Por Fernando Churruarin
Mar del Plata y el espectáculo han estado siempre unidos. A lo largo de su historia, la ciudad ha recibido a figuras de renombre nacional e internacional. Pero entre todas ellas, hay un nombre que brilla con un cariño especial en la memoria colectiva: el inolvidable Carlitos Balá.
Cada verano, su llegada era esperada con emoción. Con su humor, su talento y su calidez, Balá se convirtió en un habitante más de «La Feliz», amando y eligiendo a Mar del Plata no solo como su lugar de trabajo, sino también como su refugio para el descanso y el disfrute junto a su familia.
Las playas, los teatros, las calles de la ciudad y generaciones de marplatenses guardan recuerdos imborrables del «Genio del Flequillo». Fue de los primeros en adquirir un departamento en el icónico edificio Demetrio Elíades, y con el tiempo, recibió numerosas distinciones y homenajes en la ciudad que tanto lo quiso.
Su presencia era un regalo. Se lo veía caminando por la costa con su esposa Martha, saludando con su clásico «gestito de idea», sacándose fotos con la gente, regalando sonrisas y dejando anécdotas entrañables. Desde su complicidad con comerciantes locales hasta las inolvidables temporadas en la «Carpa Multicolor», su vínculo con Mar del Plata fue único e irrepetible.
El amor de la ciudad hacia Balá quedó inmortalizado en sus huellas en la vereda de un prestigioso hotel, en una placa en la Plaza del Milenio y en los reconocimientos del Concejo Deliberante. En 2018, el Museo Castagnino le dedicó una muestra que repasó su trayectoria, llenándolo una vez más de emoción.
En una de las muchas entrevistas que tuvo, le hicieron una pregunta especial:
—Si el Carlitos Balá abuelo se encontrara con el Carlitos Balá joven, aquel de los años 60, ¿qué consejo le daría?
Con los ojos humedecidos y tras un breve silencio, su respuesta fue simple y conmovedora:
—Le diría: “Carlitos… nunca cambies”.
Hoy, en el 150° aniversario de Mar del Plata, recordamos con cariño a quien nos hizo reír y soñar. Y si alguna vez caminas en silencio por la arena, tal vez veas las pequeñas huellas de un perrito invisible color café… Y, con la brisa del mar, una pregunta que solo el niño que llevas dentro podrá responder:
¿Qué gusto tiene la sal?