo esperábamos pero en algún momento iba a pasar, ese lugar era una trampa mortal, estaba sujeto a un error de que pasara lo que pasó. No se puede, entonces, hablar de tragedia. Hay que hablar de negligencia.
Para los sobrevivientes es una victoria hablar de «la masacre de cromañón», por encima de «tragedia»; sin embargo, es tan fuerte la palabra «masacre» que, a veces, yo mismo caigo en la trampa de decir «tragedia». La palabra, igualmente, tiene que identificar lo que pasó y nosotros militamos cada día para que así sea.
– Recientemente se convirtió en ley la Reparación Vitalicia por parte del Estado, ¿Qué significa para vos y para la lucha que los sobrevivientes llevan adelante?
– La verdad, parece de ciencia ficción que recién ahora tengamos una Ley Vitalicia, pero es lo que es. De hecho, no es una ley que contemple todo. Sí es cierto que tal vez ya no nos revictimicen, pero nos han hecho parir en el proceso, en lo que podría ser una revictimización para diez años. Nos hicieron ir, volver, hablar mil veces y casi rogar para que salga. De igual manera, no tenemos que cantar victoria antes de tiempo; hoy está sancionada, pero no promulgada. Esperemos que, cuando pase el furor, no se cajonee de nuevo.
– ¿Cuáles son las deudas que el Estado y/o la sociedad aún tienen con ustedes?
– Mirá, así como el horror de Cromañón es inabarcable y no existe algo parecido a la justicia, no hay manera de que el Estado esté a la altura. Ya está. Tuvieron múltiples oportunidades para hacer lo que tenían que hacer y jamás estuvieron a la altura. Esta ley (en referencia a la Reparación Vitalicia), que ojalá se promulgue, es lo más cercano que han estado a hacer algo por nosotros, pero todavía no alcanza. No creo que alcance nunca, la deuda con nosotros es eterna.
Respecto a la sociedad me gustaría que fuera un poquito más empática, pero es una sociedad que votó a Milei, ¿qué le puedo pedir? Pasaron veinte años y siguen llamándonos «fanáticos», entonces, ¿qué podés esperar? Sí, estaría bueno que fuera más empática y amorosa, pero tampoco tiene la obligación. Si el Estado, que sí lo tiene, que sí lo tuvo, no hizo nada, yo no le puedo pedir al vecino del barrio que entienda que no me gusta que tire pirotecnia en año nuevo…
Es muy difícil, porque si bien Cromañón le pasa a una gran parte y afecta a muchos más, hay otra enorme parte que lo mira de afuera. Entonces, cuando no sepas qué decir, el silencio es salud.
– ¿Qué podemos hacer quienes, por motivos de edad, lejanía u otros, no estamos/estuvimos directamente involucrados con Cromañón?
– Lo mejor es seguir hablando del tema, seguir generando espacios donde se le dé voz a los sobrevivientes, dialogarlo en las escuelas con los más chicos y tratar de que se convierta en algo lo suficientemente trascendental en la historia argentina como para que no vuelva a pasar. Generar memoria es algo colectivo y permanente, y es así como tiene que tratarse.
Este año, por el aniversario 20°, hubo especial hincapié de parte de los medios, se le dio mucho espacio; el año que viene, puede que para los medios no sea igual de importante y para nosotros sigue siendo un año más. Por ahí ellos sí podrían estar ahí más allá de lo noticiable, porque -y con razón- los medios se acuerdan de Cromañón en diciembre, pero a quienes estuvimos ahí, Cromañon nos pasa todos los días, todo el año.